viernes, 18 de mayo de 2012

II, 7. Precisión o concisión

Los idiomas no solo son constitutivamente metafóricos, sino también esencialmente profusos, difusos y confusos. Trataré de explicarme en pocas líneas: ser, ¡ay!, preciso y conciso. La mayor parte de los vocablos son polisémicos, según comprobamos con la muestra de la página de Casares. Por eso, entre las trampas que una lengua se tiende a sí misma para abarcar más realidad y para seguir generando idealidad, destacan las semánticas: la polisemia y la metáfora son herramientas para designar, en pocas palabras, múltiples objetos, sin importar que sean estos tangibles o intangibles.
En banco, una sola serie física o fónica, /bánko/, porta más de una serie semántica, adaptable a contextos y referencias: ‘asiento’, ‘mesa de carpintero’, ‘conjunto de peces’, ‘establecimiento financiero’ y otros ocho significados más, sin contar las dieciséis locuciones y frases hechas en que interviene. Para quienes se propongan como meta la precisión, esta polisemia resulta un inconveniente que acarrea la ambigüedad.
Que a su vez es una ventaja que permite no solo nombrar más mundo, sino inventarlo y acondicionarlo a la manera requerida, por lo que la explotan los poetas y esa suerte de aliados de estos que en el fondo son los políticos, los vendedores de humo y los banqueros.
Si para cada uno de los objetos designados —reales en este caso— hubiera un objeto verbal, y eso mismo ocurriera siempre, la memoria humana quedaría desbordada: podríamos mencionar tantísimos referentes que no nos acordaríamos de cómo hacerlo. Por tanto, la polisemia es, en términos estudiantiles, una «chuleta» (más madera polisémica).
Así que banco es sumamente conciso, pero poco preciso. Cinco modulaciones del aire espirado por los pulmones bastan (concisión) para designar varios objetos reales o irreales (imprecisión). Ganar exactitud requiere modular más aire: perder concisión. Juntemos pues más palabras con banco. Si pronuncio «Estoy amarrado al banco», esa frase, aislada, aún puede indicar que soy un carpintero (o un pescador) harto de trabajar, o un donante de sangre (o de semen) cuyo compromiso filantrópico (o filógino) ha ido demasiado lejos, o un mortal que se fio de las condiciones hipotecarias que un avispado amanuense redactó en letra pequeña al servicio de cierta entidad crediticia: una entidad —no se lo pierdan— en la que se cree.
Hasta aquí, una paradoja semántica: la precisión es una restricción, una acotación del significado; sin embargo, para conseguirla debe aumentarse el número de objetos verbales pronunciados o escritos. «Estoy amarrado al banco y no puedo levantarme, porque los niños me han atado por hacer una bromita y se han largado» o «Estoy amarrado al banco por la dichosa hipoteca» ya son mensajes más claros, pero más extensos.
Cuanto más se acota el significado, más se alarga la cadena fónico-sintáctica. Para cercar un terreno que, en medio de cierto campo (semántico), mida cuatro metros de ancho y cuatro de largo, necesitaremos dieciséis metros de alambrada. Cubrir esa medida es alcanzar la precisión; por el contrario, la concisión es el recorte presupuestario de la lengua: una columna diaria de opinión, un soneto o un tuiteo ofrecen menos metros de alambrada. A pesar de lo cual, los manuales de redacción periodística y los libros de estilo se empeñan en repetir que hay que redactar con precisión y concisión... y además con claridad, como si conjugar todo eso fuera sencillo.
En todo caso, no dicen cómo.

2 comentarios:

  1. Y nos pasamos cinco años pagando matrícula para ver si nos lo descubren o lo descubrimos. Y luego las Maestrías...
    Debe ser que los que hicieron los manuales son primos hermanos de los banqueros y filibusteros. Un abrazo.

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    1. Que cinco años no son nada, suele decirse. Todos hemos tenido la idea de salir de nuestras respectivas carreras con muchas lagunas; luego se trata de ir llenándolas.

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