lunes, 16 de abril de 2012

I, 10. Venus al día

Hoy lo llamamos deconstrucción. Hemos visto a Tiziano hacerlo varias veces con Venus… Deconstruirla, quiero decir: tumbándola a la bartola en habitaciones de su momento —el del pintor— para transformarla en coetánea y cotidiana. El amor (llamémoslo así) explicado como para andar por casa, en imágenes no mal pagadas; o bien un pretexto —cultísimo, vale— para mostrar señoras desnudas. O para retratarlas: «Os he de convertir en deidad, el mayor asombro que vieron ni verán los siglos. Haced la merced de desvestiros». El mito es que sirve para un roto y para un descosido.
Sigue sonando el río que le adjudica hace siglos la paternidad del Lazarillo de Tormes: Diego Hurtado de Mendoza (1501-1575), aristócrata nacido en la Alhambra, poeta, político y diplomático, humanista, historiador y anticuario, fue uno de aquellos españoles a quienes, por edad, apenas alcanzó la mojigatería contrarreformista. De modo que con intención burlesca —o sea, nada tizianesca— pudo también deconstruir a la cachondera Venus. En su soneto XXV la motejó Hurtado de «alcahueta y hechicera», y hasta la presentó en celo permanente: «¡Cuántas veces te han visto andar en celo / tras los planetas manchos, cachondera, / pegada y abrazada pelo a pelo / y pellejo a pellejo, dentro y fuera!». Ya vimos cómo algún otro ingenio del Siglo de Oro la describía fornicando con Adonis. Y el soneto A Venus, adjudicado tanto a Hurtado de Mendoza como a Melchor de la Serna —fraile a la par que poeta erótico del siglo XVI—, describe la «vida disoluta» de la diosa, «bien casada y mal contenta» y «harta de encornudar a su marido», así que termina pidiéndole: «baste la puta vida que ha vivido»[1].
Es a lo que se refería el soneto XXV de Hurtado de Mendoza con lo de los planetas, todo un trío estelar: casada con Vulcano, Venus se la pega con Marte. Dispongamos un montaje —nunca mejor dicho— que recorrer —con perdón— por los museos: la diosa del amor se prenda del dios de la guerra (El Guercino, Venus, Marte y Cupido, 1634 [Modena, Galeria Estense]) y el chivato de Apolo se lo larga al cornudo (Velázquez, La fragua de Vulcano, 1630 [Madrid, Museo Nacional del Prado]), quien, dispuesto a atrapar a los adúlteros en plena faena, les prepara una trampa con invisible red (Joachim Wtewael, Marte y Venus sorprendidos por Vulcano, 1601 [La Haya, Mauritshuis]), tras lo cual queda el soldadote desarmado y hecho unos zorros (Velázquez, El dios Marte, h. 1638 [Madrid, Prado]), por lo avergonzado o corrido.
El coitus interruptus que nos legó Wtewael es bien explícito. Como para que se concentraran Venus y Marte: hay en esa escena de edredoning más personal que en el camarote de los hermanos Marx. Pareciera que los dioses, personajes públicos donde los haya, no gozaran del derecho a la intimidad.
A cambio, de todo lo demás, lo que se dice gozar, gozaban.

[1] Cito por la monumental edición de J. Ignacio Díez Fernández: Diego Hurtado de Mendoza, Poesía completa, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2007, pp. 146 (soneto XXV) y 627 (soneto A Venus).


2 comentarios:

  1. deconstrucción, nunca la había visto desde este punto de vista...en cualquier caso, pobre venus, más casquivano eran otros pero ella por ser vos quien soy se llevó la fama

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  2. Podríamos quizá considerar un deber ir siempre más allá de las ideas recibidas, para generar otras o al menos evitar que se anquilosen o conviertan en tópicos y otras formas de reflexión nula. Me suele gustar verlo de esta manera. Muchas gracias por participar.

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