sábado, 3 de marzo de 2012

IV, 3. Estereotipos y tecnología


El prototipo de príncipe nipón incluía entre sus rasgos la invisibilidad. Cuando los norteamericanos ganaron la II Guerra Mundial, lo tuvieron de nuevo a tiro: para resquebrajar la milenaria institución imperial japonesa, les bastó con obligar al emperador a hablar por la radio y hacerse ver. Un señor más bien bajito con sombrero de copa y frac respondía a todo menos al estereotipo de príncipe oriental. Definitivamente, había sido desorientado.
Excepto cuando lo de los bodorrios reales, la tecnología va haciendo mella en las monarquías. La radio y la fotografía, en la japonesa; el teléfono y las prensas, en la inglesa. Según vocearon los periódicos tras hacerse público el pinchazo que en 1989 sufrió el príncipe Carlos, este inquiría a su amante: «Dios mío, ¿pero cuándo podré verte?»[1]. A simple vista, dijérase que el sintagma se aparta poco del modelo de princeps provenzal; sin embargo, Guillermo de Aquitania mostraba en sus versos un autocontrol ante la dama digno del estereotipo de un príncipe: «Nada ha hecho que me agrade o me disguste, / y no me importa en absoluto»; «cuando no la veo, hago caso omiso». Por el contrario, la actitud de Carlos de Inglaterra casi resultaba suplicante. Y a tan sumisa expectativa quedaba rendido que, cuando Camilla Parker Bowles le incitó —«Te necesito siempre a mi lado»—, acabó disparándose: «Lo mejor sería estar siempre dentro de tus pantalones, sería más fácil».
Pero ¿cómo? El príncipe de Inglaterra o de Gales —aquí dudo— y Señor de las Islas, no solo carece de autocontrol, sino que dejándose arrastrar por su milady, que lleva los pantalones, pretende esconderse allí, y seguramente no en uno de sus bolsillos. O puede que la cosa sea peor, porque Camilla pregunta, con un grado de ingenuidad que el contexto escrito no permite precisar: «¿Es que te vas a convertir, acaso, en unas bragas?». Entonces, Carlos no concibe otro «destino» mejor que ese: «O —Dios me perdone— en un tampax».
Nótese que este príncipe destronado por la Prensa y los servicios secretos conserva la invocación divina (Dios me perdone) como rasgo de retórica señorial, si bien ya con un no sé qué de pequeñoburgués cursilón; lo que es compatible con que el príncipe se haya democratizado tanto que apenas se distinga de un hooligan cervecista. O de algo semejante a una deposición, no precisamente ante el Alto Tribunal de la Historia: «¡Mi destino sería entonces ser arrojado a un retrete y girar y girar siempre cerca de la superficie y nunca caer!».
¿Principesca deposición, depuesta alteza? Quizá. También anuncio cutre de tampax, pero con su cosa de azur linajudo y tendente pues (nunca caer) a lo eterno.
En qué manos estamos los británicos y el resto del Imperio.

[1] Los periódicos ingleses publicaron las grabaciones en 1992. En España se hizo eco del asunto El Mundo (14-1-1993), por donde cito. Hace pocos años, otras versiones volvieron a imprimirse, vaya usted a saber a cuento de qué, por ejemplo en 20 Minutos (10-2-2005). Teniendo a gala ser de lo más canallesco, el periodismo es que no respeta nada. Cosas de la libertad de Prensa y de presa.

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