Correrá a cargo esta vez de Mario Vargas Llosa la écfrasis de otro cuadro tizianesco[1]. Constituyan tal coyunda el capítulo 7, «Venus con amor y música», de la estupenda, inteligente y finísima novela erótica Elogio de la madrastra (1988), y el óleo Venus recreándose con el Amor y la Música, h. 1555 (Madrid, Museo Nacional del Prado), que pertenece a la serie musical y venusina que en estas Literaventuras va siendo examinada o recreada.
Desde sus «mil años de edad», relata —en la novela de Vargas Llosa— el tierno Amor que «el profesor de música» y él laboran para «despertar la alegría corporal de la señora», a quien, cuando anochezca, a su esposo entregarán «ardiente y ávida, todas sus prevenciones morales y religiosas suspendidas y su mente y su cuerpo sobrecargados de apetitos». Es que, «con su languidez obsesionante y sus suaves maullidos», «la música del órgano» separa «al cristiano del siglo» para que «pueda volcarse en algo exclusivo y distinto: Dios y la salvación», no menos que «el pecado, la perdición, la lujuria y demás truculentos sinónimos municipales de lo que expresa esta limpia palabra: el placer». Con su «sabiduría» y «vocecilla aviesa», Amor va «susurrándole fábulas pecaminosas» a la dama, en cuyo «oído» «traduce» «en formas, colores, figuras y acciones incitantes las notas del órgano cómplice». Mientras tanto, el músico mira sin dejar de interpretar: «lo imanta» «con fruición deleitosa», «en ese triángulo de piel transparente», «la adivinación» de que por «allí» «discurre la fuente de la vida y del placer». Sabiéndose explorada, la señora va a «sentirse conmovida y presa de humores concupiscentes»…[2]
Pareciera que no hay perro alguno en el lienzo de Tiziano. Todos los animales que se aprecian a primera vista quedan enumerados por Vargas Llosa: «El ciervo, el pavo real y el venado que se divisan por la ventana están tan vivos como la pareja de amantes enlazados que pasean a la sombra de los árboles de la alameda» (Elogio de la madrastra, p. 97). A falta de perro —podría pensarse—, bueno es el Amor, que en el pasaje de Mario Vargas Llosa anuncia: «retozaré como un cachorrillo feliz en la tibia almohada de su vientre» (p. 105).
Pero a estas alturas ya estamos entrenados: próximo a la mujer, siempre su can en nuestras escenas pictóricas… Tírese de zoom y búsquese dónde está el Wally canino que Tiziano dispuso en Venus recreándose con el Amor y la Música. Porque —no faltaba más— haberlo, haylo.
Aunque haya salido corriendo.
[1] Sobre el procedimiento que literaturiza una obra de arte, convendrá consultar la entrada «Écfrasis», del excelente Escribir cuadros, pintar textos, de Íñigo Barbancho, de la Universidad de Navarra.
[2] Mario Vargas Llosa, Elogio de la madrastra, Barcelona, Tusquets, 19893, pp. 93-106.
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