Excelentísimo
Sr. Rector Magnífico
Autoridades
Queridas
compañeras, queridos compañeros
Estimados
nuevos doctores y doctoras por la Universidad de Málaga
Señoras
y señores
Acababa de regresar, enfermo, desdichado y sufrido capitán
médico, de la Cuba en pie de guerra de 1875. Y buscaba, a los veintitrés años,
su hueco y su razón de ser en el mundo. Desasosegante experiencia que, a tal
edad, suele ser común a cualquier individuo. Inspirado, si no forzado, por la
voluntad paterna, optó, con muy escaso entusiasmo, por doctorarse: «Mis
aspiraciones al Magisterio (más que sentidas espontáneamente, sugeridas de
continuo por mi padre), me obligaron a graduarme de doctor» (Recuerdos de mi vida, 3ª ed., Madrid,
1923, p. 154). Atrás quedaban —aunque nunca nada quede atrás— su vocación por
el dibujo, su rebeldía ante una enseñanza que ordenaba repetir, en el hastío
del vacío, cadenas de significantes desprovistos de significado y su afición
por la lectura humanística.
Estoy hablando, claro, de don Santiago Ramón y
Cajal.
Hasta que en el año 2001 fue rescatada para su reproducción
facsimilar y su edición por el doctor Ángel Merchán —con el apoyo de un grupo
de filólogos—, había permanecido inédita la tesis doctoral de Cajal, Patogenia de la inflamación. Discurso para
los ejercicios del grado de doctor, manuscrito que su autor leyó en la
Universidad Central de Madrid el 26 de junio de 1877. Es revelador revisar
ahora algunos de sus fragmentos, y comprobar que la ardua tarea de preparar una
tesis, genera en el doctorando, hoy como hace siglo y medio, idénticas dudas e
incertidumbres: «En cualquiera de los diversos ramos de la medicina en que
fijaba mi vista para elegir un tema adecuado», recuerda Cajal, «encontraba
siempre dificultades insuperables no sólo porque las más importantes cuestiones
han sido ya ampliamente debatidas por escritores distinguidos, sino también, y
muy principalmente, por las pocas fuerzas con que contaba para desempeñar
cumplidamente mi cometido». De modo que, en el fiel de su balanza de
veintipocos años, la opción de proseguir y la de abandonar se le presentaron fatalmente
equilibradas: «Preciso era, sin embargo, decidirse en breve plazo, o desistir
de mi empresa, renunciando por algún tiempo, si no definitivamente, a la
honrosa cuanto inmerecida distinción a que aspiraba» (S. Ramón y Cajal, Discurso de doctorado y trabajos de juventud,
ed. Á. Merchán Pérez, Madrid, 2001, p. 45).
Desechando la rendición de banderas, o la
alternativa de lo que hoy llamaríamos tiempo
parcial, se impuso al fin en el joven Cajal la voluntad, para bien de la
ciencia que no conoce fronteras y de la universidad española, de culminar aquella
dura tarea del estudio y de recibir este dulce grado de doctor. El mismo —exactamente
el mismo: importa subrayarlo— que hoy os otorgará nuestro Rector a vosotros, los
setenta y nueve doctores y doctoras por la Universidad de Málaga de la
promoción 2017-2018.
En el preámbulo de su tesis, Cajal denominó «deber
ineludible» al espacio en que se sitúa quien «desea recibir la noble
investidura de doctor». En ese lugar, que es el de la madurez responsable o de
la obligación que ni puede ni debe ser sorteada, las mujeres y los hombres se perfeccionan en la
disciplina de la exigente racionalidad, cuyos procesos de lógica creatividad
están llamados a seguir transmitiendo a quienes con ellos vivan, trabajen y
gocen (Gaudeamus igitur: «Así pues,
gocemos»). Se trata, en último término, de perfeccionar a la sociedad para
hacerla más consciente. Digamos entonces —reinterpretando
el nombre compartido por ciertos grupos de las redes, en que quizá alguno de
vosotros haya militado— que Sin tesis no
hay paraíso.
También confesaba Cajal, más allá del tópico de la
humildad, que en su «pobre trabajo» no se hallaría, «seguramente, ninguna idea
nueva, perteneciendo a los distintos autores que he consultado los pensamientos
buenos que encierre» (Discurso de
doctorado…, p. 45). Estudiando ese texto de Cajal, los especialistas concluyen,
en efecto, que en su tesis no se observan novedades respecto a lo conocido en
1877. Es que la obtención del grado de doctor comportaba entonces superar los
exámenes de tres asignaturas y confeccionar un discurso que sintetizara el
estado de la cuestión sobre el tema tratado. Dicho de otro modo: en la
universidad española de un siglo y medio atrás, que atendía a una sola misión, el
doctorado no se vinculaba con la investigación, sino exclusivamente con la
docencia o, según decía Ramón y Cajal en el idioma de su época, con el magisterio.
De donde resulta que las exigencias que cada uno de
vosotros, nuevos doctores y doctoras por la Universidad de Málaga, ha asumido,
cumplido y superado, son, con creces, mucho mayores que las que le fueron
impuestas a Cajal. Otro motivo para sostener el orgullo personal e intelectual
que hoy experimentáis. Y para felicitaros: no solo con sinceridad; sobre todo,
con razón. Pues que
vosotros os habéis formado en el afrontar con valentía y voluntad racionales los
problemas que, junto con vuestros directores de tesis, seleccionasteis con el
compromiso de solucionar.
Por los meandros del
indoeuropeo, la etimología, esa genética de los idiomas, vincula con el
significado de ‘cortar’ al scire latino;
descendiente de la familia de este, la palabra ciencia. Ese fue el paso inicial: se trataba, bien lo recordaréis,
de acotar una parcela en un campo de conocimiento que, no por cortada o reducida para ser abordada, descrita
y explicada, resultaba menos compleja. Vino después —y durante innumerables horas
que fueron transformándose en meses y años—, la exploración extraordinaria que
conlleva adentrarse en «la escondida / senda por donde han ido / los pocos sabios que en el
mundo han sido», según versificó el universitario fray Luis de León. Senda escondida, por vedada a los no dispuestos
a la exigencia del riesgo intelectual, que empezaron a mostraros vuestros
directores y tutores: los sabios
maestros de nuestra Universidad de Málaga, conocedores del modo en que guiarse y guiar «a través del
camino», que es lo que precisamente significa el término griego método.
Que finalmente
aplicasteis: obteniendo y extrayendo datos en el laboratorio, en la biblioteca,
en el taller, en el ordenador, esos espacios de la poliédrica
vida universitaria; y luego analizándolos, correlacionándolos e
imbricándolos en hipótesis, con el afán de resolver los problemas en coherencia
con una trabada línea de investigación. Con siemprevivo júbilo juvenil inscrito
en el himno universitario (Gaudeamus igitur / iuvenes dum sumus: «Así pues, gocemos
/ en tanto que somos jóvenes»), y frente al vetusto comportamiento que consiste en crear problemas a las
soluciones y en lamentar luego que la realidad ande tan equivocada, vuestros
directores y tutores os han mostrado otra senda, más fructífera cuanto más espesa:
si no explica el conjunto de hechos y relaciones parcelado por la investigación,
debe la hipótesis ser refinada o, en su caso, rechazada. Esa ha sido la más
radical enseñanza recibida durante el severo tiempo de conformación de vuestras
tesis doctorales: asumir que, cuando el esfuerzo conduce a un callejón sin
salida, debe desandarse el camino con afán de buscar alternativas. No otra es
la larga y lenta dedicación de nuestra especie, perfeccionada por la voluntad
férrea, la inteligencia atenta y la ética insobornable que van transformando el
deambular en segura orientación.
Vuestros esfuerzos han
sido coronados por el éxito. Es también lo que hoy celebramos. Una vigilante
cadena de procedimientos de supervisión ha constatado la calidad de cada una de
las tesis que habéis presentado. Por académico y
administrativo, ese muy exigente proceso que se mide en años de espera y
esperanza, no es solo individual. Implica, en efecto, junto a los doctorandos,
a comisiones académicas de los programas, a tutores y directores, a la Sección
de Doctorado y la Comisión de Posgrado, a evaluadores externos e integrantes de
los tribunales y a la Escuela de Doctorado, entre otros agentes. A las muy
numerosas personas que participan activa y efectivamente en tal proceso, agradecemos
también hoy su trabajo y su compromiso personal y profesional con las ciencias,
con las artes y humanidades, con las ciencias de la salud, con la arquitectura
y las ingenierías, con las ciencias jurídicas y sociales: las agrupaciones que
atesoran las conquistas todas del saber y del conocimiento que nuestros antecesores
acrecentaron y nos legaron, como asimismo nosotros vamos haciendo, pues
queremos que quienes nos sucedan, vivan en un mundo más racional, más justo y
más bello. No por otra causa mayor exige la universidad la continua revisión de
sus tesis doctorales en marcha, hasta alcanzar, en cada una de ellas, uno de
los productos más controlados de la cultura universitaria y de la economía del
conocimiento en que se desarrolla la sociedad actual.
Sociedad que precisa, de quienes se han formado para
forjar nuevos conocimientos —en una dedicación guiada por una finalidad sin final—
que los transfieran. Ya vimos que la universidad en que se doctoró Santiago
Ramón y Cajal era unidimensional, por centrada en exclusiva en la docencia;
gracias a su impulso y al de otras mentes inquietas, exigentes y creativas como
la suya, se convirtió en bidimensional o destinada a imbricar docencia e
investigación. Alcanzada tal meta, la universidad es hoy tridimensional, en
tanto renueva la docencia con las conquistas de la investigación y transfiere
los modos de una y los frutos de la otra. Por descontado, el decimonónico horizonte
de expectativas de Cajal, le impidió saber que también él hacía transferencia
de conocimientos, y ya no digamos llamarla así. Pero entre 1880 y 1889, en
revistas como La Clínica (de
Zaragoza) y La Crónica Médica (de
Valencia), los transfirió después de recibidos y asimilados. En uno de aquellos
artículos, firmado con el humorístico pseudónimo de «Dr. Bacteria», Cajal se
rebela, con ímpetu aragonés, contra un pésimo manual de Histología que en 1888 reseña,
con actitud que, modélica como todas las suyas, un doctor universitario ha de
seguir compartiendo: «Grave es el mal que va a causar a la enseñanza dicha
obra, pero es todavía mayor el que va a ocasionar a nuestro crédito científico
[…]. Devoremos una nueva vergüenza más los que ponemos el culto a la ciencia y
a la patria por encima de todas las cosas […], los que deseábamos que el leve
movimiento de progreso iniciado por los humildes fuera secundado y robustecido
por aquellos que […] gozan del favor oficial y de los halagos de la fortuna» (Discurso de doctorado y trabajos de juventud,
p. 100).
Así que, con el muy noble ejemplo de don Santiago
Ramón y Cajal como guía, cuando hoy salgáis de este Paraninfo, doctoras y
doctores del curso académico 2017-2018, mostrad que disfrutáis del privilegio de
participar en la cadena del ser de la inteligencia, de la razón y de la
constancia universitarias. Privilegio que, lejos de gratuito, habéis
conquistado con esfuerzo excelente. Recibid por ello nuestra más cordial enhorabuena
y el reconocimiento
de la Universidad de Málaga, siempre ya la vuestra, junto con el deseo de que
gocéis de una vida racional y ciudadana plena, en que mantengáis ligados
la justa satisfacción por la alta distinción que habéis obtenido, con la recta
humildad de quienes no olvidan que las respuestas más sólidas no dejan de ser
provisionales.
Estoy seguro, en fin, de que sabéis que nos sentimos
orgullosos de todos y cada una de vosotros.
Muchas felicidades y
muchas gracias.
(Málaga, 5
de junio de 2019; en vídeo,
del minuto 9:25 al 23:45)
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