lunes, 1 de octubre de 2012

VI, 18. Cartas, quimeras y lazarillos

Quizá lo haya soñado. Va uno haciéndose muy mayor y dudando de todo. ¡No me va a pasar a mí, si le ocurre a Jordi Pujol, que siendo más listo que nadie desconoce si es autonomista o soberanista, si quiere a Cataluña en España o unos metros de aduana lejos de ella…! Así que lo habré soñado, pero juraría que antes, en Navidades o por ahí, redactábamos cartas a los Reyes. Ahora, y desde las alturas y anchuras del espacio cibernético, ese Reino de los Cielos postcontemporáneo, son los reyes los que nos escriben a nosotros: «lo peor que podemos hacer es dividir fuerzas, alentar disensiones, perseguir quimeras» («Carta de S. M. el Rey Don Juan Carlos», 18-9-2012).
Como el monarca, tampoco el republicano Julio Anguita deja de mentar a la quimera. Se van haciendo todos muy mayores, y se acuerdan mucho de lo que Umbral llamó Santa Transición, pero más que nada se ve que sienten nostalgia del viejo Homero y su espantosa Quimera (Odisea, VI, 180). En 1993 Anguita iba por Asturias, disparando mítines desde las trincheras de la campaña electoral. Se cargó el hombre de razones y distinguió entre quimera y utopía: «yo asumo la utopía porque sin utopías el mundo no habría avanzado; no hablo de quimera, que es otra cosa» (El País, 23-5-1993). Lo utópico no sería entonces una palabra, sino algo resultón o realizable; como se dice ahora, un proyecto de futuro. Otra de esas redundancias tontas: nexo de unión, memoria histórica, elefante paquidérmico… Y así. Pasaron los años y Anguita seguía —esto era antes la definición de un conservador— en lo mismo: «La Utopía es una nostalgia de futuro […]. Muchas veces se confunde interesadamente Utopía y Quimera y son cosas totalmente diferentes» (Revista Utopía, 2008). Erre que erre. Anguita es que es mucho de erres. Poco antes de ser elegido secretario general del Partido Comunista, rechazaba el cargo de modo «irrevocable, con erre de perro». ¿Anguita también desdiciéndose? En quién vamos a confiar…
Yo creo que quimera es mentar en un mitin al Guzmán de Alfarache (1599-1604) de Mateo Alemán y esperar que alguien se entere: «con la crisis, el paro y los subsidios se vuelve», decía Anguita en su homilía asturiana de 1993, «a la sociedad […] del Lazarillo de Tormes, de Guzmán de Alfarache, de la sopa boba, de los pícaros». En todo caso, quimera y utopía proceden de la mitología y la metafísica, esa rama de la ciencia ficción, según más o menos sentenciara Borges. Voces son, pues, de la amplia cosecha literaria. Por eso evidencian la curiosa percepción humana de la mentira. En un texto literario, la mentira es admisible y hasta un requisito. Aunque los teóricos finos lo llaman el pacto con el lector, ya sabemos de qué va. Literatura es cuando el receptor, que es persona que gusta asimismo de hablar, susurra al oído del autor, con imperceptible movimiento de labios: «Miénteme mucho, amor». Sabe pues el lector que todo es ficción. Parece ser.
Pero no se lo pierdan: fuera de un texto literario, en un programa electoral, pongo por caso, la mentira es reprobada. Se supone. No, se sabe: porque el personal, que de por sí es memorión, deja de votar a quien le mintió. ¿Que no? Inimaginable es por eso que las gentes bien y de orden que apoyan a Convergència susurren al molt honorable: «Miéntenos más, Artur, sigue despistando con Quebec y Puerto Rico mientras piensas en la ex República Federativa de Yugoslavia». ¿Que sí es imaginable? Entonces, del seny del buen payés, ¿qué se hizo?
Siempre tan reflexivos, responsables y estudiosos de los respectivos programas que los partidos preparan pensando no más que en el bien común, los votantes nunca son ciegos acarreados por una «persona o animal que guía a otra necesitada de ayuda», que es como define la sabia Academia la voz lazarillo. Que deriva del diminutivo «de Lázaro, protagonista de la novela Lazarillo de Tormes».
¿Novela el Lazarillo? ¿Pero no era una epístola a Vuestra Merced? A estas alturas de mi vida y de la Literatura de la Historia, es que dudo de todo. Menos mal que del Rey abajo, los españoles de pro —que como Pujol, Mas o Anguita tan alto hablan en el bar, el Parlamento, la manifa y el mitin— están al loro y lo tienen muy claro.
Incluso Rajoy, que va —no le dejan a uno ni fumar tranquilo el puro, mire usted, purita algarabía de mundo— que se diría que no se entera.

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