Padece el síndrome de Estocolmo el rehén que acaba identificándose con su secuestrador. Respecto de los clichés lingüísticos y los eufemismos, considérese que sus mantenedores secuestran con ellos la realidad, la encierran en la jaula de oro de lo políticamente correcto y luego la jibarizan. Cuando alcanzan el éxito, los hablantes terminan parloteando como quieren los disfrazadores del mundo: con la lengua de la tibieza.
Se supone que es tibieza que no ofende sensibilidades, pero se trata en verdad de dar un cambiazo de vocablos para que las cosas permanezcan como están o para no tener que preocuparse de ellas. O aún peor: para forzar a una sutil censura y, en aras de la uniformidad burocrática, a la autocensura del rehén. Parafraseemos a Bertold Brecht: los tibios son los últimos en caer, pero también caen. Porque se llega a matar por chiclés o, como balbucearía un diputado ágrafo, bendito y despistado: por cuestiones semánticas.
Seleccionar determinados estereotipos que confiscan la vida y anulan la percepción, el raciocinio o ambos, es una forma de partidismo. El mejor Antonio Machado, el prosista, diagnosticó en su Juan de Mairena lo que significa la pereza mental de reducir y reducirse, descartando la riqueza de la dialéctica y de la complejidad: «Tomar partido es no sólo renunciar a las razones de vuestros adversarios, sino también a las vuestras; abolir el diálogo, renunciar, en suma, a la razón humana»: «retroceder a la barbarie, cargados de razón».
El cliché es la expresión lingüística de ese tomar partido: los bombardeos de 1993 sobre Irak —la actividad terminó convirtiéndose en un deporte del complejo militar-industrial del que bien supo Eisenhower, que lo bautizó— fueron llamados «aviso aliado» por el primer ministro británico Mayor, pero «acción injustificada» por Jordania; «acto terrorista» por la Liga Comunista Francesa, pero «acción legítima» por el Gobierno español de González. Contra todo pronóstico, la monarquía saudí y los socialistas franceses coincidieron: «respuesta a las violaciones iraquíes de las resoluciones de la ONU» (Arabia Saudí) y «respuesta a las provocaciones de Sadam» (PSF). Toda una neutralización de la presupuesta distancia entre derecha e izquierda: dos, junto con sus aleladas versiones coloquiales (fachas y rojos), de los más rancios y empleados clichés.
En la infantil yenka que nos baila, cada quien se reconoce como diestro o zurdo según sean sus estereotipadas preferencias. Desde que existe nuestro mundo —o sea, desde la Revolución francesa— se diría que no hubiera otro modo de situarse y orientarse en él.
Qué cansancio de gepeese simplista.
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