Un libro que
suele mantener, en cada uno de sus microcapítulos, la intriga hasta el final.
Así que las acepciones de cierre reservan múltiples sorpresas. El diccionario,
eso es. Como asesinar significa también ‘engañar alguien en quien se
confía’ y ‘causar grandes disgustos’, parecía evidente que
Cristina Cifuentes, que presidió la Comunidad de Madrid y fue socia de Los
Inmunes a la Ley de la Gravedad, había asesinado primero a sus votantes,
mintiendo sobre su currículum y hurtando cremitas en el súper, y luego había
sido asesinada por algunos de sus diestros compañeros de partido. Filtrando a
la Prensa tales tahuradas cifuentiles, estos habían practicado la suerte
tauromáquica de sacar a los medios:
las grandes faenas consistían
en sacar a los medios con cuatro muletazos de pitón a pitón y sobre las piernas
en movimiento continuo, para poder meterles la espada, a toros mansurrones y
entablerados («Una
buena feria de Fallas», Aplausos).
Lo relató David
Fernández: «“No pararemos hasta matarla”: el ajuste de cuentas a
Cristina que se fraguó en un hotel», El Confidencial, 26-4-2018: los Inmunes habían
reaccionado ante una de los suyos, que estaba tirando de la manta, y decidieron
asesinarla causándole el mayor de los disgustos. Despojándola, pues, del escudo
protector que la eximía de cumplir, entre otras, la ley de la gravedad. No se
trataba entonces de encargar un magnicidio, cuya muerte física provoca, como
observó el
conferenciante de De Quincey, notables transformaciones:
No
es de asombrar que se asesine a príncipes y estadistas. A menudo hay cambios
muy importantes que dependen de sus muertes, y en vista de la eminencia en que
se encuentran se hallan particularmente expuestos a la mano de cualquier
artista a quien anime el deseo de lograr un efecto escénico.
El objetivo era más
bien ese efecto escénico, de modo que
el asesinato de Cifuentes fue figurado, es decir, político; aún así, le son
aplicables las observaciones del conferenciante
de 1827: «la gente se niega a dejarse cortar la garganta con serenidad; hay
quienes corren, quienes patean, quienes muerden», y el obispo «Taylor observa
con admiración los saltos increíbles que da la gente bajo la influencia del
miedo»; esta «demasiada animación» constituye sin duda un «problema», si bien
es cierto que la «tendencia del asesinato a excitar e irritar al sujeto» que va
a morir
fomenta
de manera asombrosa los talentos latentes. Un panadero de Mannheim, torpe,
barrigón y medio cataléptico, luchó de igual a igual durante veintisiete
asaltos con un excelente boxeador inglés, animado por esta única inspiración:
hasta tal punto exalta y sublima el genio natural la presencia estimulante del
asesino.
Fueron
más de veintisiete asaltos, que tan serios disgustos le ocasionaron, los que que
resistió Cifuentes ante la Prensa, la Asamblea de Madrid y las redes sociales. En
el trance del mes que duró su asesinato, puso en práctica todos los recursos de
su innegable talento para la supervivencia, entrenada como estaba en la ciencia
del regate a la ley de la gravedad. Al final de su trama de embustes, tejida no
sin desparpajo, hizo lo que, de haber hecho en el minuto uno, le habría
ahorrado el desgaste energético de tanto correr, patear y morder: dimitir.
«La
finalidad última del asesinato considerado como una de las bellas artes es,
precisamente, la misma que Aristóteles asigna a la tragedia, o sea “purificar
el corazón mediante la compasión y el terror”», asentó el conferenciante de De
Quincey. De manera análoga, el asesinato de Cifuentes purificó los servicios
públicos del Estado de bienestar. En Educación, recompuso estructuras de la
universidad que le había firmado el máster no cursado; en Administración,
permitió reubicar a una funcionaria (la susodicha Cifuentes) en labores de
gestión que, dada la experiencia adquirida, convalidable quizá en créditos de
prácticas, no es dudoso que cumplirá ahora más eficazmente; en Sanidad, ahorró muchas
consultas para tratar de lo suyo a los anónimos sociópatas para
los que el desahogo barriobajero en el bareto de Twitter tiene efectos
balsámicos; en Seguridad, impulsó una revisión en las prácticas de conservación
de cinexines producidos por las cámaras ocultas de vigilancia en establecimientos
comerciales, y en Electrificación política, consiguió pasar de la corriente
continua a la alterna, al lograr para los cargos públicos la renovación o alternancia
que el conservadurismo inerte mantenido por los votantes de todo el espectro no
había alcanzado.
Cada
una de las acepciones del verbo asesinar
ha constituido, pues, y borgesianamente, un sendero bifurcado de este jardín en
que se metieron Cifuentes y sus compañeros de Los Inmunes. Y no hará falta
recordar aquel de los significados asociados a ese otro signo que hace posible
la expresión negativa Meterse en un jardín.
Bueno,
sí: ‘letrina’.
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