Decía el alemán Nietzsche que los griegos somos todos nosotros. Habrán tomado nota Merkel y los mercados, tan doctos. Grecia, esa simpática tatarabuela de Europa, socrática y sofística, aristotélica y platónica, se dispone —con métrica melódica y contable, la del pentagrama del cómputo de votos— a hablar. Y nosotros con ella. En antología de voces de greguería helénica, claro. Así es como nos entenderemos.
Elemental didáctica enseña que la democracia de génesis y apocalipsis demagógica ha estigmatizado el ágora de la biología humana, ginecológica y antropológica. Prisionera de su cíclico designio mítico, Europa ha vuelto a ser raptada. Ahora por los efectos idiotas de una política tan megalómana como apática, sometida a una economía maniática y necrófila. Un perímetro de especuladores colgados de encuestas proféticas de la nada partidista y de pozos sin fondo de inversión, quedan pendientes en exclusiva del periodo macro de las hipotecas individuales y colectivas, y de los periodos micro de la urna y de la Bolsa, ese panteón crematístico con reloj que marca los trabajos y los días hesiódicos.
El diagnóstico: un ritmo apenas sincrónico de sístole y diástole late bajo el tórax europeo, cuyo anémico sistema cardiaco, sin la hemoglobina de un euro autónomo, no resiste los ataques de bacterias medidas por hectáreas, y colapsa el aparato gástrico, el páncreas, el epiplón y los otros órganos de la anatomía continental, provocando digamos que neumonía y necrosis, ganglios y hepatitis, diarrea y, en un descuido, espermatorrea. En el horizonte, el estado comatoso.
Europa camina hacia una asfixia de pulmones asmáticos y sin hematosis, una geometría desorientada, una mecánica imprevisible y azarosa y una disfemia general de sintaxis deslavazada. Anclados en pronósticos hace mucho desfasados y propuestas eidéticas sin función catalizadora, los europeos se ocultan a sí mismos la verdad con hipérboles de cuentacuentos (Unión Europea, Estado del bienestar, Banco Central Europeo) y eufemismos de llanto (líderes, gestores, expertos) y risa (hojas de ruta, mercados autorregulados). Mientras, el paradigma de la crisis traza su curva elíptica, que desde el espasmo y la agonía conduce a la catástrofe: un cronograma de pánico, fobias y psicosis.
A merced de monopolios y otros concentradores de riqueza, los oligarcas de los Hombres G, en continuo crecimiento (G8, G8+5, G20…), tal que epidemia, se reúnen, deliberan, pastelean y no concluyen con análisis alguno que obtenga un protocolo para salir del drama sin caer en la tragedia.
Es verdad que Grecia es una de tantas repúblicas dinásticas y corruptas que lleva apuntados en su genética los desastrosos el-dinero-público-no-es-de-nadie y que-todo-quede-en-casa, aquí la de los Karamanlis y los Papandreu. Lo está pagando con creces. Pero si hay que abonar lo que se consume y devolver lo que se pide prestado, cabría recordar asimismo que a Grecia debemos el impulso civilizador: la gramática y la lógica, la música y la lírica, la física y la filosofía. Lo que nos hizo como somos: griegos, en el sentido nietzscheano del término.
Europa y el mundo todo, pues, sigue en deuda bárbara con Grecia.
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