Aquella tarde del 31 de enero de 2019
acababa de aterrizar en el aeropuerto, volviendo de Ecuador. Con no
pocas horas de vuelos y conexiones, cierto cansancio y el afán de cumplir con
la tarea encomendada, pronuncié la siguiente laudatio de los nuevos doctores de mi Universidad:
Excelentísimo
Sr. Rector Magnífico de la Universidad de Málaga
Autoridades
Sr.
Rector Martín Delgado
Queridas
compañeras, queridos compañeros
Estimados
nuevos doctores y doctoras por la Universidad de Málaga
Señoras
y señores
Permítanme
que me dirija, de entre los aquí congregados, a quienes protagonizan este acto:
los nuevos doctores por la Universidad de Málaga. Vuestra alma mater. Bien sabéis que, para no caer en
lo que se denomina falso amigo en traducción, esa expresión no
debe verterse como «alma madre», sino con su auténtico significado
en latín, lengua cuya escritura sigue estando tan viva que rige, entre otros muchos
ritmos actuales, los propios de los rituales universitarios. Sí: alma mater quiere decir «madre
que nutre», y por eso designa a la institución
de enseñanza superior en que cierta persona se ha formado, y en la que, como a vosotros
hoy, se le reconoce haber alcanzado el más alto de sus grados. La Universidad
de Málaga, en efecto, será ya siempre vuestra madre intelectual, aquella que ha
alimentado la inteligencia, la memoria, la constancia y la curiosidad vuestras.
Cuatro de las fuerzas, si no potencias, que permiten el avance racional —o al
menos razonable— de la civilización.
Como
madre, la Universidad de Málaga ha cumplido asimismo la tarea de alumbramiento
que desempeña, fructífera, desde hace décadas. No sin razón, thesaurus es otro de los nombres del
diccionario, pues una lengua natural es cofre de estupendas sorpresas. Habiendo,
como se comprueba abriéndolo simplemente al azar, más cosas y acciones (tangibles
o no) que palabras, casi cada una de estas soporta el peso de varios significados.
Alumbrar, por caso: ‘dar luz y claridad’, ‘dar a luz’, ‘descubrir las aguas subterráneas y sacarlas
a la superficie’,
‘disipar
el error y convertirlo en acierto’ son algunos. Qué duda cabe de que vosotros
habéis experimentado esos sentidos mientras preparabais, con vuestros
directores y tutores, las tesis doctorales que hoy os han traído aquí. Gracias
al trabajo infatigable en los respectivos programas de doctorado en que os
habéis formado, y que
durante el curso 2016-2017 alcanzaron la cifra de 372 tesis defendidas, entre las
cuales figuran las vuestras, la comunidad de la Universidad de
Málaga —vosotros, en ella— ha contribuido a alumbrar los campos de conocimiento
en que habéis laborado. Y las nuevas doctoras, los nuevos doctores, habéis dado
luz y claridad a parcelas de esos campos, habéis hecho aflorar lo que estaba
oculto, habéis disipado errores y alcanzado certeras conclusiones. Por fin,
vuestra alma mater os ha dado a luz:
la metáfora, arriesgada como todas, designa el hecho de que conformáis nuestra más
reciente promoción de doctores. Estoy seguro de que sabéis que nos sentimos
orgullosos de todos y cada una de vosotros.
Misión es palabra que Ortega empleó
para orientar a la universidad y que ha quedado en el común acervo de aciertos,
por ejemplo para trazar hoy líneas estratégicas. Pero digamos que la misión
universitaria es realmente, en su esencia, doble: forjar conocimientos y formar
a quienes, recibiéndolos y asimilándolos, se suman a la tarea sin fin de seguir
conquistándolos y difundiéndolos. Ese forjar y ese dar forma, indesligables,
constituyen la raíz más profunda de nuestro afán: transformar la tradición en
vanguardia. Con algunas de las mejores conquistas pretéritas de la especie, en
efecto, recorremos los universitarios nuestro camino, que es como decimos lo
que en griego método. Evoquemos sólo
tres: la lógica, que permite el desbroce de un terreno abrupto de errores, para
convertirlo en contrastado y fértil conocimiento; la ética, cuyos principios
postulan el respeto a nuestros semejantes, cualesquiera sean su origen o su
condición, así como el respeto a su trabajo previo, rindiendo por ejemplo las
oportunas citas, pues somos —y somos lo que somos— en condiciones de comunidad;
y el método científico, cuyos rasgos de observación, repetibilidad del
experimento y construcción racional de hipótesis van acercándonos a los mínimos
microcosmos y a los entornos más próximos a las estrellas.
Lógica,
ética y método, emanaciones de la inteligencia humana, conforman, en su
permanente aplicación implacable, nuestra vigorosa tradición universitaria. Esa
tradición que milita entre las más nobles, precisamente porque exige no sólo partir
de ella, sino sobre todo superarla. A lo que responde aquel adagio que, circulando
atribuido a Gustav Mahler, fue conformado sobre una frase pronunciada en 1910
por el diputado Jean Jaurès en la Asamblea francesa: «La tradición es la
transmisión del fuego y no el culto a las cenizas». En virtud de tal tarea prometeica,
con ebullición continua de ideas nuevas que se someten una y otra vez a pruebas
rigurosas, la universidad ejercita —o experimenta— la acción de mayor alcance: la
adquisición de conocimientos, de técnicas, de metodologías, de saberes.
Adquisición siempre en marcha: el espíritu más radical —y paradójico, por
cuanto permanente— de la proteica vanguardia.
Artes
y humanidades, ciencias, ciencias de la salud, ciencias sociales y jurídicas,
ingenierías y arquitectura: hoy las llamamos ramas de conocimiento, ayer artes
liberales y mañana… Mañana otros, partiendo del lugar exacto en que nos
detuvimos nosotros, ya dirán. Lo que importa es que todas nuestras disciplinas —y
las que habrán de venir, cuyos nombres aún no hemos ideado ni pronunciado— constituyen
algunos de los más acabados, dignos y primordiales procedimientos de la razón
humana; lo que cuenta, asimismo, es que, en todas ellas, mujeres y hombres vocacionales
y rigurosos —lógicos, éticos y metódicos— se afanan por construir respuestas
que nos iluminen el conjunto y en conjunto. Porque cada uno de nosotros,
aislado, desconoce más materias que las escasas que domina; pero, unidos, lo
sabemos todo. Y mañana, algo más.
Es
que ese todo se encuentra en proceso
permanente de revisión. No en vano, y sea cual sea nuestra disciplina de
estudio, las respuestas que vamos alcanzando y contrastando, son provisionales.
Vosotros lo habéis comprobado con vuestras tesis doctorales. Partiendo del
asesoramiento de vuestros directores —esos certeros consejos de los maestros—, habéis
vislumbrado y luego revisado el estado de la cuestión (o del arte). El puerto seguro, por comprobado hasta entonces, del que
zarpar. A medida que avanzabais por rutas cada vez menos cartografiadas,
algunas de las lindes de la heredad comenzaban a moverse: eran menos estables
de lo que parecían al principio. De respuestas satisfactorias, iban modificando
su estatuto al de problemas: porque un problema no es sino una antigua
respuesta que ahora soluciona poco o nada. De ahí que la investigación requiera
continuamente nuevos recursos y nuevas mentes
maravillosas, para alcanzar ulteriores fases de respuestas. Provisionales,
sí: que el estado de la cuestión se encuentra en cambio continuo, en proceso de
amoldarse no sólo al mundo que va siendo descubierto y que por tanto es cada
vez más ancho y menos ajeno, sino también a los métodos y las técnicas que van
estando disponibles para abarcarlo.
La
tarea —vosotros lo habéis empezado a comprobar— es fatigosa y ardua. Ni siempre
la corona el éxito, ni es reconocida siempre. Requiere, pues, de personas
animosas, valientes, constantes. Y humildes, esa otra forma de decir —a poco
que se piense— fuertes. Todo aquel que participa en un proceso de búsqueda, de prueba
y error, aprende enseguida que los resultados, si se avistaren, pueden ser
mínimos, rápidamente superados, evanescentes incluso; bases, si acaso, para
nuevas y distintas exploraciones. Pero participar de esa cadena del ser de la
inteligencia, de la razón, de la constancia humanas, es un privilegio. Privilegio
que no se concede gratuitamente, sino que se gana con esfuerzo y dedicación. Tal
y como vosotros lo habéis conquistado: en magnífica lid intelectual. Tenéis,
por tanto, el derecho de disfrutarlo. Y de que, como hoy, se os reconozca.
A
partir de ahora, estáis en condiciones de cumplir con ese otro adagio (que por
serlo se atribuye a Aristóteles o a Platón, cuando no a Leonardo da Vinci),
según el cual «El verdadero discípulo es el que supera a su maestro». No de
otra manera el fuego se mantiene avivado. Y no dando en frías cenizas, alumbra bibliotecas
y laboratorios, ordenadores y talleres de arte, de arquitectura, de ingeniería:
lugares en que maestros y discípulos, en trabajo individual y en equipo,
expanden la simulación del futuro, contrastando ideas e hipótesis con el legado
de múltiples pasados que, habiendo definido sucesivos límites del conocimiento
—o de la realidad, si no fueran lo mismo—, mantuvieron el afán de traspasarlos
hoy, y luego mañana. Con rigor y sin descanso.
En
ese trabajo arduo, gratificante a veces y tendente al infinito, las tesis
doctorales se desarrollan en un proceso que, por académico y administrativo, no
es sólo individual. Implica, en efecto, junto a los doctorandos, a comisiones
académicas de los programas, tutores, directores, Comisión y Servicio de
Posgrado, evaluadores externos e integrantes de los tribunales, entre otros
agentes. A todas esas personas debemos hoy agradecer su participación, activa y
efectiva, en un muy exigente procedimiento que demanda continua revisión del
trabajo y constante puesta a punto del método. Hasta lograr, en cada tesis
doctoral bien construida, uno de los frutos más supervisados de la cultura
universitaria. Y aún más: de la economía del conocimiento imbricado después en
la sociedad.
En
dicho proceso, la Escuela de Doctorado de la Universidad de Málaga, que es uno
de sus organismos más jóvenes y por tanto más animosos, sigue desarrollando cauces
de gestión universitaria que no sean distintos de los que rigen la lógica, la
ética y el método: racionalidad, precisión, transparencia y tratamiento de los
asuntos en condiciones de igualdad para todos. Tal modelo de gestión
imperturbable permite apoyar a quienes tengan la voluntad de seguir avanzando y
a quienes alcancen resultados, para sí y para los demás. La kantiana contienda
entre las Facultades queda de tal forma abolida en aras de una universidad que
somos todos.
Nuevos
doctores, nuevas doctoras por la Universidad de Málaga: después de haber
aplicado las tres claves del éxito —trabajar, trabajar con autoexigencia y
trabajar con rigor— en los distintos lugares de nuestro campus y en las
diversas disciplinas universitarias, os habéis probado que podéis confiar en
vosotros mismos. Esa capacidad lógica, ética y metódica que habéis demostrado
os ha cualificado en competencias transversales como el espíritu de superación,
la creatividad para mover las fronteras un algo más allá de lo que sabemos o la
fortaleza para afrontar los momentos de adversidad —y los demás—.
Ahora,
a seguir. Adonde vayáis, haced aflorar las aguas subterráneas del futuro, dadle
luz, dadle a luz. Inventadlo respetando a quienes os precedieron. Contáis con
la compañía de la vanguardista tradición universitaria, no menos que con
nuestro agradecimiento y nuestro orgullo por la tarea que habéis culminado.
Muchas
gracias.
(En vídeo,
minutos 8:20-24:00, que nunca es lo mismo.)
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