No cabía duda alguna. La escritura
predice. En el principio de esta verdadera historia, Francesillo de Azcoitia se
había dejado guiar por sus Google Glass de prueba y error, y acabó dando en el pasmo
perpetuo de Rajoy. Tras despertar de su dulce letargo y hallarse en el país
de las maravillas del Despacho Oval, Rajoy había terminado poniéndose unas
Google Glass. Hacía pocas lunas. «Está
claro que tenía interés», declaró el científico español que conectó al
Presidente con la realidad virtual. Menos era nada. «A partir de ahora, ni
plasma ni gaitas gallegas», se dijo Rajoy mientras improvisaba un vídeo con
mucha maña y no menos interés. «A partir de ahora, las ruedas de Prensa con
comandos por voz. Marca España a tope».
A su desmedida afición a las librerías,
bibliotecas y antros similares de malvivir y perdición, se debía el que Francesillo de
Azcoitia hubiera leído aquella estupenda novela de Landero, Juegos de la edad tardía. Por entre sus páginas
había dejado subrayado, entre otros, este pasaje:
Enseguida adivinó que
progresando en el absurdo acabaría encontrando en él las leyes lógicas que lo
emparentaban con la realidad.
Eran las leyes lógicas o previsoras del
paco-esperpento.
La historia en los túneles reversibles del tiempo: todo lo que ha pasado sigue
ocurriendo. Inclusive —que decimos en Carabanchel— en pleno siglo
XXI. De modo y manera que aquellas neodisciplinas de sociología y ciencia, economía
de expertos en dos tardes o estadística aplicada a la intrahistoria del
personal emocional, no hacían sino corroborar lo que atesoraban ya, y desde
venga de siglos atrás, los archivos diocesanos. El doctor Morcillo quedó
confundido cuando, con su seguridad de osado bufón, así se lo aseveró
Francesillo de Zúñiga. Quien no perdió la ocasión de asentar, en la mollera de
experto de su interlocutor, aquella otra ley: que la escritura predice una
barbaridad. (Nada más apropiado para las leyes que su aquel de ambigüedad.)
El
doctor Morcillo d’Arroz nunca fue resistente a los cambios. Catedrático en
Excedencia, Doctor en Sociología Industriosa, Diplomado por la Escuela de
Periodismo, Director Interino del Círculo Nacional de Extracción y Recocinado
de Datos Estadísticos, Teniente Coronel en la Reserva de los Servicios
Jurídicos del Noble Cuerpo de Infantería de Marina, Carnet de Conducir Clase B,
Exuperancio Morcillo d’Arroz recordaba su vida como una itinerante exposición
fotográfica. Con su riqueza de múltiple personalidad a cuestas, Exuperancio y
Morcillo, e pluribus unus, habían
alternado en ella los momentos de exaltación dignificadora de los retratados en
su álbum móvil, con los posteriores accesos de feroz cólera iconoclasta.
Allá
por los tiempos de profesor adjunto en la Universidad Provinciana del Gélido Viento,
sobre su pequeña mesita de trabajo —nunca precisó Morcillo de mucho espacio
para laborar— reposaba la foto, criptográficamente dedicada, de don Luis
Carrero Blanco, Almirante no menos de Castilla que de la Mar Océana, e insigne
aurúspice de los Servicios de Información franquistas, que con mucho afán
habían contribuido a traer la democracia —según las pesquisas de los que saben
de esto, un ente móvil—, inventándose a un tal Isidoro.
Había sido Exuperancio quien se empeñó en colocarle allí a Morcillo aquel
retrato del Almirante, aunque Morcillo d’Arroz protestó no sé qué sobre su
inconveniencia, en tiempos ya poco propicios a tales explosiones
nacional-sindicalistas de adhesión y afecto.
Cuando
Carrero ascendió de Almirante a Capitán General del Aire, Morcillo d’Arroz
aprovechó la oportunidad y, sin que su otro yo se diera cuenta, birlóle la
fotografía. Menudo era él en tales maniobras. Ya como profesor agregado,
Exuperancio propuso rellenar el marco, que había quedado tan vacío, con la
instantánea de don Manuel Fraga Iribarne, excelso representante de la derecha
civilizada y embajador que lo fue de la España una-grande-y-libre ante Su Majestad, no más Graciosa que descojonada. Exuperancio había asistido por aquel verano a un
cursillo en la London School of Economics, y Morcillo d’Arroz no tuvo más
remedio que aprobar la moción. Pero las elecciones democráticas, con urnas y
todo, no le sentaron nada bien a don Manuel; así que, agarrando por los pelos
la ocasión de su traslado a la Universidad Mesetaria de las Españas, Morcillo
d’Arroz estrenó su nuevo despacho con la fotografía de Adolfo Suárez abrazando,
con honores de Jefe de Estado y cantidad de fraternal con el mundo árabe, a Yasir
Arafat. Como Exuperancio juntamente con Morcillo d’Arroz, también Suárez lo
había sintetizado todo, «que son cuatro días, coño», y de hecho estaba el tío
pasando a la Historia como el primer Secretario General del Movimiento que
había triunfado en unas elecciones libres.
Con
urnas y todo.
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