¿Cómo verbalizamos la vida? ¿Cómo la ponemos en verbo y en verso? Los semantistas postulan que toda lengua se articula en torno a tres coordenadas. La primera es material o fónica: una serie de sonidos o significantes físicos (tangibles en tanto visibles en la escritura o audibles en el habla) que sirven como soporte a los significados. La segunda es abstracta: una ristra de significados o construcciones intelectuales almacenadas en ciertas zonas del cerebro, cuyos cartógrafos las llaman memoria. La tercera es referencial: una secuencia de objetos, reales e imaginarios, que son designados mediante la unión de elementos pertenecientes a las dos series anteriores.
El signo huerta, por ejemplo, liga estrechamente esas tres coordenadas en una conversación española: asociadas de manera arbitraria (o casi) la serie física de sonidos articulados /wérta/ y la serie abstracta ‘terreno destinado al cultivo de legumbres y árboles frutales’, ambas forman una palabra que nombra o reemplaza al objeto, en este caso pisable y regable.
Sean objetos reales todos los componentes del mundo tangible, y objetos imaginarios los que forman el cosmos abstracto o ideal. Ahora, denominemos objetos verbales a los signos de una lengua cualquiera. Con los objetos verbales nos referimos a los reales y a los imaginarios. No sabemos en qué proporción —en todo caso, distinta en cada lengua—, pero el número de objetos reales y de objetos imaginarios es mayor que el de los objetos verbales. Esto se comprueba al abrir al azar un diccionario: la página 334 de la III Parte del Diccionario ideológico de Julio Casares empieza con enhebillar y termina con enladrillar. Si he contado bien, ahí figuran 101 palabras u objetos verbales, y 162 acepciones o significados de esas voces, que remiten a otros tantos objetos reales e imaginarios. No hay, pues, una correspondencia exacta entre ambas magnitudes: en el ejemplo citado, a cada objeto real o imaginario le corresponden 0,62 objetos verbales, lo que corrobora que disponemos de menos palabras que de cosas.
Se podría objetar a esto último que existe la sinonimia: dos o más objetos verbales designan un solo objeto real o irreal. Pero apenas hay sinónimos plenos en un idioma; cada supuesto sinónimo introduce un matiz distinto, esto es, una perspectiva nueva que modifica el objeto designado y lo convierte, de alguna forma, en otro. Aunque los comentaristas de deportes crean lo contrario, no es exactamente lo mismo jugador francés que jugador galo, pues este resulta ya un imposible histórico o —lo que es peor— una vulgar pedantería (valga la redundancia).
Una lengua y la memoria humana que la sustenta no son capaces de abarcar la espectacular cantidad de objetos que esmaltan todo el mundo real y todo el imaginario. No queda más remedio que hacer trampas.
Veremos que a esas añagazas las llamamos estilo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario