viernes, 8 de febrero de 2013

IV, 11. Funcionario del Partido

El leninismo ha quedado como forma de organizar sectas políticamente. Al resultado se le llamó partido. El Partido. Setenta años de difusión masiva de su obra a cargo del Estado dentro del Estado, es decir, del Partido, terminaron por convencer a los ya convencidos de que Lenin era un intelectual. No: fue un propagandista, un disciplinado alborotador que escribe de los hechos que vivió y provocó, un estratega formidable. No un pensador. Ni a las suelas llega de los botines londinenses de Marx.
Setenta años de propaganda del propagandista conformaron el estereotipo semántico leninismo: la doctrina de Lenin. Sin embargo, no hay doctrina, sino adoctrinamiento, en la obra del fundador del Estado soviético. Sus explicaciones suelen resultar baladíes, propias del hombre de acción que era. Lo suyo es relatar y novelar el éxito de conquistar el poder: con una organización, el Partido, militarmente disciplinada, religiosamente inmune a la duda, sectariamente ciega y decidida. Con tal instrumento, a Lenin no le fue sencilla la toma del poder —objetivo no último, sino único, del leninismo—, pero buscó audaz, tenaz y consecuente la oportunidad y la suerte. Y las encontró.
Ya digo: el leninismo es una forma de inculcar sectarismo del bueno a un grupo político para que se haga con el poder y lo sepa mantener. La más duradera creación intelectual de Lenin es este concepto de partido, que lleva un siglo triunfando en la Europa continental, y después en las postcolonias europeas de África y Asia. Lo de menos, si la ideología del partido es de derechas, de izquierdas o mediopensionista. Lo que importa es el Partido. Un instrumento sólido y sin fisuras, que no permite la discusión interna, porque no admite cuestionar las directrices de la dirección. Y porque se diluiría —como el PCUS— con glásnost y perestroika. El leninismo es la militarización de la política; el Partido, su férreo cuartel: obediencia debida, cadena de mando, jerarquía orgánica. Cuando alguno de los eslóganes a que se reduce el pensamiento dentro de su comunidad se pone en entredicho, se activan las autodefensas: la expulsión, la purga, el gulag, el asesinato. Para —y por— el Partido vale todo. El instrumento se transforma en fin.
Hágase pues lo preciso para conservar el Partido y su poder. Como mínimo, mentir. Cuando Carlos Floriano, vicesecretario de no sé qué del PP, se descolgaba el otro día aseverando que no se puede largar a un presunto corrupto que sigue en nómina del Partido, tiraba de manual en su explicación, que, aunque leninista o mendaz, le salió balbuciente y chapucera: «El Estatuto de los Trabajadores ampara los derechos de los trabajadores», y como «el señor Sepúlveda es funcionario de esta casa» y «los imputados no pueden ser despedidos legalmente», pues «no hay nada raro», y «sigue trabajando en esta casa porque trabaja en esta casa». Al fin, Floriano puso cara de iluminado, de haber hallado el argumento definitivo, y se animó: «estar imputado no es una causa objetiva de despido», porque echas al de cantimpalo ese y va «el magistrado y te dice: “Este despido es improcedente; ahora, lo readmite”». Pues podría el PP haber recogido la imputación como causa objetiva de salida forzada, al menos del mercadeo político, cuando reguló la nueva ley de despidos baratos-baratos que —algo así se sostuvo— iban a reactivar la economía pero que bien.
Algo paranormal pasa en la santa sede del PP cuando un dirigente se suelta la melena y se dispone a hacer pedagogía política, que dicen hoy los requetecursis. Algo pasa en ese estradillo genovés. Allí, por ejemplo, hemos visto patinar a la tenue y etérea Ana Mato, que NS / NC de su ex, el señor ese del que ahora nos enteramos que es funcionario de la casa o la cosa o la Cosa Nostra. La conciencia leninista de que el Partido es un Estado dentro del Estado hace a Carlos Floriano, vicealgo del ala más leninista del PP, convertir al aludido en funcionario del Partido. Y apenas pestañeando. No les extrañe este desparpajo, aunque intermitente.
Tampoco les extrañe la expresión leninistas del PP. Solo un pensamiento paradójico, superador de los rancios estereotipos, puede dar razón de una realidad que es todo menos simplonamente binaria. Siendo —sostuvo Horacio— cuidadoso y diestro (tenuis cautusque) al unir palabras, podrá hallarse una hábil combinación (callida iunctura) que a una voz ya sabida (notum verbum) dé un carácter innovador (novum): «In verbis etiam tenuis cautusque serendis / dixeris egregie, notum si callida verbum / reddiderit iunctura novum» (De Arte poetica, vv. 46-48).
El señor que más debiera preocuparse por el estudio del latín, lengua en que se formularon ya todas las claves, pasa de pronto por aquí —no hay vez que no lo haga— y como ministro que le dicen de Educación profiere la siguiente pedantería: «no estamos siendo eficaces a la hora de mandar señales» (¿luminosas, acústicas, de humo?) «a quienes entran en el mundo universitario», porque se trata de «inculcar» (más leninismo de derechas) «a los alumnos universitarios a [sic] que no piensen en estudiar solo lo que les apetece», «sino a [sic] que piensen en términos de necesidades y de su posible empleabilidad» (Abc, 4-2-2013).
Trazado queda así el idóneo perfil de los jóvenes ágrafos que sin apenas estudios, y muchos sin acabarlos, se pliegan a la empleabilidad de nuestros Partidos —leninistas aún, y por muchos años—, por los que trepan no menos cegados que obedientes. Ya saben: inculquen a los futuros universitarios que cursen los provechosos y aprovechados estudios de los carromeros y las pajines. Graduados en prometedoras titulaciones de la nada.
Y afortunados funcionarios de Partido demoaristocrático.

3 comentarios:

  1. Excelente como siempre. Mi percepción, de todos modos, es que el leninismo se ha viciado y nos hemos quedado con las sobras que se han podrido con el paso del tiempo. Tuvo su justificación en un lugar donde el capitalismo no se había desarrollado y por lo tanto la extinción del Estado que preveía Marx no sería en un corto periodo de tiempo –pues necesitaban las infraestructuras capitalistas (estadio previo a la revolución) para desarrollar el comunismo en sí–, y de esta forma la "dictadura del proletariado" se alargó y alargó tanto que acabó deformándose en "dictadura sobre el proletariado". Eso es lo que hemos heredado del leninismo, la deformidad de su pensamiento, un sistema en el que El Partido vive en la acracia, pues no rinde cuentas a nadie, y nadie parece preocuparse por exigirle nada. La propaganda nos afecta hasta tal punto que convivimos con normalidad con las falacias y se nos ha anulado la capacidad de reflexión, incapacitándonos de ver más allá de un puño y una rosa, una gaviota, una hoz y un martillo, o lo que se les ocurra poner.

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  2. Con atinado tono, describes sin criba a funcionarios no fungibles del partido podrido, señalas con saña a la balbuciente ministra que va de babosa dama boba y citas las incautas ocurrencias de un ministro artero y hortera; y es que cuando leo y escucho los sucesos sucios que acontecen en nuestro patio patrio me altero y me "alitero". No lo puedo remediar.

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