domingo, 17 de junio de 2018

XI, 16. Del asesinato como uno de los servicios públicos (y 3)

Un libro que suele mantener, en cada uno de sus microcapítulos, la intriga hasta el final. Así que las acepciones de cierre reservan múltiples sorpresas. El diccionario, eso es. Como asesinar significa también ‘engañar alguien en quien se confía’ y ‘causar grandes disgustos’, parecía evidente que Cristina Cifuentes, que presidió la Comunidad de Madrid y fue socia de Los Inmunes a la Ley de la Gravedad, había asesinado primero a sus votantes, mintiendo sobre su currículum y hurtando cremitas en el súper, y luego había sido asesinada por algunos de sus diestros compañeros de partido. Filtrando a la Prensa tales tahuradas cifuentiles, estos habían practicado la suerte tauromáquica de sacar a los medios:

las grandes faenas consistían en sacar a los medios con cuatro muletazos de pitón a pitón y sobre las piernas en movimiento continuo, para poder meterles la espada, a toros mansurrones y entablerados («Una buena feria de Fallas», Aplausos).

Lo relató David Fernández: «“No pararemos hasta matarla”: el ajuste de cuentas a Cristina que se fraguó en un hotel», El Confidencial, 26-4-2018: los Inmunes habían reaccionado ante una de los suyos, que estaba tirando de la manta, y decidieron asesinarla causándole el mayor de los disgustos. Despojándola, pues, del escudo protector que la eximía de cumplir, entre otras, la ley de la gravedad. No se trataba entonces de encargar un magnicidio, cuya muerte física provoca, como observó el conferenciante de De Quincey, notables transformaciones:

No es de asombrar que se asesine a príncipes y estadistas. A menudo hay cambios muy importantes que dependen de sus muertes, y en vista de la eminencia en que se encuentran se hallan particularmente expuestos a la mano de cualquier artista a quien anime el deseo de lograr un efecto escénico.

El objetivo era más bien ese efecto escénico, de modo que el asesinato de Cifuentes fue figurado, es decir, político; aún así, le son aplicables las observaciones del conferenciante de 1827: «la gente se niega a dejarse cortar la garganta con serenidad; hay quienes corren, quienes patean, quienes muerden», y el obispo «Taylor observa con admiración los saltos increíbles que da la gente bajo la influencia del miedo»; esta «demasiada animación» constituye sin duda un «problema», si bien es cierto que la «tendencia del asesinato a excitar e irritar al sujeto» que va a morir

fomenta de manera asombrosa los talentos latentes. Un panadero de Mannheim, torpe, barrigón y medio cataléptico, luchó de igual a igual durante veintisiete asaltos con un excelente boxeador inglés, animado por esta única inspiración: hasta tal punto exalta y sublima el genio natural la presencia estimulante del asesino.

Fueron más de veintisiete asaltos, que tan serios disgustos le ocasionaron, los que que resistió Cifuentes ante la Prensa, la Asamblea de Madrid y las redes sociales. En el trance del mes que duró su asesinato, puso en práctica todos los recursos de su innegable talento para la supervivencia, entrenada como estaba en la ciencia del regate a la ley de la gravedad. Al final de su trama de embustes, tejida no sin desparpajo, hizo lo que, de haber hecho en el minuto uno, le habría ahorrado el desgaste energético de tanto correr, patear y morder: dimitir.
«La finalidad última del asesinato considerado como una de las bellas artes es, precisamente, la misma que Aristóteles asigna a la tragedia, o sea “purificar el corazón mediante la compasión y el terror”», asentó el conferenciante de De Quincey. De manera análoga, el asesinato de Cifuentes purificó los servicios públicos del Estado de bienestar. En Educación, recompuso estructuras de la universidad que le había firmado el máster no cursado; en Administración, permitió reubicar a una funcionaria (la susodicha Cifuentes) en labores de gestión que, dada la experiencia adquirida, convalidable quizá en créditos de prácticas, no es dudoso que cumplirá ahora más eficazmente; en Sanidad, ahorró muchas consultas para tratar de lo suyo a los anónimos sociópatas para los que el desahogo barriobajero en el bareto de Twitter tiene efectos balsámicos; en Seguridad, impulsó una revisión en las prácticas de conservación de cinexines producidos por las cámaras ocultas de vigilancia en establecimientos comerciales, y en Electrificación política, consiguió pasar de la corriente continua a la alterna, al lograr para los cargos públicos la renovación o alternancia que el conservadurismo inerte mantenido por los votantes de todo el espectro no había alcanzado.
Cada una de las acepciones del verbo asesinar ha constituido, pues, y borgesianamente, un sendero bifurcado de este jardín en que se metieron Cifuentes y sus compañeros de Los Inmunes. Y no hará falta recordar aquel de los significados asociados a ese otro signo que hace posible la expresión negativa Meterse en un jardín.
Bueno, sí: ‘letrina’.


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