sábado, 19 de enero de 2013

IX, 6. Originalidad: tradición

Con la paradójica novedad que supone recordar lo antiguo —pongamos los pasos de los poetas de Provenza—, Gaspar Gil Polo había expresado el conocido afán innovador, que en su caso consistía en incrustar una variada polimetría en el argumento de la pastoril Diana enamorada (1569): «Puse aquí algunas rimas y versos de estilo nuevo y hasta ahora, que yo sepa, no usado en esta lengua. Las rimas hice a imitación de las que he leído en libros antiguos de poetas provenzales»[1]. Estilo nuevo a imitación de lo antiguo: cuadratura del círculo. O sea, vida. Eso que decimos realidad.
Tampoco el laísta Quevedo dejó pasar la ocasión de mostrarse como creador de otra novedad métrica, la silva: «Deste género es la que yo usé primero, con nombre que yo la puse, de Silva, en España»[2]. Otro tipo de silva, la miscelánea en prosa, había sido apadrinada mucho antes por Pedro Mexía en su Silva de varia lección (1540); sin embargo, Mexía era consciente, como Gil Polo, de estar siguiendo y sirviendo una tradición:

hame parescido escrevir este libro assí, por discursos y capítulos de diversos propósitos, sin perseverar ni guardar orden en ellos; y por esto le puse por nombre Silva, porque en las selvas y bosques están las plantas y árboles sin orden ni regla. Y aunque esta manera de escrevir sea nueva en nuestra lengua castellana y creo que soy yo el primero que en ella aya tomado esta invención, en la griega y latina muy grandes auctores escrivieron assí.[3]

¿Y qué decir del último siglo clasicista? Pues que empieza a mostrar el despreocupado desapego progresista hacia la tradición, identificada solo con el tradicionalismo. Samaniego, por ejemplo, prescindirá —frente a Mexía y Gil Polo— de sus precedentes, en su caso clásicos y franceses, para decir del género en que insertaba sus Fábulas literarias (1781): «puede perdonárseme bastante por haber sido el primero en la nación que ha abierto el paso a esta carrera, en que he caminado sin guía, por no haber tenido a bien entrar en ella nuestros célebres poetas castellanos»[4]. No dejaba Samaniego de recurrir, en todo caso, al tópico del iter (aquí, carrera), tan asociado al teorema que venimos examinando.
Parece irremediable: la originalidad es asunto siempre de la tradición.

[1] G. Gil Polo, Diana enamorada, ed. F. López Estrada, Madrid, Castalia, 1987, pp. 82-83.
[2] Cito por L. López Grigera, «Quevedo comentador de Aristóteles: un manuscrito inesperado», Revista de Occidente, 185 (1996), p. 127.
[3] P. Mexía, Silva de varia lección, ed. A. Castro Díaz, Madrid, Cátedra, 1989-1990, I, pp. 161-162.
[4] F. M. de Samaniego, Fábulas, ed. E. Jareño, Madrid, Castalia, 19873, p. 55.

2 comentarios:

  1. En efecto.Parece que para conseguir la "originalidad",se precisa de un conocimiento de lo anterior.
    Juguemos con Borges.Nos dice en su "Examen de la obra de Herbert Quain" que "de las diversas felicidades que puede ministrar la literatura, la màs alta es la invenciòn. Ya que no son todos capaces de esa felicidad, muchos habràn que contentarse con simulacros". Lo nuevo, lo inventado es un camino arduo. Vease a Pierre Menard "que no querìa componer otro Quijote- lo cual es fàcil- sino el Quijote". Su tècnica no era copiar sino crear pàginas idènticas a la obra de Cervantes.
    Paradòjico; conseguir una tècnica nueva para crear algo idèntico ideado en otro tiempo.No sigo,esto esto es sòlo un comentario, me alargo y me sumerjo en un jardìn de senderos que se bifurcan. Saludos.

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    1. No puedo estar más conforme con tan borgesiano comentario. Que al enlazar por azar (otro sendero de Borges) con el siguiente post, que me dispongo a publicar, demuestra otra de las tesis (o relatos) del maestro argentino, y de uno de sus maestros: que "Cualquier hombre es todos los hombres". Gracias y saludos.

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