Faro que atraía a numerosos vates, según constató Lope, Arguijo cuidaba selecta academia que vetó al dramaturgo Juan de la Cueva. Quien volcó su resquemor contra esa reunión, a la que despectivo llamó «argicena cumbre». Aludía a Argío, sobrenombre poético del rico concejal que remitía por similitud fonética a su apellido y por similitud semántica a su fabuloso patrimonio: el griego ’argύrion significa ‘plata’.
La actitud de Cueva es síntoma de ánimos alterados en los que ya eran duros tiempos. Sobre la Sevilla que presumió de ser puerto y puerta para dos continentes, se cebaba la peste desde 1598. La epidemia se agudizó en 1601, año en que se llevó por delante a «muchas personas conocidas y muchedumbre de pueblo», según los Anales sevillanos de Ortiz de Zúñiga. Hasta entonces la gran urbe de Andalucía, España y la humanidad, el suntuoso espejo hispalense —Viejo Mundo Mundo Nuevo— explotaba en los mil añicos de una crisis comercial, demográfica y social.
También Arguijo sufrió repentino declive, que habían agravado sus derroches para con poetas aprovechados, artistas gorrones, jesuitas interesados y otros finos practicantes del voto de pobreza. En 1605, quebró.
Acumulando un sinfín de deudas desde hacía un lustro, acababa de vender una finca a la Compañía de Jesús… que esta, siempre caritativa, compró con parte de los mismos dineros regalados años atrás por Arguijo. Y sobre la casa de campo de Tablantes pesaban ya varias hipotecas.
El veinticuatro trata ahora de salvar lo que le queda. Se centra así en el pleito con el heredero del Almirante de Castilla, quien desde su rancio abolengo había argumentado que los Arguijo no pertenecían a la nobleza: en verdad, No sabe usted con quién se juega los cuartos... Acosado por los acreedores, en 1609 se retrajo (se refugió) don Juan en el seminario de los jesuitas. Casi bajo ella, vivía al fin con los pies en la tierra. Desde aquella clandestinidad, terminó ganando el litigio contra el Almirante, pero hasta 1616 no cobró lo que se le debía. Pudo así abandonar su reclusión.
Antes de estos siete años de retraimiento —de hecho, una sagrada cárcel—, Arguijo había sido prisionero de la imagen social que se labró tras la muerte de su padre en 1594, cuando había iniciado su acelerada carrera por la pendiente de gastos descontrolados que fue signo de los burgueses y comerciantes hispalenses del XVI. Quienes —nuevos ricos— concibieron el lujo y la ostentación como instrumentos que, con evidente dimensión política, alzaron frente a la rancia aristocracia. Nihil novum sub sole…
Reservado queda en el guinness del dispendio un elevado puesto para don Juan de Arguijo, que se pulió unos 5 millones de euros en apenas once años.
Al menos, el patrimonio dilapidado era suyo.
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