sábado, 7 de febrero de 2015

IX, 24. Bazar de serpientes, dragones, cocodrilos

Las serpientes, decía, se arrastran por todos los suelos y los textos todos. El mismo reptil, seguramente, que el Ahrimán mentado por Volney, pudiera ser ese Tifón, hijo de Gea y Tártaro —ahí es nada—, al que se refiere Hesíodo en la Teogonía, 820 ss.: «de sus hombros salían cien cabezas de serpiente, de terrible dragón». Este engendro, de cuyas «cabezas brotaba ardiente fuego», luchará contra un dios solar o de la luz, que ese resulta su oficio mayor. Sí, lo han adivinado: Zeus.
Los griegos, cuya experiencia en combatir contra el caos de la irracionalidad fue ardua, pionera y fantástica, reclutan en tantos de sus mitos a personajes que se relacionan con el serpenteante animal: Delfine, dragón mezcla de serpiente y de mujer (explosiva y curvada mixtura, con razón reiterada y más —qué les voy a contar— que atrayente); Ladón, el dragón guardián de las manzanas del jardín de las Hespérides (otro Paraíso, y van ya…); el asimismo dragón, centinela del vellocino de oro, que Apolonio de Rodas se detiene a describir en El viaje de los Argonautas; la serpiente Pitón, perseguidora de Latona a instancias de la celosa Hera, y con la que acaba Apolo (el enésimo dios solar) para vengar a su madre; el hidro o serpiente de agua que mata a Eurídice; Cadmo y Harmonía, convertidos —faltaría más— en serpientes...
Fundamentales ellas y los cocodrilos —tan frecuentes entre la fauna del Nilo— en el Libro de los muertos egipcio, cuyos sortilegios XXXI-XXXVI proporcionan remedios para rechazar a los Espíritus con Cabeza de Cocodrilo y a los Demonios-Serpientes, no menos que para evitar sus mordeduras y para no ser devorados por ellos. Además, Nut atacará a los demonios-cocodrilos (LXXX).
El eterno combate dios-héroe / serpiente-cocodrilo configura una estructura arquetípica que se reconoce en la lucha de Perseo y Cadmo contra los dragones, en la de Hércules contra la Hidra de Lerna, en la de san Jorge contra el dragón, en la de Lagrofón contra el monstruo Endriago. También para la mitología egipcia, la serpiente se constituye en la encarnación del Mal, que tiene un nombre: el dragón Apopi, el mayor enemigo de Ra. En el sortilegio XXXIX del Libro, Ra pelea contra Apopi, como después se enfrentará a las serpientes (CVIII). El mismo arquetipo de lucha entre la luz y las tinieblas.
Y es que Apopi no destruye la capa de ozono, pero casi: agujerea el firmamento de Ra, desencadena las tempestades y devasta el Orden Cósmico (CXXX), que —cómo no— deben restablecer los dioses. El imperativo para estos es claro: «¡Destruid al Enemigo, el Dragón!» (LXXXIX). La serpiente Rerek, prima hermana de las que vamos sorteando, trituraba a los muertos con sus fauces, impidiéndoles llegar al Campo de los Bienaventurados (CXLIX, Séptimo Iat). Es decir, la serpiente les privaba del Paraíso.
Indra, dios supremo védico, acabará también matando a Vrtra, la serpiente-demonio (Rigveda, himnos 32, 1; y 56, 5-6). Apolo, dios del sol, se enfrentará a la serpiente Pitón, según transmite, entre otros, Ovidio en el Primero de sus Metamorfosis, 416 ss. Pitón atesoraba asimismo la capacidad de conocer el futuro, de lo que se hizo eco el buen fraile Feijoo, quien se refiere al espíritu Pitón o espíritu diabólico: «en varias partes de la Escritura se habla de hombres y mujeres que tenían el espíritu Pitón, que es lo mismo que espíritu diabólico divinatorio» («Profecías supuestas», Teatro crítico universal, II, 4). La serpiente, pues, es el diablo. Ahí queríamos verla, sobre su cambiante piel una científica bata blanca para laborar en la premonición, adivinanza o predicción de la legislación cósmica. Que es que la ciencia viene siendo cosa del demonio…
El arrastrado animal fue adquiriendo, fundadas ya nuestras civilizaciones, una significación de poder negativo que se opone a los dioses del bien y de la luz: Tiamat engendró monstruos-serpiente cuando se enfrentó a las fuerzas del bien, según narra el Enuma Elish (II, 4); en este mismo poema babilonio —y en gesto que reconocemos a poco que leamos despacio—, a Marduk se le augura que muy pronto pisará el cuello de Tiamat, la serpiente (II, 113), análogamente a lo que Yavé dirá, siglos después, a su maldito roedor —digo, reptil—, la mascota que le dará a él sentido: la mujer «te aplastará la cabeza» (Génesis, III, 15); Hesíodo el griego relata asimismo que las Gorgonas y la Discordia, en vez de cabellos, lucían serpientes requetepeinadas con permanente, y de la Quimera afirmará que es terrible monstruo, una de cuyas cabezas es como la de la serpiente; Frazer registra que los humis, pueblo del este de la India, aseguran en sus tradiciones que una serpiente iba devorando a los primeros hombres creados por Dios, hasta que a este no se le ocurrió nada mejor que formar un perro que alejó al reptil, espíritu maligno; ejemplos análogos recolecta y desperdiga Mircea Eliade; recordaré, por último, cómo unas serpientes matan a Laocoonte y a sus hijos, lo que —ay del efecto mariposa— propiciará la caída de Troya, según el veraz Virgilio en el Segundo de la Eneida. Estamos, ya digo, rodeados de serpientes: el nombre universal de nuestros fantasmas, frustraciones o miedos.
Que tan peligrosos nos hacen.


No hay comentarios:

Publicar un comentario