Lo
mejor del librito, además de su excepcional título, Of Murder considered as one of the Fine Arts, es que lo leyó
Borges. En las múltiples ocasiones en que cada día versan las conversaciones porteñas
sobre teoría literaria, «es frecuente escuchar
que a la mención de De Quincey, se sigue la frase: “sí, un escritor que le
gustaba a Borges”», por lo que no extrañará la experiencia de
un crítico argentino como Ledesma, quien, tras confesar que al leer al autor
inglés «en
textos que no se parecen a los de Borges», «les encontré
algo “borgeano”», concluye: «No
deja de ser asombroso de qué manera la lectura de un autor consagrado puede
condicionar la de otros autores», revirtiendo «los términos de la influencia.
La mediación de Borges determina nuestra recepción de Thomas De Quincey»[1]. No de otro asunto capital,
la reversibilidad del tiempo, creo que tratara Borges.
domingo, 29 de abril de 2018
domingo, 22 de abril de 2018
XI, 13. Leve viaje en la máquina del tiempo
Abrir
un libro publicado en el pasado —o sea, un libro— es traspasar puerta que dará
en algún curvado pasadizo del laberinto del tiempo. Que trazan distorsionadas
líneas de historicidad. Un libro es, por tanto, peculiar objeto físico que
enlaza el efímero presente con puntos pretéritos conectados de modo cambiante entre
sí: una azarosa máquina del tiempo. A los mandos, cada sucesivo lector, que se
deja guiar por su propio o anacrónico manual de instrucciones. Sobrevolemos abismos
temporales, por experimentar la sensación, con la edición póstuma de Varias poesías, compvestas por don Hernando
de Acuña. Dirigidas al Príncipe don Felipe N. S., En Madrid, en caſa de P.
Madrigal, 1591[1].
En su tramo final figura el soneto tal vez más conocido —desde el siglo XIX— de
su autor, «Al Rey Nuestro Señor». Sea el punto [2] de la ruta del tiempo que
voy a considerar:
lunes, 26 de marzo de 2018
XI, 12. Cartas finlandesas de Ganivet a Puigdemont
Cansaría
menos acompañar al hiperactivo Puigdemont en sus andanzas europeas, que estar
todo el santo día oyendo de sus huyendos. Con la noticia de que viajaba
a Helsinki, y conociendo que en el pasado, que dura desde tiempos
inmemoriales, ocurrieron tantas cosas que es imposible que no encuentren eco en
el efímero presente, me acerco al ordenata —antes los libros se sacaban de las
estanterías; ahora se bajan de una nube— para buscar las Cartas finlandesas (1898) de Ángel Ganivet[1]. Enseguida (pp. 2-3) despuntan las paralelas de
la Historia: «a todos nosotros se nos mete en el
cuerpo, juntamente con los primeros sobresaltos eróticos, una pasión violenta
por conocer nuevas gentes y nuevos climas, sin duda para sacudir el yugo del
amor […]»; o esta otra: «formé
el propósito de callarme hasta el día 1.ºde octubre, que es el de la apertura de los centros docentes, y ese día abrir mi cátedra».
viernes, 9 de marzo de 2018
IX, 47. La regla de tres de Jorge Manrique
Corrían por el seminario de Julio Marconi —sí,
el hermano del teórico Ataúlfo
Marconi— aires de una nueva historia de la literatura. Historia que
fuera ajena a los «viejos moldes retóricos de corte decimonónico (coherencia
narrativa, flujo temporal lineal, períodos unitarios, transparencia del código
empleado, neutralidad expositora, etc.)» con que había Santiáñez-Tió caracterizado a la ya manida y desgastada, mientras esperaba que un «historiador interesado en
relatar la multiestratificación del tiempo» la superara con los recursos de la
«narrativa experimental y modernista»: «pluralidad de voces, simultaneidad de
escenas, polisemia, multilenguaje, montajes paralelos». Avivo el seso y recuerdo ahora el caso de las Coplas a la muerte de su
padre con
que, preparando esa venidera historia literaria reversible —o sustentada en las
curvaturas del tiempo—, ensayaba Marconi.
domingo, 25 de febrero de 2018
II, 16. «Jóvena portavoza» (2)
De
la nación de los Yahoos, los hechiceros son realmente los únicos
que
han suscitado mi interés. El vulgo les atribuye el poder de cambiar
en
hormigas o en tortugas a quienes así lo desean; un individuo que advirtió
mi
incredulidad me mostró un hormiguero, como si éste fuera una prueba.
(Borges, «El informe de Brodie»
[1970])
Quienes
también hoy se rigen por el pensamiento mágico, sostienen, entre sus cuatro o
quizá infinitos dogmas de patio de colegio o de andar por casa, que la persona
lengua —a la que por resultarles tan poco amistosa señalan con su pulgar
fascinado— es el mismísimo mundo, tan animado y animista. Creen, ciegos como el
rey de los Yahoos, que cambiarla lo transforma. En vano les argumentará un cartesiano
que eso sucede sólo en el inverificable orbe metafísico, construido y poblado en
exclusiva por palabras. (Aunque de vez en cuando por él paseen un loco de
Waterloo o una señora, prima hermana del arcángel Gabriel, que con valentía
vence el miedo a la pelu para fundirse
la caja de resistencia en estilismos ginebrinos.)
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