Para Maria Llopis,
que megusteó el spoiler
Vaya
por delante que aprecio, y mucho, la escritura inteligente y provocadora de Fernando
Iwasaki cuando va en plan crítico literario o cultural. Por caso: «La polla de
Cervantes. Consideraciones sobre cómo la remetería y qué pajillas echaría»
(2005), uno de esos trabajos que, de vez en cuando, introducen el aire fresco de
las bienhumoradas plazas en la bibliografía académica, aquí referida a la literatura sexual. Sin embargo, ya saben que en
español (lengua que llaman así en todos los sitios, excepción hecha de España)
el giro vaya por delante es uno de
esos anunciadores —y por tanto destructores— de la intriga que la gramática,
tan miope y atenta en exclusiva a los huesecillos de un idioma, no es capaz de explicar.
Ya se lo digo yo: el giro anticipa que por detrás viene, según es costumbre, el
postre. Eso que Iwasaki llama «dar por cubo» en su artículo «Las bragas de
Pitágoras. Teorema en torno al erotismo y la pornografía» (1996). Donde de
pasada (p. 111, n. 5) se menciona al amante hortera Carlos de Inglaterra, que
fue ya asunto de un par (IV, 2 y IV, 3) de literaventuras.
Se
pueden hacer una idea de «Las bragas de Pitágoras» en un blog que reproduce el fragmento clave
de un texto que geometriza, con solera y originalidad, los conceptos de
erotismo y pornografía, popular parejita, si bien para concluir lo de siempre. También
lo verán a trozos en el almacén de libros amputados que es Google Books, que, por su maña para mostrar
y simultáneamente velar textos, supongo que será menos pornográfico que erótico.
En cualquier caso: «Las bragas de Pitágoras» no por estupendo deja de acarrear
un habitual complejo de inferioridad, que Iwasaki extiende allí no sólo a los «hombres
de letras», sino especialmente a ese amplio nosotros que él denomina «los
hispanos», cuya extensión territorial nunca hubieran imaginado para su
provincia Hispania los romanos, tan convencidos de que el mundo se precipitaba
en abismo un pelín más allá de la Lisboa fundada por Ulises.
El
mentado complejo hispano de inferioridad se hace artículo completo en «La
Mancha Extraterritorial», que dio a luz el chileno El Mercurio (17-8-2014), aunque lo iré citando por su reproducción
en el mexicano Confabulario (30-8-2014), sin tener en
cuenta que Iwasaki había anunciado parte de su argumento en un suelto que, con
el mismo título, publicó el español Abc (24-4-2014). El trabajo, pues,
ha navegado por las dos orillas del ancho océano que grapa la Península con el
único continente donde basta con subirse al AVE de una sola lengua —y no es el
inglés— para recorrerlo de punta a punta. Vaya de nuevo por delante que apenas
comparto un solo enunciado de «La Mancha Extraterritorial»: «Jorge Luis Borges,
el último genio de la literatura universal y el gran clásico de la lengua
española después de Miguel de Cervantes». Indudable.
Y
ahora, a dar por cubo. Desde el principio convierte Iwasaki hechos positivos en
un lamento. Síntoma consustancial a esa enfermedad típicamente hispana que
resulta ser el complejo de inferioridad. ¿Que sigue creciendo el número de
nativos de español hasta llegar hoy a quinientos millones? ¿Que el primer país
del mundo es ya el segundo por número de hispanohablantes? No importa: lo al
parecer relevante es que en Nueva York cierren librerías especializadas en
libros publicados en la que Iwasaki llama, tirando de muletilla indigna de su
escritura, «la lengua de Cervantes»: «Nueva York
refleja muy bien la verdadera situación de nuestro idioma en Estados Unidos:
millones de hispanohablantes viendo por televisión el partido México-Holanda y
ni una sola librería de habla hispana». Cualquiera diría que Iwasaki —a pesar de
disponer de web propia en que
anuncia sus obras y servicios de animación cultural— ignorara que las librerías
también son virtuales. Que se lo pregunten, por caso, a un «desconocido» Fernando
Trujillo, que en 2010 vendió en Amazon 3.000 ejemplares de sus libros.
Por lo demás, Iwasaki está convencido de que el español es
lengua de paletos. Vamos, figúrense: ni siquiera el políglota Steiner la habla.
Total, ese idioma
puede ser muy útil para hacer turismo, comprender canciones, ver
películas, copiar alguna receta y —lo más sofisticado— disfrutar de ciertos
poetas y escritores; pero en ningún caso para beber de las propias fuentes del
conocimiento, pues ni la ciencia de primer nivel, ni los grandes negocios, ni
la alta diplomacia emplean el español.
Se ve que Iwasaki tiene un concepto muy reducido de la vida,
ese espacio-tiempo donde la gente casca sin parar, va de turismo gritando muy
despacito a los guiris para que la entiendan, escucha canciones, sale al cine, arguiñenea
en la cocina, lee sus cositas… Y muchas más acciones que un mortal —el alejado
de la alta literatura, la ciencia fetén, el capitalismo feroz y voraz o la
finísima diplomacia— realiza en su aldehuela, en el barro de su barrio, en su
cama y en su casa, apoyándose en la palanca de un idioma. Pero que no, oiga,
que somos quinientos millones de catetos y punto. ¿Qué decir entonces de las
siguientes mil lenguas, situadas a mil leguas demográficas del español? Pues
que «los idiomas oficiales de la Comisión Europea son inglés, francés y alemán».
¿Y consultar «las propias fuentes del conocimiento», don Fernando, hombre? A
ver: que las lenguas oficiales de la multilingüe Unión Europea son veinticuatro.
Incluyendo al español. Pero erre que erre: se tira de este idioma «para la
diplomacia y los negocios» apenas «cuando una de las partes habla español».
Mira que son considerados los extranjeros con los pobres hispanos monolingües.
Hasta la República Popular China, que gasta una pastizara en sus versiones
internacionales (inglés, francés, árabe y ruso) de la Televisión
Central, ha tenido que reservar algunos yuanes a la CCTV en español. Y eso que lo hispano representa
un mercado y un objetivo estratégico insignificantes para el Iwasaki que habita
en el mítico (o ficticio) Olimpo.
Y se ve que mantiene segunda vivienda en Babia.
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