Parece que sí, que se cruzaron. El sapiens y el neardenthal, digo. Las cuentas salen: ya los abuelos de los simios diz que contrajeron relaciones más o menos formales con la rata, el cerdo, el dragón y el resto del zoológico del calendario chino. Un cacao maravillao de familia.
Es de suponer que el neardenthal, amparado —esa forma engañosa de la confianza— en su talla de gigante, fuera más de tranqui. ¿Que había que cruzar un charco? Siempre que se viera tierra firme al otro lado, ¿sabe usted? Y los días nublados… Ni hablamos. Ahí sentados nos las den todas. Y se las dieron. Los sapiens. Que no paraban. ¿Un gran río, o lo que sea, enfrente? «¿Nos lo hacemos en plan barca?». «Es que no se ve más que agua a mares». «Bueno, algo habrá al final». «¿Y si no?»… «Venga, ¿te montas ya?».
El sapiens se movía más que una ruleta. Parar, no paraba quieto, a lo que saliera, misionero de sí mismo: domeñando, por las buenas o las malas, el agua y el aire, la tierra y el fuego. La tabla periódica de todos los elementos. Así que adiós a las selvas espesas y las amplias llanuras africanas. «Me dice un conocimiento que al otro lado hace un frío que se las pela». «Es igual, probemos… Total, aquí no se nos ha perdido nada». «¿Y allí…? Si no hemos estado». «Bueno, ¿te montas ya o qué?».
Se montaron. Y se lo montaron. Por Eurasia, sus afueras y parte del extranjero. Expandiendo el negocio. Al neardenthal lo engatusaron primero, y ahora se sabe que al final lo montaron. Luego lo arrinconaron hasta dejarlo acongojado y escondido en el gruyère de Gibraltar, montón —si no peñasco herculano— de cuevas y agujeros.
Tras incansable ir y venir por estepas, lagos, montañas, valles, ríos, bosques, acantilados, el sapiens inquieto colonizaba a base de herramientas y poblados, granjas y trueques, domesticaciones y caminos. En los ratos libres, la jerarquía y la escritura, la oración y la poesía, las batallas y la hechicería, los repartimientos y escrituras, las villas y las calzadas, las runas y las ruinas, los puertos y las murallas, la taula y la metáfora y el ¿dónde está la bolita?, las ciudades y la filosofía, las catedrales y la teología, los ejércitos y la estrategia, el capitalismo y la revolución industrial, los ciclos de la historia, la luna y la economía, el socialismo y la revolución del proletariado, las fábricas y la ciencia, los trenes y los transatlánticos, los aviones y los vuelos al espacio, las autopistas y las redes informáticas. Carreras por el pasillo de los hechos y la historia. Cíclica: pedaleo de conquistas y derrotas, monopoly de arquitecturas alzadas y destruidas, olimpiada de saltos y caídas.
Entre medias, el más allá. Estuviera o no al alcance de la mano, la vista y el razonar: los símbolos, los mitos y los dioses, las Escrituras, la vanidad de vanidades, las banderas y los himnos, la música celestial de las esferas, el dinero, el dinero de plástico, el dinero virtual, la creencia de los créditos, los bonos basura y la basura de los bonos, el sinvivir de hipotecarse que quieras que no te instala de golpe en el abismo del futuro: expectativas e historias.
Por ahora, y a duras penas, la ciencia y la cultura respondiendo a la estupefacción y el pasmo que provoca esta espiral de crecimiento sin otro objetivo que seguir creciendo: la biología, la antropología, la estadística, la arqueología, la genética, la filología hallando en lo pretérito (¿dónde si no?) las claves del presente en tensión y del futuro que se resiste a ser predicho, pero al que se le ve el plumero.
Un monumental déjà vu o mezcolanza universal de pasado y futuro: un genoma contradictorio de bacterias, amebas y primates, una luenga síntesis de simples y complejos, simios osados y chiflados y nearden-haraganes. Como para no seguir en la apuesta, las dudas y las deudas, el otium y el negocio (nec otium), el riesgo y el conflicto, el odio y el amor, la tienda y la contienda. La crisis, digo; oiga, la vida.
Abriéndose paso.
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