domingo, 1 de noviembre de 2015

IV, 16. Filología futbolística

Persiguiendo a quienes defraudan a Cataluña, la Agencia Tributaria trinca a Javier Alejandro Mascherano: millón y medio de euros se le habían distraído. Para ir pagando ahora los 300 millones que a las farmacias debe el Govern de Mas, que anda alelado con la catetilla cursilada esa de la desconexión. Pero vamos a lo que de verdad importa a la gente: ¿podrá jugar Mascherano la enésima pachanga del siglo?
Tiene la gente la mala educación, cuando presencia un partido de tenis, de murmurar. ¿Y al apiñarse en un estadio de fútbol? Ni te cuento: berrea sobre la ola, pita, chilla, grita, se irrita y desgañita. Así que apenas se oye algo cuando un jugador se dirige, con muy buenas maneras agresivas, a uno de los que ahora llaman asistentes por tener como oficio errar todo el partido, correteando por la cal del lateral y bandera en mano, para ayudar al árbitro a equivocarse. Javier Alejandro Mascherano, un suponer, el otro día. Con cara de perro de malas pulgas ladró al asistente o ex linier: «¡Ey, la concha de tu hermana!». Debería haber carteles por todo el graderío que avisaran al respetable de que ha de guardar silencio cuando llega el momento supremo de la ofensa verbal, sea insulto o menosprecio. Que luego el árbitro se hace un lío con el acta.
Examinemos la transmisión de ese mensaje desde la Ecdótica, disciplina filológica que compara testimonios de un mismo texto para, eliminando errores de copia, reconstruir el original. La emisión oral del autor, Javier Alejandro Mascherano, que declamó en un lateral de la plaza del estadio, se difuminó fatalmente. Por las condiciones: el ruido —o rugidos del auditorio— que llenaba el canal, y la vieja costumbre, que los técnicos apellidan sinalefa, de fusionar vocales como quien fusiona cocinas. Vamos, que el complejo trisílabo de sinalefa y –a- tónica [twermána] se convirtió en [tumádre].
Esta variante de copista, tu madre, responde por lo demás al estándar argentino, variedad lingüística materna de Mascherano. Es que, por si fuera poco, oímos lo que queremos, porque escuchamos, sólo de memoria, lo que ya sabemos. Natural que el testimonio 1, u original, «¡Ey, la concha de tu hermana!», fuera recibido —o como dicen los que saben, recepcionado— con distorsiones por el árbitro. Quien preguntó a su linier, por la cosa de confirmar, con esta primera copia deturpada del original (el testimonio 2): «¿Javi?, ¿“La concha de tu madre”?». Asintió —es su principal deber— el asistente, en su día bautismado como Juan Carlos Yuste Jiménez. (Así que el cariñoso Javi tiene que ser Mascherano, que no hay que traumatizar a los futbolistas mientras juegan con su pelotita en el patio.)
Dejando de lado la copia perdida (o testimonio 3), el asentimiento de Yuste, hubo dos más, ambas escritas: los subtítulos con que luego la tele editó la escena, con sus dos momentos de emisión y recepción (testimonios 4 y 5). El último eslabón de la cadena de transmisión, o testimonio 6, salió de la pluma del árbitro: «¡La concha de tu madre!», según dicta su acta en el postpartido. Más en concreto:

En el minuto 82 el jugador (14) Mascherano, Javier Alejandro fue expulsado por el siguiente motivo: Dirigirse a mí [sic] asistente numero [sic] uno en los siguientes términos: La concha de tu madre.

El expresivo ey del original desaparece en el testimonio 6, seguramente porque tampoco figura en el Diccionario académico. No hay más que ver la redacción narrativa y la atildada ortografía del señor árbitro para darse cuenta de que éste, don Carlos del Cerro Grande, tiene que ser su bastante de afín a los preceptos de la Academia.
La lección hermana, que respondía a la voluntad de lo que el autor pretendió expresar, o al menos comunicar, se ha perdido, palabras que se lleva el viento: sustituida por la lectura madre, que es, en pura doctrina ecdótica, variante de copista, que ha ido contagiando a sus testimonios derivados. Un error en la cadena de la transmisión textual, que en este caso conlleva un efecto en forma de sanción futbolística. Porque las palabras modifican la vida, o al menos la Liga:

— Analíceme estos sintagmas, don Comité de Competición, desde la perspectiva pragmática: «La concha de tu madre» (compárese, si fuera preciso, con «conchetumare»).
— Insulto, insulto: cuatro partidos.
— Menosprecio: dos partidos.

Los hablantes de español americano consideran ambos insultos y graves, sin rebaja genealógica alguna. Pero el Comité, juzgando la expresión como «soez y antideportiva», deja la sanción en dos partidos, por no consultar, con las prisas quizá, informes de los sociolingüistas. La gente, contra su natural, tranquila: Javi jugará el partido del siglo del próximo mes. Por mi parte, me sumaré a la moda de los profesores molones. Cuando explique en el Máster la asignatura de Ecdótica, proyectaré los pertinentes fragmentos de Estudio Estadio.
O, si tengo la tarde, de El chiringuito de jugones.


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