Los apotegmas de la Floresta española ofrecen, como hemos visto, una perspectiva sobre el derroche de los dirigentes españoles de los siglos XV y XVI. Pudiera pensarse que se trata de chascarrillos ficticios. Así que cerremos por ahora la colección de Santa Cruz y abramos un paréntesis indiscutiblemente histórico, dedicado a don Juan de Arguijo (1567-1622), excelente poeta, pésimo político, arruinado comerciante y generoso mecenas sevillano. Examinaremos en su biografía[1] —la de un derrochador diríase que profesional— esa capacidad de dispendio que pudiera caracterizar al ADN hispánico.
Construyendo su fortuna sobre el comercio con América, el canario Gaspar de Arguijo se había establecido hacia 1565 en Sevilla, donde fue adosando casas hasta levantarse un palacio. En 1581, Luis Enríquez de Cabrera, almirante mayor de Castilla, se hallaba —ya no nos extrañe— en situación de insolvencia; Gaspar de Arguijo le prestó dinero a cambio de los cargos de lugarteniente del Almirante y veinticuatro (o concejal) hispalense, y de que Enríquez y sus descendientes les abonaran a él y a su hijo Juan, hasta la muerte de este, una fuerte suma anual. En 1590, y por 7.000 ducados, compró a su vástago otra veinticuatría hispalense, puesto que Juan ocupó durante años, aunque fue destituido de otro cargo político… Es que no pudo justificar ciertas cuentas. El cuento de siempre.
Cuando murió, el patrimonio de Gaspar de Arguijo superaba los cien millones de maravedíes: casi 2,5 millones de euros. Juan añadió a esa fortuna la no menor que procedía de su suegro, socio de su padre. Enseguida iba el heredero a dilapidarlas, echando, literalmente, la casa por la ventana. Durante las fiestas del Corpus de 1594, este «no menos noble que discreto caballero» y «espejo» de Sevilla «en virtud y hidalgos respectos», que militaba entre los «mancebos ricos» de la jet set hispalense de entonces, aderezó —según la crónica manuscrita de Mexía de la Cerda, Discursos festivos […] Año de 1594— «con costosos tapices, sedas, cuadros y retablos, no solamente su casa sino la calle entera, lo cual atrajo por su novedad».
Así continuaría: el conde de Essex toma Cádiz en 1596, saquea la ciudad durante dos semanas y se retira, lo que aprovecha el duque de Medinasidonia para recuperar la plaza. Cervantes, que en Sevilla vio cómo se trataba ineficazmente de reclutar «compañías / de quien el vulgo, y no el inglés, se espanta», celebró la reconquista con sorna: «(ido ya el conde sin ningún recelo), / triunfando entró el gran duque de Medina». Como Arguijo era, frente a Cervantes, un integrado en el sistema, sufragó en Cádiz, con 100.000 maravedíes de su bolsillo, la reconstrucción del colegio jesuita. No menos caritativo, en 1597 cedió su sueldo de veinticuatro a los jesuitas de Sevilla y recomendó mantener durante cuatro años la subvención de cien ducados anuales para la casa de pobres incurables, pues «me consta que la necesidad que padecen es muy grande».
A finales de 1600, y por imperativo legal, Arguijo rindió inventario de sus objetos suntuarios; la amplia lista ocupó dos folios y medio. Así que podía mantener el dispendio. Sin escatimar gastos, según lo que acostumbraba, hacia 1601 ordenó obras de reforma en su palacio, que por entonces acogía una tertulia de poetas, donde el mecenas atendía generoso a doctos amigos que por allí revoloteaban y a quienes leería sus magníficos sonetos. Uno era Lope de Vega: en 1602 costeó la impresión de La hermosura de Angélica con otras diversas rimas. Lope le correspondió con nada menos que cuatro dedicatorias en ese libro.
Estaría el encandilado Juan de Arguijo como para atender al pleito que incoaba por entonces el heredero del Almirante, que pretendía librarse de la —según él— «usuraria y contra derecho» obligación impuesta en 1581 por Gaspar de Arguijo. Nada nuevo tampoco: siempre achacosa la Justicia, veinte años tardaría el proceso en resolverse.
Para entonces, todos calvos. Que corriendo el champán continúe.
[1] J. de Arguijo, Poesía, ed. G. Garrote Bernal y V. Cristóbal, Madrid, Fundación José Manuel Lara, 2004, pp. ix-xlvii; G. Garrote Bernal, «Arguijo, Juan de», en Diccionario biográfico español, Madrid, Real Academia de la Historia, 2010, V, pp. 244b-247b.
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