domingo, 1 de febrero de 2015

XI, 5. «M. C.»

Para Mavi, que también lo tiene muy claro

Llevan una temporada de obras en no sé qué iglesia de Madrid. Si fuera del Toboso, los expertos que hurgan el sacro subsuelo, tras arremangarse y quitarse sus cascos con relucientes bombillas, ya habrían declarado: «con la iglesia hemos dado, Sancho» (Quijote, II, 9), que es lo que dice el texto cervantino. Se fían muchos, antes de vencer el perezón de leer, de lo que oyen al primo de una cuñada que tiene un conocido que una vez pasó la vista por unas páginas de Cervantes, y siguen erre que erre con eso de que «con la Iglesia hemos topado, Sancho». Suele pasarnos: un texto no debe aportar nada nuevo, sino confirmar nuestros prejuicios. Ahora, andan treinta intrépidos buscando la momia de Cervantes porque otros osados les han asegurado que, escarbando un poco en no sé qué iglesia, la encuentran seguro: supongo, pues, que topar no sólo significará ‘dar de bruces’, sino ‘ir haciendo el topo’. Con un georradar, un pañuelo de cuatro nudos y variados cacharros de picar criptas.
Sucede que esas obras me pillan leyendo, y el georradar de los indianayones hace un ruido mediático —no podía ser menos— de cojones. Que no me puedo concentrar. No sé si tengo que reclamar a la señora que sigue fingiendo que alguna vez fue alcaldesa de Madrid, porque lo mismo está arreglando los embotellamientos de la gran ciudad y no me va a prestar atención, amén de que quien suscribe no anda ya empadronado allí. De modo que me limito a postear un rato. A ver si mientras dejan los antroperarios de molestar a los vecinos.
Cuentan fuentes bien informadas —que es así como tienen la enorme suerte de encontrarse siempre las papelas periodísticas a sus fuentes—, que el nicho número 1 de la cripta embrujada, explorado por «el equipo que busca a Miguel de Cervantes», está hecho unos zorros, pero «casi al primer golpe de piqueta» dio a luz un féretro que lleva las iniciales «M. C.» (Abc, 26-1-2015). No es por fastidiar, pero el equipo debiera saber que donde se encuentra a Cervantes es en una biblioteca; aunque comprendo que cogerse el autobús, llegar al depósito de libros, fatigar los catálogos, esperar a que te traigan el pedido y encima, para rematar la faena, ponerse a leerlo, es un pestiño. ¿Y el recurso, sin embargo, de indagar en webs de cómodo acceso? Un suponer. Entre nosotros quede que, con un par de clics, el equipo se habría ahorrado la húmeda trabajera y los sudores de acarrear palas y piquetas. Mas como hay gente para todo, tras «nueve meses» de gestación en «las entrañas» de la iglesia en cuestión, ahora es cosa de cepillar la carcoma, casar huesos propios del sudoku de la momia, descartar los ajenos de sus compañeros de ultratumba y comprobar si estamos ante un parto en condiciones o uno de los montes, toda vez que las conclusiones aún no son «definitorias» (El Mundo, 25-1-2015), que los científicos es que hablan así. Los dedos cruzados para que al final las iniciales «M. C.» no correspondan al Mester de clerecía, al Movimiento Comunista, al Ministerio de Cultura o a Mario Conde. Nos subiría un sofocón.
Añade esta última noticia una frase emocionante: «Ataviados con monos blancos y un silencio sobrecogedor, los expertos comenzaron el sábado las labores de búsqueda de esta segunda fase». Como quien les escribe tiene la manía de relacionar, no sólo se acuerda de los encuentros en la tercera fase —la definitiva, e iba a ser entonces por focos—, sino que agarra, se levanta y saca de los anaqueles de su biblioteca un ejemplar muy subrayado del Quijote. Porque este uso de trasegar con muertos y ánimas qué va a ser nuevo.
Ya saben: por vencer el aburrimiento de su vida aldeana, Alonso Quijano se había disfrazado de caballero andante. Tras ponerle venga de guasaps a Dulcinea, que ni los leía ni los contestaba, iba don Quijote desatinado y desatado, pues los amores no correspondidos hacen pensar con el corazón, si no con la otra cabeza. Es así que inventa la «aventura» «con un cuerpo muerto» (I, 19). Con lo fácil que le hubiera sido a Dulcinea ponerle un mensajito… De haber existido, claro. Pero es como la vida una novela: todo complejidad y perplejidad. Igual que montar un mueble de Ikea. Apenas en un par de loci amoeni desaparecen las dificultades: los anuncios de perfumes y los programas políticos. Luego ya, con unas prisas y sin pausa alguna, la realidad o las novelas nos ponen en nuestro sitio.
En una de las gamberradas que lo liberaban del aburrimiento, la falacia de lo sencillo y el desamor, don Quijote, «la noche escura», se topa con «gran multitud de lumbres, que no parecían sino estrellas que se movían». Tal que los indianayones saliendo de sus criptas y grutas con las bombillas encendidas en sus cascos. La reacción del Caballero de la Triste Figura, la habitual: «debe de ser grandísima y peligrosísima aventura, donde será necesario que yo muestre todo mi valor y esfuerzo». La de su hambriento escudero, también: «si acaso esta aventura fuese de fantasmas, como me lo va pareciendo, ¿adónde habrá costillas que la sufran?». Muy pronto descubrieron ambos en qué consistía la comitiva que se acercaba:

hasta veinte encamisados […] con sus hachas [‘antorchas’] encendidas en las manos, detrás de los cuales venía una litera cubierta de luto, a la cual seguían otros seis de a caballo […]. Iban los encamisados murmurando entre sí con una voz baja y compasiva.

Lo pareciera, pues: los casi treinta adeptos al georradar que busca la momia de Cervantes, «ataviados con monos blancos y un silencio sobrecogedor», según la Prensa de hoy. Estos otros, sin embargo, resultaron ser clérigos «encamisados» con vestiduras blancas que se colocaban sobre la sotana. Pero teniéndolos por «cosa mala y del otro mundo» y «para castigaros del mal que fecistes», don Quijote los atacó. Escaparon los expertos en momias y funerales como pudieron, excepto un pobre Alonso López, «natural de Alcobendas», quien, rota la pierna, se explicó como pudo:

vengo de la ciudad de Baeza, con otros once sacerdotes, que son los que huyeron con las hachas; vamos a la ciudad de Segovia acompañando un cuerpo muerto que va en aquella litera, que es de un caballero que murió en Baeza, donde fue depositado, y ahora, como digo, llevábamos sus huesos a su sepultura, que está en Segovia, de donde es natural.

Hay quien sostiene que este episodio del Quijote alude a otro trasiego de huesos, los de Juan de la Cruz, futuro santo. Sea como fuere, los georradares y la Prensa de entonces hacían menos ruido, así que Cervantes pudo concentrarse para leer y escribir. Esto último, de tal manera que aún no ha muerto.
Así que la osamenta del nicho número 1 muy difícilmente será suya.


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