sábado, 21 de enero de 2012

III, 1. Viendo volver

¿Pero qué es un siglo en estas contiendas
casi anteriores al tiempo?
Daniel Devoto


El desdibujamiento de las cosas pasadas estabiliza la realidad pretérita (es decir, la memoria), y por tanto tranquiliza mucho; en tal sentido leyó Ortega el «cualquiera tiempo pasado fue mejor» de Jorge Manrique. Sobre un aspecto social hoy objeto de muchas discusiones y atenciones, la inseguridad ciudadana, los desmemoriados son legión. No sólo aquellos que comienzan sus discursos con un «En mis tiempos...», tras lo cual elaboran un canto nostálgico de las excelencias de aquella Edad de Oro que conocieron cuando aún había ley y orden. Ninguno de estos considera que la condición básica de todo tiempo mítico es, precisamente, la absoluta falta de necesidad de las leyes.
Para refrescar realmente la memoria de tantos utópicos del pasado, quizá sería recomendable la lectura de La mala vida en la España de Felipe IV (1950), de José Deleito y Piñuela, con su vasta y basta crónica de parricidios, degüellos, atentados, envenenamientos, homicidios, asesinatos, suicidios, latrocinios, sacrilegios, estafas e incestos.
Siempre, donde hubo ley y orden, hubo transgresión y trampa. La memoria colectiva —hija de la pedantería actual es la redundante expresión memoria histórica—, limitada en su recuerdo a sólo trescientos años atrás, según explica Mircea Eliade en El mito del eterno retorno, tiende a olvidar que antaño es lo mismo que hogaño, con escasas excepciones: la homosexualidad y la transgresión de su voto de castidad por parte de los clérigos ya no forman parte del Código Penal. Pero en la España intransigente y ordenada del siglo XVII, la inseguridad de los súbditos era una más de las múltiples inseguridades del vivir; léase, si no, este fragmento de la «Advertencia preliminar» de Deleito:

El cuadro de esa mala vida, extendido a veces a todas las clases sociales, desentona a primera vista en sociedad tan religiosa como la española del siglo XVII; pero se explica ahondando en su estudio, al ver cuántas aberraciones desnaturalizaban entonces el sentimiento de la religión, cuánto tenía éste de ritualista, y cuán lejos de la pura moral cristiana solía hallarse.

¿Suena? Es como si se criticara hoy a los yuppies de finales del siglo XX, surgidos bajo los mandatos de los Gobiernos socialistas español y francés. Lo mismo siempre, pero diferente. Habrá que concluir, empero, que los dedicados a la mala vida de entonces eran más interesantes, más literarios, que los actuales: «Así pudo existir el caso pintoresco de la ramera devota de la Virgen, el ladrón que creía servir a Dios en su oficio, el rufián que defendía a cuchilladas los misterios de la Fe, y hasta el asesino que mataba a sus víctimas, pero haciéndolas que se confesaran primero, o poniendo después piadosamente una cruz en su tumba», escribe Deleito.
O quizá es que el paso del tiempo así nos los presenta.

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