miércoles, 18 de enero de 2012

II, 4. Duradera arbitrariedad convincente

Sea —como fue— la voz maniquete: 1. Mitón que cubre desde medio brazo hasta la mitad de los dedos / 2. Utensilio usado comúnmente por los artesanos alfareros del siglo XVIII / 3. Roquete, baldaque / 4. Manija / 5. Bozal para el perro de caza. Nótese que los jugadores tratamos aquí de despistar mediante la selección de mitón, roquete, baldaque o manija. Son palabras que suenan tan antiguas como maniquete, cuyo sufijo –ete es tan poco frecuente en el español actual que aparece ante la intuición lingüística de los jugadores-hablantes como arcaísmo. A lo que responde también el sintagma «artesanos alfareros del siglo XVIII», que es más de enciclopedia que de diccionario. Sigamos jugando: vote el lector de estas líneas la acepción que le parezca verdadera, y compruébela luego en el diccionario. ¿Por qué se le figuró auténtica la que era ficticia?
A nosotros nos pasó algo parecido.
Volvamos a Saussure, que ni mucho menos iba descaminado. El signo lingüístico, en tanto histórico, es una convención. Depende del acuerdo de una comunidad de hablantes, todos los cuales están —ay— sujetos al tiempo. Quizá las lenguas muestren asimismo que lo arbitrario brinda las mejores condiciones para un convenio. Al menos resultan duraderas condiciones. Siempre, claro está, que se presenten como verosímiles: porque también pareciera que de lo que se trata es de creer en algo.
Cuando se propuso aquella tarde de juego que vengo recordando la voz espurrir, ‘extender, dicho especialmente de las piernas y brazos’, nadie juzgó convincente (o conveniente) esta definición. Antes bien, los votos favorecieron a las que, siendo falsas, eran admisibles para el sentido común de los jugadores, es decir, para su conciencia lingüística: 1. Sacar brillo a los objetos de adorno / 2. Secar las hojas del tabaco / 3. Arrancar, atorar / 4. Deslizar, resbalar.
Queremos tanto a Aristóteles...

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