martes, 15 de abril de 2014

XI, 3. En el día de ayer

Fue un Catorce de Abril. Como el de ayer, un día y un notición. Alterando la sangre por doquier, de entre las nieves y los fríos alumbró la primavera la Segunda República Española. A duras penas brotando, abriéndose paso por la maleza inerte e injusta del cainismo atroz, del cantonalismo gallináceo, del caciquismo egoísta, la espléndida flor de la República ciudadana: respetuosa, laica, democrática. Un regalo. Y otra oportunidad desperdiciada.
Seguir negándolo en estos días de procesional pasión tricolor, es contrario al razonable ideal republicano: una mayoría fue arrancando, apresurada, desatinada y con violencia, los leves pétalos al Sexenio de esperanza. Católicos de hastío, trabuco requeté y sacristía; revolucionados socialistas de armas tomar; monárquicos varados en rancios salones de espejos; conservadores nostálgicos de un espadón de antaño; nacionalistas reaccionarios que inventaban, bífidos y bilingües, la Edad Media; anarquistas de utopía fulgurante y fusilera, y aquellas dos ramas de la superstición totalitaria que, muy siglo XX, se propusieron con éxito industrializar la muerte: fascistas y estalinistas, que iban poniendo a punto sus fábricas de terror para clonar, con escombros, escoria y esqueletos, al Hombre Nuevo, ese autómata obediente. Esta variada mayoría logró su común empeño: destruir la República, esa provocación a la barbarie que fue y que es y que será, sin descanso ni cansancio, la República de ciudadanos libres y orgullosos de una ley digna por respetuosa, laica, democrática.
La barbarie española de aquellos años no fue muy distinta de la europea. Si acaso, con sus peculiaridades: una costumbre arraigada de aislarse del mundo para asolar la propia casa, y el cultivo persistente de un franciscanismo guerrero. ¿Oxímoron? Claro: muéstrenme otro recurso más apropiado para tratar de nosotros los españoles, hidalgos ácratas. Del aislamiento cainita bastará con decir que cuando Mambrú se va a la guerra o Johnny coge su fusil es para enfrentarse a otros desventurados de países extranjeros; en nuestro caso no: desde 1701 hasta 1939, seis guerras civiles nos ejercitaron en la tarea de odiar al otro sin tener que salir de nuestras fronteras, así que, todos a una, OTAN, de entrada no. Neutrales que te pasas y ciudadanos del mundo a tope. De las guerras globales pasamos, que ya tenemos lo nuestro montando la mundial aquí dentro con nosotros mismos recogidos en nuestra propia mismidad.
¿Y el franciscanismo guerrero? Una conjunción nominalista, por aquellos años trágicos, de astros de todos los colores: Francisco Franco, general cuartelero; Francisco Largo Caballero, mimador de milicias y ministro de la Guerra; Francesc Macià, teniente coronel de esos que se revuelven al saber que nunca alcanzarán el generalato. Y los francotiradores de esos tres tristes traidores a la República, apellidados los pacos: onomatopeya del ruido del fusil cargándose. En el día de hoy seguimos conviviendo con plomazos partidarios de tales sectas franciscanas. Siempre habrá alguno de ellos que te tilde de facha, de rojo o de centralista. Es como en Argentina con la variada fauna de los peronistas, tipos que, como dicen que decía Borges, no son ni buenos ni malos: resultan simplemente incorregibles.
Pertenecer a una secta —que suele ahora ser política— impide sonreír o razonar, atributos humanos; también, distinguir la realidad de la ficción. No sé: Pilar Primo de Rivera, fascista, se encorajinó lo suyo («desautorizo absolutamente todo lo que en esa desagradable novela se inventa sobre mí», El País, 18-2-1977) cuando Jesús Torbado publicó En el día de hoy (1976), que relataba el año y pico transcurrido entre la derrota militar franquista de 1939 y el preludio de la invasión hitleriana de España. Una ucronía. Cuyo argumento resulta ficticio, claro, pero cuyo desarrollo puede convertirse en un laboratorio de historia. Y cobrar poder predictivo. Como ese fragmento que encuentra J. Santiago («Ucronías sobre la Guerra Civil») en Anales de la IV República, de Ramón Sierra: tratando de la Confederación de Estados Europeos, Sierra relata, en 1967, que «se acuñó una supermoneda, el Europeo, que poco a poco se fue abriendo camino».
Otra fiesta ucrónica la de ayer, como cada 14 de abril. Viva la República, coreaban —al decir de los periódicos— las procesiones laicas. Vivirá cuando la mayoría decida atender «el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, piedad, perdón», extraordinarias palabras del Presidente Azaña. Cuando cada ciudadano se reconozca en los demás y con ellos decida tener, por tanto y por fin, la fiesta en paz.
Y ya puestos, con salud, razón y libertad.



No hay comentarios:

Publicar un comentario