En su
instructiva «Zoología erótica en la lírica del Siglo de Oro» (eHumanista,
15 [2010], pp. 262-301), Labrador y DiFranco coleccionan unos textos con «intención»
no menos «doble» que noble: rescatarlos de su marginalidad canónica —espacio
vedado para los manuales serios de la academia repetitiva— y lograr que «los
lectores se diviertan con su lectura como se divertirían quienes escuchaban
estas canciones». En aquellos tiempos en que fueron compuestas, y que en tantos
aspectos gozaron de mayor libertad que los nuestros.
Por la tierra
y el aire de tan recomendable antología zoológica desfilan lagartos (poemas 1 y
2) y caracoles (15-18), gallinas, pollos y gallos (3, 6 y 25-26), hurones y
conejos (5 y 8), pájaros de distintos plumajes (7, 9 y 21), caballos (4) y
gatos (24), sanguijuelas y pulgas (22-23) y las cornamentas de toros, cabras y venados
(10-14 y 19). Una fauna sexual que hacía las delicias de los más excitados
amantes de la poesía, allá por los siglos XVI y XVII. ¡Ah!, que no se me
olvide, porque no podían faltar: y perros (20). Al folio 405v del manuscrito
II-973 de la Biblioteca de Palacio (Madrid) se copia «El perrito»:
¿Quién compra un perrito, damas,
que es muy barato y de falda?
Es muy bonito
el perrillo,
que entre las
faldas se mete,
todo amigo de
juguete
por ser un
juguetonçillo.
Tiene el
petral amarillo
con cascabeles
de plata,
que es muy barato y de falda.
Da contento y
quita enojos
y es blanco
como la nieve,
perlas con
lágrima llueve
si se alegra
por los ojos.
Es de los
extremos rojos,
lanudo y de
cola larga,
que es muy barato y de falda.
Hace una cosa
de estima
no haciendo a
todas parejas,
que huye de
damas viejas
y a las
moçuelas se arrima.
Amigo de andar
ençima
y siempre
escarbar la halda,
que es muy barato y de falda.
Es manchado,
rubio y zarco,
brioso con ser
chiquito,
que sabe tener
pinito
y nada siempre
en un charco.
Y salta por
cualquier arco
sin ser por el
rey de Françia,
que es muy barato y de falda.
Como ocurría
en La
Lozana andaluza, esta glosa muestra que nuestros antepasados, que pudieran
parecerse a los contemporáneos de cualquier sincronía en andar siempre pensando
en lo mismo por ser / estar cachondos todos, o los más, meses del año,
entendían ‘pene’ cuando decían perrito.
Uno caliente. Que, por «juguetonçillo», «entre las faldas se mete» de «las
moçuelas». Con su «cola larga».
¿Y cuáles son
las habilidades del susodicho perrito faldero, tan «barato»? Una, fundamental: «Da contento y quita enojos». Alegrar esta perra vida, virtud del
sexo. Otra, específica: va y eyacula. O dicho poéticamente: «perlas con
lágrima llueve / si se alegra por los ojos». Toda vez que llover
y llorar —defínanse como se pueda— cubrían el semantismo de ciertos
líquidos o flujos que se proyectaran de dentro afuera; y que ojo designaba, amén del círculo en que empiezan
o terminan, según se vea, ciertos conductos anatómicos con salida al exterior, a
aquel que corona al can, digo, al pene.
Este perrito está
perfectamente adiestrado y hace muchas más cosas sin cuento: «nada siempre en
un charco», es a saber, el formado por líquido de producción femenil que fuere
el resultado de «escarbar la halda» o falda; y, por si fuera poco, «sabe tener
pinito». Vamos, que se empina. Acción que, según acaba de mostrarse, nuestros
antepasados llamaban igual que nosotros. Lo que parece requerir nota al pie es
esa otra habilidad que, formulada así, «Y salta por cualquier arco / sin ser
por el rey de Françia», pudiera resultar enigmática. Para eso está el Vocabulario
(1627) del maestro y amigo Gonzalo de Correas, para resolver crucigramas filológicos:
«Saltar
por el rey de Francia. Tómase por hacer violencia y dar pesadumbre;
semejanza de los perrillos de ciegos, que los hacen saltar por un aro,
diciendo: “salta por el rey de Francia”».
Polivalente,
pues, perrito este, aficionado a mil posturas.
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