sábado, 18 de enero de 2014

III, 42. Otra «nibola», 10. Progresando en el absurdo

No cabía duda alguna. La escritura predice. En el principio de esta verdadera historia, Francesillo de Azcoitia se había dejado guiar por sus Google Glass de prueba y error, y acabó dando en el pasmo perpetuo de Rajoy. Tras despertar de su dulce letargo y hallarse en el país de las maravillas del Despacho Oval, Rajoy había terminado poniéndose unas Google Glass. Hacía pocas lunas. «Está claro que tenía interés», declaró el científico español que conectó al Presidente con la realidad virtual. Menos era nada. «A partir de ahora, ni plasma ni gaitas gallegas», se dijo Rajoy mientras improvisaba un vídeo con mucha maña y no menos interés. «A partir de ahora, las ruedas de Prensa con comandos por voz. Marca España a tope».
A su desmedida afición a las librerías, bibliotecas y antros similares de malvivir y perdición, se debía el que Francesillo de Azcoitia hubiera leído aquella estupenda novela de Landero, Juegos de la edad tardía. Por entre sus páginas había dejado subrayado, entre otros, este pasaje:

Enseguida adivinó que progresando en el absurdo acabaría encontrando en él las leyes lógicas que lo emparentaban con la realidad.

Eran las leyes lógicas o previsoras del paco-esperpento. La historia en los túneles reversibles del tiempo: todo lo que ha pasado sigue ocurriendo. Inclusiveque decimos en Carabanchel— en pleno siglo XXI. De modo y manera que aquellas neodisciplinas de sociología y ciencia, economía de expertos en dos tardes o estadística aplicada a la intrahistoria del personal emocional, no hacían sino corroborar lo que atesoraban ya, y desde venga de siglos atrás, los archivos diocesanos. El doctor Morcillo quedó confundido cuando, con su seguridad de osado bufón, así se lo aseveró Francesillo de Zúñiga. Quien no perdió la ocasión de asentar, en la mollera de experto de su interlocutor, aquella otra ley: que la escritura predice una barbaridad. (Nada más apropiado para las leyes que su aquel de ambigüedad.)
El doctor Morcillo d’Arroz nunca fue resistente a los cambios. Catedrático en Excedencia, Doctor en Sociología Industriosa, Diplomado por la Escuela de Periodismo, Director Interino del Círculo Nacional de Extracción y Recocinado de Datos Estadísticos, Teniente Coronel en la Reserva de los Servicios Jurídicos del Noble Cuerpo de Infantería de Marina, Carnet de Conducir Clase B, Exuperancio Morcillo d’Arroz recordaba su vida como una itinerante exposición fotográfica. Con su riqueza de múltiple personalidad a cuestas, Exuperancio y Morcillo, e pluribus unus, habían alternado en ella los momentos de exaltación dignificadora de los retratados en su álbum móvil, con los posteriores accesos de feroz cólera iconoclasta.
Allá por los tiempos de profesor adjunto en la Universidad Provinciana del Gélido Viento, sobre su pequeña mesita de trabajo —nunca precisó Morcillo de mucho espacio para laborar— reposaba la foto, criptográficamente dedicada, de don Luis Carrero Blanco, Almirante no menos de Castilla que de la Mar Océana, e insigne aurúspice de los Servicios de Información franquistas, que con mucho afán habían contribuido a traer la democracia —según las pesquisas de los que saben de esto, un ente móvil—, inventándose a un tal Isidoro. Había sido Exuperancio quien se empeñó en colocarle allí a Morcillo aquel retrato del Almirante, aunque Morcillo d’Arroz protestó no sé qué sobre su inconveniencia, en tiempos ya poco propicios a tales explosiones nacional-sindicalistas de adhesión y afecto.
Cuando Carrero ascendió de Almirante a Capitán General del Aire, Morcillo d’Arroz aprovechó la oportunidad y, sin que su otro yo se diera cuenta, birlóle la fotografía. Menudo era él en tales maniobras. Ya como profesor agregado, Exuperancio propuso rellenar el marco, que había quedado tan vacío, con la instantánea de don Manuel Fraga Iribarne, excelso representante de la derecha civilizada y embajador que lo fue de la España una-grande-y-libre ante Su Majestad, no más Graciosa que descojonada. Exuperancio había asistido por aquel verano a un cursillo en la London School of Economics, y Morcillo d’Arroz no tuvo más remedio que aprobar la moción. Pero las elecciones democráticas, con urnas y todo, no le sentaron nada bien a don Manuel; así que, agarrando por los pelos la ocasión de su traslado a la Universidad Mesetaria de las Españas, Morcillo d’Arroz estrenó su nuevo despacho con la fotografía de Adolfo Suárez abrazando, con honores de Jefe de Estado y cantidad de fraternal con el mundo árabe, a Yasir Arafat. Como Exuperancio juntamente con Morcillo d’Arroz, también Suárez lo había sintetizado todo, «que son cuatro días, coño», y de hecho estaba el tío pasando a la Historia como el primer Secretario General del Movimiento que había triunfado en unas elecciones libres.
Con urnas y todo.


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