Realidad o literatura son baciyélmicas, que diría Cervantes (o Sancho) y aprendería su aventajado discípulo, Ortega. Ofrecen al menos dos caras. Como el dios Jano, cuyo nombre, por cierto, ha venido a dar en January y en enero. Así también Juno en junio y Marte en marzo y en martes: medimos el tiempo mitológicamente, una prueba más de que el tiempo es otra ficción.
Los cinco primeros días de la semana llevan nombres de divinidades arcaicas: Luna, Marte, Mercurio, Júpiter y Venus. El cristianismo sustituyó con sus tres dioses en uno a los múltiples del paganismo, pero mantuvo los días más antipáticos, los laborables, bautizados por el enemigo derrotado. Un acierto. Así es más fácil creer, desde que el odioso despertador entona su triste serenata, que el paganismo es la perdición. Por el contrario, sabattum, ‘descanso’, se dejó en latín bíblico, y el dominicus se dedicó al dios de la Champions League: el Señor. Por antonomasia.
Un auténtico sol. En torno al cual rinden pleitesía Marte, Mercurio, Júpiter y Venus, que repiten denominaciones en el calendario y el planetario; Saturno, Neptuno, Urano y Plutón, otra compaña de venerables dioses, se les suman. Sin contar la tabla periódica de los elementos químicos, con sus helios y promecios, mercurios y neptunios, selenios y tantalios, plutonios y paladios, titanios y uranios, la mitología inunda nuestras vidas: hermético, apolíneo, dionisíaco, órfico, venéreo, marcial… El griego clásico y el latín serán lenguas muertas, pero no dejamos de pronunciarlas.
Iba diciendo que esta mítica realidad baciyélmica ofrece un lado cómico, «que divierte y hace reír», y uno trágico, «hondamente desgraciado», o dramático, «capaz de interesar y conmover vivamente». De modo que dar o parar en tragedia implica «tener un fin desgraciado», y en Venezuela —bolivariana o no— dar la cómica es «hacer el ridículo» y ponerse cómico significa «contrariar los deseos o aspiraciones de alguien». Otras de tantas palabras y expresiones que, procediendo de la división clásica de los géneros literarios, coloquialmente se asocian a ciertas circunstancias vitales. Así, tragedia es «situación o suceso luctuoso y lamentable que afecta a personas o sociedades humanas»; comedia, «suceso de la vida real, capaz de interesar y de mover a risa», y la baciyélmica tragicomedia, «situación o acontecimiento en que se mezclan lo trágico y lo cómico».
Un suponer: cómicos, si no bovaristas, resultan Artur Mas y José Ignacio Wert cuando el 11 de septiembre y el 12 de octubre, fechas míticas como las demás, pontifican que quieren construir mayorías catalanistas o españolizar niñitos, acciones de más brío y menos aburrimiento que mantener hospitales abiertos o educar. Tragicómico es que sulibellen y sublimen como dos papanatas, mientras sus partidos siguen sin disculparse siquiera por haber dilapidado los impuestos ciudadanos, gestionado pésimamente Cataluña, Murcia o Valencia y acogido a cobradores del frac del tres por ciento. Dramático es que sus respectivas parroquias, irreflexivas a la hora de comulgar con o sin ruedas de molino, les presten oídos y les regalen votos.
¿Y trágico? El siguiente paso.
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