domingo, 8 de marzo de 2015

V, 18. El español en bragas (2)


Para Pep Alagarda,
otro partidario de la lógica implacable


Adepto a la ecuación reductora lengua = cultura, ese extrañísimo legado del Romanticismo, Iwasaki queda prisionero de su propio corralito de contradicciones. Pronto, la ecuación dicta su axioma máximo: «La importancia de una lengua no radica en el número de sus hablantes». De lo contrario, «el chino y el hindi serían los idiomas más importantes del planeta. La aritmética no debería tener la última palabra en materia cultural». Quiebro cumplido: el argumento empieza por la lengua y termina por la cultura. En ese trayecto, la lógica salta por los aires. Por ejemplo: si el chino no es uno de los idiomas principales del planeta, ¿por qué cada vez más gentes, desde todos los rincones del susodicho planeta, se empeñan en aprenderlo? Ah, sí: por la milenaria cultura que atesora el juego estético de sus fonemas.
El punto de partida, claro, está mal formulado: la importancia de una lengua no depende del número de sus hablantes, excepto cuando sí lo hace. Qué significa entonces importancia en ese enunciado es lo que debe aclararse. Si lo relevante es el criterio demográfico —o los asociados de serie a éste: el económico, el político y el estratégico—, por supuesto que el número de hablantes de una lengua es capital. De ahí el lamento de Mitterrand ante González: «Lo que sería Francia si tuviera América Latina». De donde quizá el curioso hecho de que la Alliance Française ofrezca cursos de español. Actividad a la que tampoco hace ascos el Goethe Institute: por optimizar recursos será. El criterio demolingüístico y la consiguiente escala de lenguas más demandadas modifican incluso los objetivos —expandir el francés y el alemán— para los que la Alianza Francesa y el Instituto Goethe fueron fundados.
Por datos como estos no hay forma de cuadrar la decimonónica ecuación lengua = cultura. Aunque Iwasaki, en su corralito, erre que erre: «un idioma supone una cultura y una cultura supone una sociedad». Uy, casi casi… Al revés: una sociedad supone varias lenguas y éstas una cultura. (Y una economía, y una estrategia política, y.) Se mire por donde se mire, la dichosa ecuación es reductora. Lo sabían ya quienes hace siglos pronunciaban el famoso adagio: primum uiuere, deinde philosophari. Por eso suena a boutade de humor negro este exabrupto de Iwasaki: «en las sociedades hispánicas un intelectual como George Steiner habría muerto asesinado antes de terminar la secundaria por saber demasiado. ¿Quién habría soportado a un niño que a los seis años ya había leído La Ilíada?». Mal discípulo de Borges sale aquí nuestro articulista; pero yo a Iwasaki es que se lo perdono todo: de vez en cuando también dormita Homero. No digamos si procede de una América aprisionada entre la pobreza que generan las desigualdades fabricadas por un capitalismo allí especialmente desregulado o asilvestrado, y la vida asfixiante e insoportable del Telón de Acero caribeño y sus imitadores, los espadones nacional-socialistas. Pobreza del infierno y asfixia del paraíso que han labrado, en forma de emigración imparable, la expansión del español por Estados Unidos. La familia Castro, un suponer, pasará a la historia no más que por eso: el efecto mariposa de que innumerables voces anónimas huyeran del Edén, se asentaran en La Florida e impulsaran el vertiginoso crecimiento del español hacia el Norte.
Lugar de lógica atracción (los telones de acero se vencen y derrumban siempre hacia el mismo lado) donde ese decrépito idioma que un día fue europeo, y que Iwasaki se empeña en presentar en bragas, desmiente todos los complejos de inferioridad: «Es verdad que somos más de 500 millones de hispanohablantes y que en Estados Unidos los culebrones latinos y la Liga Española de Fútbol tienen cada vez más audiencia», concede el autor. Detalle sin importancia (Es verdad que…) si se examina desde la ecuación lengua = cultura, mundo de Yupi donde funciona el gratis total, pero esencial para otra más ajustada a la vida. Pues que producir culebrones y abonar derechos televisivos cuesta una pastizara, y no será difícil acordar que las cadenas de televisión no son precisamente (ni por cadenas, ni por televisivas) instituciones humanitarias. Si las de Estados Unidos están dispuestas a esas inversiones es porque bien saben que el español es hoy una herramienta principal de negocio: que en un país bilingüe como aquel, hay audiencia y retorno de publicidad.
Los guionistas de culebrones —que o nos ponemos estupendos o también serán cultura—, encantados.


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