domingo, 22 de abril de 2018

XI, 13. Leve viaje en la máquina del tiempo


Abrir un libro publicado en el pasado —o sea, un libro— es traspasar puerta que dará en algún curvado pasadizo del laberinto del tiempo. Que trazan distorsionadas líneas de historicidad. Un libro es, por tanto, peculiar objeto físico que enlaza el efímero presente con puntos pretéritos conectados de modo cambiante entre sí: una azarosa máquina del tiempo. A los mandos, cada sucesivo lector, que se deja guiar por su propio o anacrónico manual de instrucciones. Sobrevolemos abismos temporales, por experimentar la sensación, con la edición póstuma de Varias poesías, compvestas por don Hernando de Acuña. Dirigidas al Príncipe don Felipe N. S., En Madrid, en caſa de P. Madrigal, 1591[1]. En su tramo final figura el soneto tal vez más conocido —desde el siglo XIX— de su autor, «Al Rey Nuestro Señor». Sea el punto [2] de la ruta del tiempo que voy a considerar:

Ya se acerca, Señor, o ya es llegada
la edad gloriosa en que promete el cielo
una grey y un pastor solo en el suelo,
por suerte a vuestros tiempos reservada;
ya tan alto principio, en tal jornada,
os muestra el fin de vuestro santo celo,
y anuncia al mundo, para más consuelo,
un Monarca, un Imperio y una Espada;
ya el orbe de la tierra siente en parte,
y espera en todo, vuestra monarquía,
conquistada por vos en justa guerra:
que a quien ha dado Cristo su estandarte,
dará el segundo más dichoso día
en que, vencido el mar, venza la tierra.

Esta pieza de propaganda imperial y rimas banales se ha resistido a ser fechada, a pesar del esfuerzo de historiadores que la fueron datando, sin ton, son ni documento de contraste, en 1535, por 1540-1545, en 1547… Lo evidente es que la compuso Hernando de Acuña, soldado de Carlos V y Felipe II, antes de morir en la Granada de 1580. Y en un preciso momento de euforia: ese «vencido el mar» de su cierre remitiría a la «jornada» (v. 5) del 7 de octubre de 1571, fecha de la victoria de la «monarquía» católica (vv. 10 y 12) en la batalla naval de Lepanto. Entonces, el rey receptor del poema sólo podría ser Felipe II, a quien se augura la unidad del «orbe de la tierra» (v. 9) en torno al gobierno global que formula el trimembre sobre el que pivota el soneto: «un Monarca, un Imperio y una Espada» (v. 8).
Como le ocurre a cualquier texto, este poema contrae relaciones con otras seriaciones de palabras. Por su carácter político, lo vincularé ahora con un fragmento de prosa administrativa que figura en el mismo volumen. Es el punto [1] de esta excursión nuestra al pasado: el «Privilegio de Aragón» firmado por Felipe II un 29 de octubre de 1589 en El Escorial, que, al permitir a Juana de Zúñiga, viuda de Acuña, imprimir las Varias poesías también en «los Reinos de la Corona de Aragón», postula una aduana interna. Por su inicial composición enumerativa, acompaña a esta licencia de edición un ritmo que la aproxima a lo que trescientos años después de 1589 acabaría llamándose prosa poética, oxímoron que, inaudito e inexplicable para Acuña y sus contemporáneos, fue quebrado por el paso de esos tres siglos:

Don Felipe, por la gracia de Dios Rey de Castilla, de Aragón, de León, de las dos Sicilias, de Jerusalem, de Portugal, de Hungría, de Dalmacia, de Croacia, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas de Canaria, de las Indias Orientales y Occidentales, Islas y Tierra Firme del mar Océano; […]

Real fragmento real que dibuja confederativo mapa en crecimiento musical («de Dalmacia, de Croacia», «de Córdoba, de Córcega», «de los Algarves, de Algeciras») que irradia, a partir «de Castilla, de Aragón, de León», un imperio o agregación territorial por herencias dinásticas (peninsulares o no) o por «justa guerra» —que decía Acuña—, a uno y otro lado del Atlántico o «mar Océano». Su argamasa ideológica era lo que don Hernando llamaba el «estandarte» de «Cristo».
Así pues, la curva textual del tiempo conduce al lector de las Varias poesías de Acuña desde el punto [1], una suma de reinos con un solo rey, hasta el [2], la aspiración —retóricamente forjada como vaticinio (Ya se acerca…, ya…, ya…, en recuerdo del iam… iam... de Virgilio)— de un reino unitario y universal, esa otra forma de decir católico. En cuanto textual, tal curva está sujeta a los vaivenes del GPS de la interpretación anacrónica. Así, el soneto de Acuña fue forma arrimada, por el fervor patriótico que va de Menéndez Pelayo al franquismo —lo recordó Maurer (pp. 36-37)—, al nacionalismo español, sustancia creada, como cualquier nacionalismo, en el siglo XIX, y en consecuencia tan ausente como el concepto prosa poética del horizonte mental de Hernando de Acuña.
Anacrónicamente también, el punto [1], medievalizante o confederal, servirá de banderín de enganche a las formas tradicionalistas de organización estatal española, ese río al que llaman Carlos: el archiduque Carlos de la Guerra de Sucesión, los pretendientes carlistas del XIX y sus actuales herederos, del PNV a Carles Puigdemont. Por su parte, el punto [2], un venirse arriba imperial que, arrastrando la nostalgia de Roma, asegura su reconstrucción inmediata (Ya se acerca…), fue reconducido hacia el unionismo laico, forjador tanto del Estado-nación decimonónico, progresista y liberal, como de la Unión Soviética y su ansia de triunfante revolución proletaria mundial.
Ajena a estos cambios anacrónicos, una esquina de Europa echó su cuarto a espadas (o a «Espada») retorciendo la historicidad en la curiosa paradoja de transformar en progresista el reaccionario punto [1], y en conservador el innovador punto [2]. El contradiós del carlismo progresista, esa contribución española a la global tendencia anacrónica o antifilológica, que terminará por presentar como facha a la Revolución francesa que triunfó sobre el Antiguo Régimen. Al tiempo.
Mientras ya se acerca ese momento, es obligatorio seguir discurriendo síntesis: ¿Estado federal con instituciones asentadas en una capital? ¿Estado centralizado con capital e instituciones itinerantes? Con la postmoderna administración electrónica, o sea, ubicua, esta segunda solución presenta la ventaja de identificar memoria e imaginación.
La ventaja, pues, de ser tan antigua como futura.

[1] Que citaré, modificando algo su puntuación, por la edición de L. F. Díaz Larios: H. de Acuña, Varias poesías, Madrid, Cátedra, 1982, pp. 328-329 [punto 2] y 83 [punto 1]. Para la fecha del soneto, sigo a C. Maurer, «Un monarca, un imperio y una espada. Juan Latino y el soneto de Hernando de Acuña sobre Lepanto», Hispanic Review, 61 (1993), pp. 35-51, quien descubre que se trata de «una traducción de un poema del humanista granadino Juan Latino» sobre Lepanto, compuesta «alrededor de 1573» (pp. 36 y 45-49).


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