Tengo
para mí que, en los apuntes de García y Bellido sobre la covada descrita en la Geografía de Estrabón, estamos ante el
afán de un historiador del siglo XX por justificar a un viejo colega. Un afán
que asimismo pudo haber movido, en la primera centuria de nuestra era, al
geógrafo griego. Porque Estrabón, que se ve que también creía en la
verdad de todo lo que, yaciendo en ella, pervivía en escritura, hubo de
corroborar historiográficamente un fragmento de cierto poema épico: la forma
literaria más próxima a la historia. Y, andando los quinquenios, a la novela.
Me
explico. Para lo cual he de remontarme algo más en el tiempo. Hacia el siglo
III a. C., Apolonio de Rodas había dictado, en el canto II de El viaje de los Argonautas, unas
palabras que transcribo según la traducción de Carlos García Gual (Madrid, Editora
Nacional, 1983, pp. 123-124):
Más allá, a poco
de doblar el monte de Zeus Ceneteo pasaron salvos el país de los Tibarenos.
Allí cuando las mujeres dan a luz a sus hijos, son los maridos quienes gimen
echados en la cama, con la cabeza vendada. Ellas en cambio los cuidan, a los
hombres, con alimentos y les preparan los lavatorios del parto.
Este
pasaje de Apolonio nos sitúa ante la misma práctica de la covada que el
correspondiente de Estrabón. Y además nombra a los tibarenos, pueblo también
citado en el comentario de García y Bellido. Hasta aquí todo es verosímil —que
es como se llama, puestos a construir o hacer poesía, lo que en la calle se
dice posible—: susceptible pues de
yacer en escriptura. Muchos sucesos
efectivamente acaecidos parecen inverosímiles; por el contrario, hechos que pudieron
haber pasado, o las «cosas que pudieron ser» de Lope de Vega, resultan verosímiles.
No extraña que los científicos del saber y la literatura levanten hoy, apenas reformulando
el viejo plan aristotélico, una teoría delos mundos posibles.
En
este cruce de verdad y ficción, de historia y épica, lo más fácil es mezclarlo
todo. Por ejemplo: el fragmento de Apolonio se inserta en un trecho textual que
frecuenta el viejo tópico del mundo al revés: los impossibilia que empleó Horacio, otro aristótelico. En efecto,
Apolonio de Rodas añade, algo después de sus versos sobre la covada tibarena,
otros sobre la «extraña ley y costumbre» (sintagma semejante al empleado por
García y Bellido) de los mosinecos: lo público lo convertían en privado —como
ciertos burócratas actuales— y, lo que más espanta al poeta, viceversa (un tipo
de viceversa bastante bien dibujado por el número sesenta y nueve): «como cerdos en el
campo, sin cuidarse ni un poco de los presentes, se unen por tierra con las
mujeres en trato sexual común» (p. 124). De la cultura hippy a la orgía final de El
perfume, de Patrick Süskind, nada nuevo bajo el sol.
Entonces,
mi hipótesis (ese enunciado que debe ser al menos científicamente verosímil),
es que pudo haber sucedido lo
siguiente: en su contrastada Geografía,
Estrabón pretendió justificar, unos siglos más tarde, aquellos versos
que había encontrado —y quizá imitado en sus tiempos de formación— en un viejo
poema épico. Se trataría, entre otras cosas, de no dejar en feo a Aristóteles,
pues la covada es verosímil. García y Bellido, seguramente fascinado por el
poder de la anécdota, y quién sabe si convencido del principio clásico —solo se
escribe lo verdadero—, la sostuvo y no la enmendó dos mil años después de
su glosado Estrabón.
Apoya
esta conjetura —o juego de la imaginación— el uso literario de la anécdota, según
se ha comprobado en los casos de Cunqueiro
y Pérez de Ayala. A quienes habrá que volver, para acompañarlos con más textos
y glosas, en próximos apuntes.
Se aprecia con sutileza ecos de la covada con otro escritor astur ( aunque nacido por accidente en Zamora) en su novela "Su único hijo". En el capítulo XVI se describe el nacimiento del hijo de Emma, mujer hombruna y voluptuosa (no confundir con la Bovary). El padre de nombre Bonifacio, persona apocada y un tanto ridícula, durante el parto se mete en la cama y se siente "demasiado pasivo, desairado" con ganas de "intervenir directa y eficazmente en aquel negocio"; se sentía inútil, poco participativo. No puede descansar hasta que "allá en sus adentros, no sabía dónde, Bonis sintió un dolor espiritual, como una protesta, y en los oídos se le antojó haber sentido como unas burbujillas de ruido muy lejano, hacia el cuarto de su mujer; una cosa así como el lamento primero de una criaturilla".
ResponderEliminarCreo que Clarín de modo inconsciente refleja retazos de esa insólita e imaginaria costumbre. La conocía de oídas pero no da certeza de su existencia, Por tanto sugiere y no lo manifiesta con claridad.
(Por cierto, me ha agradado que recordaras a El Caballero Audaz y sus entrevistas. Si puedo, y consigo vencer mi pereza, ya te contaré en otro lugar).
Un abrazo.