«Era hijo de Júpiter Perseo, a quien había concebido Dánae de lluvia de oro» (Metamorfosis, IV, 611)[1]. La brevísima mención convierte a Dánae en un personaje muy secundario en la Biblia de los poetas ovidiana, pero en ella se fijaron artistas como Rembrandt[2]. Ni en la Dánae (1636) de éste, ni en Higinio, fáb. 63, u Ovidio se oye ladrar a ningún perro. Así que Tiziano había estado al quite cuando lo añadió a su Dánae recibiendo la lluvia de oro, 1553 (Madrid, Museo Nacional del Prado).
La Dánae tizianesca está por completo desnuda. Como la muchacha de Courbet. En ambas se asemejan la postura de los pies, y la de las piernas cobijando un sexo que se oculta; mas sobre una cama reposa tendida Dánae, a la espera. La acompaña una anciana que se dispone a recoger la lluvia de (monedas de) oro en que va manándose Júpiter, el dios supremo, transfigurado asimismo en ocultadoras nubes y potente luz. La mano derecha de la bellísima joven roza, cayendo como al desgaire, la sábana; y al perrillo que dormita cerca de su mullida almohada, casi.
Como la de Baco y Ariadna, la escena de Dánae llevada al lienzo por el maestro de la escuela veneciana es de índole sexual. Lo subraya la reseña del Prado, museo que conserva dos —Venus y Adonis y esta Dánae— de las que Tiziano llamó Poesías: «una serie de pinturas» para Felipe II que, «inspiradas» sobre todo en las Metamorfosis ovidianas, fueron «concebidas» «para deleite de los sentidos» y por tanto quedan «ajenas a interpretaciones simbólicas o morales». Sendos perros figuran a los pies de una diosa en otras dos Poesías: Diana y Acteón y Diana y Calixto (Edimburgo, National Galleries Scotland). No así en El rapto de Europa (Boston, Isabella Stewart Gardner Museum) y Perseo y Andrómeda (Londres, The Wallace Collection), cuyas protagonistas parecen haber tenido bastante con —respectivamente— el monstruo marino y el toro.
Ya digo que no había canes en las fuentes clásicas sobre Dánae, ni en Rembrandt, lo que refuerza la idea de que el perro es una especie de firma de Tiziano. Sin embargo, sí corren chuchos, al menos figurados, por cierto romance burlesco de Quevedo, «Anilla, dame atención…»[3], que en sus versos 189-204 tangencialmente toca —con perdón— este mito:
En precio se llovió Jove
para gozar a la otra,
que en la torre, como tordo,
pasaba la vida tonta.
Para ser bien recibido,
el dios se vistió de bolsa;
bajó en contante del cielo
y a lo mercader negocia.
Sabe que temen sus perros
más que los rayos que arroja;
que numerata pecunia
no le renuncian las novias.
Vino en paga y vino bien,
que tiene muchas quejosas
y al Tonante sin dinero
le llamaran Pocarropa.
De pecunia dice Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611) que es «nombre latino, comúnmente sinifica la moneda», «pero al principio pecunia eran las pieles de las reses o las mismas reses», lo que pone sobre la pista del concepto construido por Quevedo: Júpiter se transforma en diversos animales (reses) para ligar con sus «novias»; así, en toro que ser cabalgado por Europa. Pero el concepto resulta más complejo, y por tanto digno de la incisiva inteligencia quevediana: numerata pecunia es «el dinero efectivo. Es puramente del latino y se usa en estilo festivo», según define el Diccionario de autoridades (1734). Tiziano y Rembrandt nos han mostrado cómo Júpiter se transfigura en lluvia dorada para penetrar en la torre de Dánae. Y en ella misma. En cuanto a los «perros» del dios, que todos «temen» más que a sus «rayos», podría parecer que el romance da la razón a la perrera de Tiziano; pero es que perro contaba con un sentido figurado: «el engaño o daño que se padece en algún ajuste o contrato» (Autoridades). Disfrazándose de mil maneras, Júpiter es un tramposo. No digamos con Dánae, a quien además soltó la perra: «En Aragón», soltar la perra «vale gastar el dinero» (Autoridades). Todo un concepto al cubo este de Quevedo.
Pero a lo que íbamos: los canes jupiterinos de don Francisco nos han descubierto que perro significaba ‘engaño’. Vaya. ¿Y Courbet y Tiziano? ¿Nos estaban engañando? ¿Son sus perritos una suerte de trampantojo o trompe l’oeil que apunta entonces a más cosas?
[1] Ovidio, Metamorfosis, trad. C. Álvarez y R. M. Iglesias, Madrid, Cátedra, 20046, p. 340.
[2] A. Ruiz de Elvira, Mitología clásica, Madrid, Gredos, 20002, pp. 156-158. Algunas fuentes del mito son accesibles en Nihilnovum (pseudónimo de M. Á. Prades Prades), «Tríptico mitológico de Rembrandt (IX)», en el estupendo blog Nihil sub sole novum, 8-2-2011.
[3] Francisco de Quevedo, Poesía original completa, ed. J. M. Blecua, Barcelona, Planeta, 1981, pp. 768-776.
[3] Francisco de Quevedo, Poesía original completa, ed. J. M. Blecua, Barcelona, Planeta, 1981, pp. 768-776.
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