viernes, 22 de febrero de 2013

V, 13. Profecía con freno y marcha atrás

Iba recordando, si se acuerdan, cierta profecía parvularia de 1998. Que cómo serían la cultura y el ocio en el siglo XXI, me habían preguntado entonces. La cuestión ya encerraba su correspondiente gato: hay gentes que identifican, sin matices, cultura y ocio. Ojalá. Yo, como si nada, me lancé a la piscina. Es que suele gustarme:

La cultura seguirá siendo lo que da sentido a la vida, por generar sus claves de interpretación. Sucede, de todas formas, que la nuestra es ya una cultura bastante vieja. Rasgo de ancianidad es contemplar la vida con escepticismo y distancia, poniendo en evidencia las trampas, los guiños, los mecanismos y la retórica de todo: la literatura y la filosofía de Occidente llevan un siglo haciéndolo; la lingüística, negando toda capacidad prescriptiva a la gramática; la teoría literaria, algunas décadas deconstruyendo lo que encuentra a su paso. Un anciano no cree ya nada a pies juntillas, frente a lo que acostumbraba cuando joven. En el siglo XXI lo único seguro es que nuestra cultura será aún más vieja, y por tanto se hará más niña: más juguetona y burlona. Los mitos se habrán desplazado definitivamente a otras áreas más jóvenes y joviales: tales la ciencia, la economía o los medios de comunicación, para los que seguirá habiendo creyentes y clientes.

Llegados a este punto, ya saben que les sugerí que, por militar en el bando racionalista, solo con desconfianza puedo ver a los videntes. José María, antañón amigo y compañero de fatigas estudiantiles en la Universidad, con quien me he reencontrado virtualmente gracias a estas Literaventuras, comentaba aquí, atinado, que «es preferible seguir el devenir y no buscar el porvenir». Y oportuno asociaba sus palabras a las de Cicerón, Mexía y Montaigne, coincidentes los tres en denunciar las profecías, tan faltas y falsas las pobres. En 1998 sostenía el siguiente de los párrafos de mi parrafada:

Me parece que predecir es redefinir el pasado, de modo que quienes desconocen la historia se aventuran a predecirlo todo. Pero como enseñó entre nosotros Juan de Mena, la rueda del futuro, «cubierta de tal velo», permanece entre tinieblas, pues lo que haya de pasar «saberse por seso mortal non podiera» (Laberinto de Fortuna, 59). Más modesta que la predicción, y por eso más realista, es la proyección de las tendencias presentes. Y sobre ellas quisiera, modestamente, hablar.

Hace casi un año, de manera no demasiado incoherente con lo anterior, se me ocurrió referirme al porvenir así: «el futuro que se resiste a ser predicho, pero al que se le ve el plumero» («V, 2. En resumen»). O sea, que muy a su pesar algo se va sabiendo del futuro, a poco que se esté atento al presente y, claro, a lo mil veces repetido en el pasado. ¿Y qué tendencias apuntaban por 1998?:

Cultura es ya palabra que todo lo nombra, lo cual es modo de no significar nada. De hecho, funciona como apósito de otras voces, a un paso casi del epíteto: Cultura y educación, cultura y ocio, cultura y deporte, cultura y turismo… Da la impresión de que la cultura se entiende como una etiqueta cuyo único significado es el prestigio. Un comodín que realza y ennoblece a su socio en el sintagma. Pareciera que esto no va a cambiar en un futuro próximo, entre otras cosas porque las minorías profesionalmente dedicadas a la cultura siguen emperradas y encerradas en sus torres de marfil, con frecuencia despreciando la aplicabilidad de su trabajo; porque las minorías profesionalmente dedicadas a la política desconocen que la cultura es herramienta para entender y modificar la vida, y sólo quieren saber de ella como instrumento demagógico para buscarse la vida, es decir, los votos; y porque las mayorías siguen reverenciando a la cultura como algo sacro, etéreo e incomprensible: ajeno, pues, a lo humano o al menos a lo cotidiano.

No extrañará por tanto que los demagogos y las mayorías sostengan a una que la cultura no debe costar: ni esfuerzo ni dinero. Que sea gratuita. ¡Ah!, y divertida, porfa. Los primeros se aprovecharán de ella, en todos los sentidos menos en el de cultivarse, y las segundas seguirán dándole la espalda. Lo que, por ser gratuito, no requiere esfuerzo, se degrada irremediablemente.
Pierde valor. Y vigor.

1 comentario:

  1. Sabia y razonada predicción que fue, es y será. Lo que denominamos cultura requiere cultivo, conocimiento y entretenida dedicación. La cultura se comparte, no se reparte; se difunde, no se confunde y se preserva, no se reserva. Lo difícil es conseguir que la mayoría "despierte" y disfrute sin vulgarizarla ni degradarla. Nuestro Juan de Mairena nos dice:

    "la cultura vista desde fuera....puede aparecer como un tesoro cuya posesión y custodia sean el privilegio de unos pocos; y el ansia de cultura que siente el pueblo, y que nosotros quisiéramos contribuir a aumentar en el pueblo, como la amenaza a un sagrado depósito, la ingente ola de barbarie que lo anegue y destruya. Pero nosotros, que vemos la cultura desde dentro, quiero decir desde el hombre mismo, no pensamos ni en el caudal, ni en el tesoro, ni en el depósito de la cultura, como fondos o existencias que puedan repartirse a voleo, mucho menos ser entrados a saco por la turba indigente. Para nosotros, difundir y defender la cultura son una misma cosa: aumentar en el mundo el humano tesoro de la conciencia vigilante. ¿Cómo? Despertando al dormido."

    O sea, excitar, remover y provocar conciencias como haces en tus excelentes "Literaventuras"

    ResponderEliminar