lunes, 9 de enero de 2017

VI, 29. Ercilla, inventor de Chile (y 4)

La literatura aplicada de Daniel Devoto (Textos y contextos, 1974) es bien distinta de la que concibió treinta años antes Alfonso Reyes:

Es literatura aplicada la historia escrita con belleza literaria de estilo y forma [...]; no lo es el esquema geométrico de Federico de Onís [RFE, 1915] sobre la transmisión de los textos en una oda de fray Luis de León.[1]

Pretendía Reyes «tal vez», según Serna, «hacerles ver a los académicos áridos y obtusos que la forma de presentar el conocimiento es tan importante como el conocimiento mismo». Bueno, va; pero el sentido que sigo aquí es el de Devoto: la lectura nacionalista de La Araucana, «ese poema que los patriotas chilenos del siglo XX pusieron tanto empeño en recuperar para su causa» (Dichy-Malherme), es literatura inyectada en la configuración de un Estado nación. Sobre tal caso descomunal de poesía que influye en la vida, en 1971 Pablo Neruda transformó a Ercilla en inventor y liberador de Chile.
Así ya, como «inventor de Chile», lo había presentado en julio de 1969, al tiempo que él mismo se convertía en mapuche, en «Nosotros los indios», texto que publicó en la revista Ercilla, fundada en 1933 junto a la editorial… Sí, lo han adivinado: «Ercilla». Un paso más: lo eligió como compañero de viaje del Partido Comunista, mientras ambos cantaban unidos: «Junto a los Andes una llamarada / y desde el mar una encendida rosa, / chile, fértil provincia y señalada // Hoy fulgura en la noche luminosa / de América tu estrella colorada / en la región antártica famosa // Y así, por fin tu estrella liberada / emergió de la sombra silenciosa, / de remotas naciones respetada» («Juntos hablamos», Incitación al nixonicidio, 1973).
Al menos desde Canto general (1950), Neruda había mantenido esta mitificación de Ercilla, cuyo poema —del que atesoraba en su biblioteca, según recuento de Millares, once ediciones de La Araucana publicadas entre los siglos XVI y XX— influyó en sus textos. Sea este caso detectado por Araya: la parte IV del Canto general, «Los libertadores», reserva una serie (viii-xii) al personaje ercillesco Lautaro; un fragmento de La Araucana, «es que un trecho seguido han de ir corriendo / por una áspera cuesta pedregosa» los niños que se ejercitan «en el bélico estudio», y «vienen a ser tan sueltos y alentados / que alcanzan por aliento los venados» (I, 16), halla eco en uno de tales poemas dedicados a Lautaro, «Educación del cacique» (Canto general, IV, ix), lo que, aunque ahí lo deja Araya, me parece que confirman algunos versos sueltos: «Su educación fue un viento dirigido», «Arañó los secretos del peñasco», «Se hizo velocidad, luz repentina», «Estudió para viento huracanado». Por lo demás, así como los «topónimos de abolengo literario», Arauco y Araucanía, fueron «creados por Ercilla», añade Araya que la «estructura épica del Canto general» deriva «de la secuencia en que se narra el tema Arauco». Creo que subyace aquí una compleja fórmula de literatura aplicada al cuadrado. Si se mira despacio, ésta podría ser la definición de poesía comprometida, política o social: la que, basada en literatura —la intertextualidad, forma interna de aplicación de lo literario—, aspira a cambiar la vida. O al menos el mundo.
Propongo un caso aún más claro de influjo ercillesco en Neruda. El fragmento de La Araucana, XXVII, 51-52,

Ves la ciudad de Penco y el pujante
Arauco, estado libre y poderoso;
Cañete, la Imperial y hacia el levante
la Villa Rica y el volcán fogoso;
Valdivia, Osorno, el lago y adelante
las islas y archipiélago famoso,
y siguiendo la costa del sur derecho
Chiloé, Coronados y el estrecho
por donde Magallanes con su gente
al Mar del Sur salió desembocando,

va a dar en:

Mar del Sur, mar, océano,
mar, luna misteriosa,
por Imperial aterrador de robles,
por Chiloé a la sangre asegurado
y desde Magallanes hasta el límite
todo el silbido de la sal, toda la luna loca
y el estelar caballo desbocado del hielo. (Canto general, VII, xvi)

En otra página he indicado que la lengua poética de la épica tiende, en relación directa con la amplia cantidad de espacio que ha de ocupar, al automatismo; la automatización descriptiva en La Araucana se evidencia en una sucesión de nombres que evocan tierras, ríos, valles y cordilleras, y en estereotipos que sintetizan la percepción paisajística. También los ríos constituyen el esqueleto del repaso telúrico en el Canto general: «En el fondo de América sin nombre / estaba Arauco entre las aguas / vertiginosas, apartado / por todo el frío del planeta» (I, vi). En el poema al Bío-Bío, «[…] tú me diste / el lenguaje, el canto nocturno / mezclado con lluvia y follaje / […] / y luego te vi entregarte al mar / dividido en bocas y senos, / ancho y florido, murmurando / una historia color de sangre» (I, iv), resuena asimismo la voz de Ercilla: «[…] nuevo mar, del Sur llamado; / […] / lo más ancho tomado; / […] / […] prolongado / hasta do el mar océano y chileno / mezclan sus aguas por angosto seno» (I, 7).
Que en el Canto general, de los «indígenas» mapuches, luchadores «durante más de tres siglos contra los españoles y contra sus descendientes criollos», «surgió la nacionalidad chilena», según sostiene Araya, es cierto; como lo es si se predica también del dibujo básico del proceso de apropiación nacionalista de Ercilla. Consecuencia del cual fue su apropiación americanista y revolucionaria por parte de Neruda, que obvió asimismo su ascendencia criolla al transformarse, en 1969 y en 1950, en indio: «mis padres araucanos» dieron origen a la «Patria, nave de nieve, / follaje endurecido», al pedir «a la tierra su estandarte»: «Así nació la patria unánime: / La unidad antes del combate» (III, xx).
En la parte «III. Los conquistadores» situó Neruda su miniaraucana, homenaje a este «Ercilla sonoro» y contrahecho, el único de los conquistadores del que decir que «no beberás la copa / de sangre» (III, xxii). Y hermano y camarada suyo, como otro poeta español: «Yo vi llorar / a mi hermano de loca poesía, / Alberti, en los recintos araucanos, / cuando lo rodearon como a Ercilla […]» (V, ii).
Mil veces leído y otras mil manipulado, clásico es quien deja de serlo para convertirse en contemporáneo. El Gerardo Diego insultado en Canto general, XII, v, había practicado, como Neruda, esta operación. Que en artículo de vanguardia fascinante —donde también fusionaba a Rafael Alberti con otro clásico, Luis de León— llamó de «intérprete enajenado».
Aguafiestas de esta operación es la Filología.

[1] A. Reyes, El deslinde. Prolegómenos a la Teoría Literaria, México, El Colegio de México, 1944, pp. 32-33. El resto de las citas procede de: E. Serna, «Literatura aplicada»Letras Libres, 15-10-2016; S. Millares, Neruda: el fuego y la fragua. Ensayo de literatura comparada, Salamanca, Universidad, 2008, pp. 134-135; G. Araya, «Arauco en el Canto General de Pablo Neruda», en Actas del Séptimo Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Roma, Bulzoni, 1982, I, pp. 193-200 (pp. 195, 193 y 199); P. Neruda, Canto general, Barcelona, Seix Barral, 1983, pp. 94-99, 277, 25, 18, 67-68, 71, 214 y 378; A. de Ercilla, La Araucana, ed. M. A. Morínigo e I. Lerner, Madrid, Castalia, 1979, 2 vols. y mi lectura de esta obra (G. Garrote Bernal, «Automatizaciones de lo americano en La Araucana», AnMal Electrónica, 41 [2016], pp. 57-95 [pp. 61-62]); G. Diego, «El intérprete enajenado», Carmen, 3-4 (1928), s. p., y la ya mencionada S. Dichy-Malherme (p. 87).


1 comentario:

  1. Muy interesante, la filología como aguafiestas, pero también como constructora de mitos nacionalistas.

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