sábado, 28 de enero de 2012

IV, 1. El síndrome lingüístico de Estocolmo

Para quienes se pasaren los eufemismos
por el arco del pensamiento libre


En El conflicto lingüístico en España (Madrid, 1998) llamé mitolingüística al conjunto de los prejuicios que mantenemos sobre la lengua, que no son pocos. Entre ellos figura uno especialmente avieso, no sólo por imperceptible, sino por las consecuencias que acarrea. Es la falsa idea de que las palabras son las cosas. Para las culturas primitivas, en el principio siempre era el verbo; nada parece haber cambiado para las actuales, excepto que no se dice. De tal idea deriva con facilidad otra: para transformar la realidad, basta con modificar las palabras. He aquí el cómodo y acomodaticio fundamento del eufemismo.
La voz eufemismo es una completa cursilada. Procedente del griego (eu, ‘bien’; femí, ‘hablar’), significa etimológicamente ‘hablar bien’. Sin embargo, el eufemismo no comporta un uso adecuado de la lengua —ninguno lo es de por sí, fuera de un contexto—, sino una ocultación de la realidad. Claro es que, si de esto se trata, el eufemismo encuentra terreno abonado en la política y en la economía, campos de juegos florales y fuegos artificiales, que no otra cosa son expresiones como reestructuración de plantilla, desaceleración económica, redistribución de recursos humanos, control democrático, ajuste económico, desempleo, crecimiento cero, crecimiento negativo o movilidad funcional, que abundan, entre otros sitios de mal vivir, en los informes empresariales (o memos) y los textos legales.
Pero por lo visto se trata también de no ofender, no ya a la moral y las buenas costumbres, sino a las sensibilidades ajenas. (Así se denominan ahora, versallescamente, las corrientes internas de los partidos, que al parecer no pueden permitirse el lujo de la democracia interna.) En nuestra cada vez más habitual cogida con papel de fumar, se ha extendido el uso de la expresión Eso es incierto —que antes significaba ‘desconocido’—, por la de Eso no es cierto, a su vez un modo fino de decir Eso es falso, que por su parte oculta lo de Eso es mentira.
Que nadie se moleste... Tampoco en pensar.

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