Alonso Quijano es que se aburría una barbaridad. El informe independiente de la agencia narrativa del Quijote lo advierte muy pronto, para que nadie se lleve a engaño: «Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso —que eran los más del año—, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda» (Cervantes, Don Quijote, capítulo I). Viviendo de las rentas, don Alonso se dio a la ociosidad y abandonó la gestión de su patrimonio. Otro candidato a pedir dinero prestado a los mercados. O a Sancho Panza.
Es que, descuidando todo los indicadores de la productividad, «vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer». Y se hizo un experto (o sabio obsesionado con una sola cuestión) en la ya por entonces trasnochada burbuja caballeresca. Don Alonso acabaría saliendo de su aldea (o lugar de recalificación) por piernas y disfrazado.
Poco antes de eso, el «desocupado lector» del Quijote conoce que el gusto estético del protagonista había quedado deformado por la mala calidad de aquellos libros de caballerías, como los del «famoso Feliciano de Silva», cuyos rasgos estilísticos, descritos con la ironía de la contradicción («la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas»), «le parecían de perlas» a don Alonso. Por ejemplo, esos «requiebros y cartas de desafíos», con cuyos desatinos el hidalgo «desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para solo ello». Porque corrían por sus líneas frases desquiciadas como:
La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura.
O bien:
Los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza.
Cuanto más oscuro y enrevesado, más fascinante. La gente adora y vota lo que no entiende. Profundo conocedor de la tal naturaleza humana desde que laboraba para esos bancos que se hunden y reflotan como si tal cosa y aquí-no-pasa-nada, don Luis de Guindos, ahora ministro español de Competitividad, acaba de revelarse como atento competidor de Feliciano de Silva. Ha agarrado la pluma, ha cogido impulso, le han visitado las musas bursátiles y se ha lanzado a redactar una nueva carta de requiebro y desafío al presidente del Eurogrupo, que aseguran los que de esto saben que será un tal Jean-Claude Juncker. O algo así. Es de suponer que el burócrata se habrá desvelado de lo lindo para desentrañar lo que le dice este otro experto:
Tengo el honor de dirigirme a Usted en nombre del Gobierno de España, para solicitar formalmente asistencia financiera para la recapitalización de las entidades financieras españolas que así lo requieran. Esta asistencia financiera se enmarca dentro de los términos de la ayuda financiera para la recapitalización de las instituciones financieras.
¿Hará entonces la merced de soltar la pastizara nuestro señor Juncker? No cabe descartarlo. El capitalismo se basa, como va sabiéndose, en la teología —especialmente la sección «Virtud de la fe», que trata sobre credibilidad y el firmar a ciegas— y las letras, unas que vencen y otras que deben ir muy enrevesadas y pequeñitas en los contratos, claro es que para ahorrar papel. Es mandamiento que ya dejó aclarado, con un caso práctico, la teoría marxista expuesta en el tratado Una noche en la ópera, de la que creo que luego hicieron una peli en 1935: «La parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte…».
Quiero decir que no es previsible que haya problemas de interpretación con la carta a lo Feliciano de Silva: el señor Guindos y el señor Juncker, reconocidos contables de pro en la Eurobanda, se han formado en la mejor literatura económica y por eso nunca hablan ni escriben a tontas y a locas.
Yo me quedo más tranquilo.
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