jueves, 26 de abril de 2012

IV, 7. Lengua por decreto

La indignación es una oportunidad de replantear y remozar. También de revisar clichés más anquilosados de lo habitual. No debería desaprovecharse. ¿Hay que seguir identificando el conservadurismo con la derecha? ¿O con la derechona, como la bautizó Francisco Umbral[1]? ¿Y el progresismo con la izquierda? ¿O con la izquierdona, expresión surgida de un acceso de mal humor, tal el de Agapito Maestre[2]? En suma: ¿habremos de separarnos siempre de la observación de la realidad? Enseñan esta y la experiencia que conservadores son los que tienen el poder y progresistas los que lo tendrán. Sobre la asunción de saberes semejantes quizá arraigue la nueva forma de hacer política que buscan —con métodos aún ancianos— los indignados. O no.
Conservadores y progresistas, esas etiquetas decimonónicas, volvieron a hallar un punto de encuentro (Encuentro se rebautizó en 1992, y a lo PC, al Descubrimiento de América): si unos y otros, conservadores y/o progresistas (el valor subversivo de un simple baile de conjunciones), tratan de ocultar las materias sensibles o pretenden hacer creer que han modificado la realidad, les basta con un pase mágico, o majico, y… vualá: dan nombres distintos de aquellos que los pobres mortales solemos usar. Por eso siguen llamando en Estados Unidos embargo al bloqueo de Cuba, y por eso en los antiguos países comunistas denominaban muro de contención antifascista al de Berlín, que era un auténtico paredón. El Olimpo es que resulta de lo más creativo.
Y el monte Parnaso ya no digamos. Hace un par de décadas, los que mandan y los que quieren mandar toparon con un mastodóntico filón de barroquismo eufemístico. Se trata del movimiento Politically Correct, en principio desarrollado en ciertas universidades norteamericanas por intelectuales de las minorías negra, hispana, feminista y homosexual, la suma de todas las cuales constituye una auténtica mayoría. Se pretendía desterrar de la lengua los reflejos de dominación de la agresiva cultura WASP, o blanca, anglosajona y protestante, sobre las otras culturas y sobre el reino (con perdón) animal (disculpen).
Si lo PC no fuera más allá de tales propuestas, la cosa quedaría en una jerga pasajera ¿entendida? por unos cuantos adeptos del salón, y caricaturizada por los demás. Pero lo PC tiene voluntad de dominación e imposición, es decir, de reescritura dogmática de la historia y de una reeducación que, por medio del uso político y periodístico, cala en los malhadados libros de estilo y luego en las conciencias. Al menos en un doble sentido. Por un lado, el de los inquisidores, que claman, reclaman y exclaman contra los desobedientes o reaccionarios; por otro, el de los autocensurados, que temen ofender, infringir las normas y ser perseguidos por llamar pan a lo que es pan.
Como todos los que pretenden regular y estandarizar, inquisidores y autocensurados de lo PC representan un peligro para las conciencias libres, sin serlo de verdad para las malas conciencias. Porque es que tampoco hay que pasarse y mancharse los pies de barro: «El compromiso llega hasta donde alcanza esta revolución del PC, versión posmoderna del PC que fue el Partido Comunista. Lo que antes eran profesiones de fe hoy son lecciones de eufemismo»[3].
Es urgente salir del corralito de los clichés, vengan de donde vengan. Me permito por eso formular una inscripción, pintada o lo que sea para el programa de los indignados, antes de que estos se transformen en otro estereotipo: debería prohibirse dejar de pensar.

[1] Sin embargo, en «La derechona», El Mundo, 22-5-2007, Umbral indica que «A la derecha tradicional le pusimos un aumentativo los periodistas», como si la creación de ese neologismo/cliché hubiera sido colectiva.
[2] A. Maestre, «La derechona», Libertad Digital, 27-11-2005 (o 21-12-2008, que las dos fechas figuran).
[3] Vicente Verdú, «La etiqueta genuinamente americana», El País, 19-10-1995.

2 comentarios:

  1. Yo que vivo en este mundo de lo PC me siento medio ahogado, porque nunca fue lo PC, o sé cuándo serlo y cuándo no entendiendo en literatura y en otros sitios y de ahí a la sobreinterpretación hay un paso para hacer decir lo que queremos o corregirlo porque no nos gusta.

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    1. Suerte y resistencia, amigo. La libertad siempre se abre paso. A veces, incluso, el dejar en paz a la gente.

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