La narrativa hispanoamericana cuyo alias mercadotécnico fue el boom, surgió, en buena medida, de un pensar y un soñar la relación y la fusión entre vida y escritura que legaron las vanguardias. Paremos mientes a cuento de esto en otros casos de imitación que la vida hace del arte o, como dirían prosaica y técnicamente los «leedores» —según los denominó displicente Pedro Salinas—, de la relevancia social de la institución literaria.
De Gabriel García Márquez se ha dicho que es un autor realista, pues sus novelas vierten con fidelidad el mágico ambiente americano, tan distinto y distante de otros ámbitos. Desde luego, a cierto racionalismo se le hace difícil entender, o explicar, que un Presidente de la República, tal el de Bolivia, se declare en huelga de hambre, pero esto parece ya una tradición en aquel país, de Hernán Siles Zuazo a Evo Morales; fascinante resulta asimismo que los narcotraficantes colombianos se presenten, no sin éxito, como salvadores de la patria y luchadores antiimperialistas. Que el Presidente de Colombia saludase a la multitud enfundado en el maillot amarillo ganado por Lucho Herrera en la Vuelta Ciclista a España de 1987, ya nos va resultando menos raro a esta orilla del Atlántico, dada la afición que los gobernantes españoles han cogido, de un tiempo acá, a practicar sin sonrojo exhibiciones parecidas.
Una vez que se repite, el hecho inverosímil pierde su magia. Lo mágico, por tanto, es asunto de frecuencias y estadísticas.
Tengo ante mí un recorte de Abc (15-8-1984): «Nace un bebé con una cola de 12 centímetros de largo». La noticia, dada en Tel Aviv, informa del éxito de la operación quirúrgica en que se cortó el apéndice, y de la extrañeza del portavoz del hospital israelí, «especialmente por la longitud de la cola». Es probable que el dicho portavoz no hubiera leído Cien años de soledad; pero esa obra de García Márquez ha fijado en este caso —más que cualquier tratado de anatomía o de patología— el paradigma de lo que es natural y lo que es extraño. Desde luego, a ningún lector de esa prodigiosa novela asombrará una noticia como la mencionada, después de toparse con este pasaje: «Sólo cuando lo voltearon boca abajo» al recién nacido último Aureliano, «se dieron cuenta de que tenía algo más que el resto de los hombres, y se inclinaron para examinarlo. Era una cola de cerdo».
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