Semiheredera del Imperio coreano de la dinastía Joseon (1392-1910), la República Popular Democrática de Corea —en las tarjetas de visita, y por abreviar, Corea del Norte— es un Estado socialista o monárquico. En su constante afán actualizador de la teoría marxista, el Gran Líder Kim Il Sung se sucedió a sí mismo desde 1948 hasta 1994. En ese año, la Muerte tomó la decisión, democrática e igualitaria, de apartarlo temporalmente del poder, hasta que la Constitución enmendada en 1998 lo designó «Presidente Eterno de la República».
Para entonces, su hijo, el Querido Líder Kim Jong-il, había heredado poderes plenos, sumos y completos, como corresponde a una República en que todo queda en casa. Fallecido Kim Segundo en 2011, le ha sucedido su hijo, el Brillante Camarada Kim Jong-un, que real o monárquicamente, y si las cuentas socialistas no se hacen de otra manera, no es un, sino tres.
Ciertos estereotipos semánticos gozan de un prestigio extraordinario, a pesar de los hechos, ¡ay!, que suelen contrastar su complejidad con el primitivismo de la Neolengua orwelliana. República, socialismo, revolución… fueron algunos estereotipos que se pusieron de moda en el siglo XX, el de la industria de la ejecución masiva. Fascistas y comunistas, entre otros, exaltaron la revolución socialista, nacional o no, y fueron, cuando no se aliaban, intercambiando papeles. Que no hay revolución que no termine canonizada (y vuelta a empezar con la tiranía de los machos alfa) lo confirman, si no el 1984 de Orwell, los datos, siempre que los prejuicios no impidan observarlos. «Mi padre fue peón de hacienda / y yo un revolucionario. / Mis hijos pusieron tienda / y mi nieto es funcionario», cantaba, en el corrido Juan sin Tierra, Víctor Jara, asesinado por los infames pinochetistas.
En 1959, y después de militar en el Partido Ortodoxo de Cuba —cuyo símbolo era una escoba y que se acogía al sencillo y utópico lema «Prometemos no robar»—, hacer la revolución y erigir un gigantesco cuartel que coincide con las lindes de la isla, Fidel Castro se convirtió en el Comandante de la República de Cuba. En 2008 el Coma Andante, como lo llaman los que no lo quieren bien, cedía el trono —socialista o comunista, según las ocasiones— a su hermano Raúl Castro.
Desde 1963, y de momento, rige a la República Árabe Siria el Partido del Renacimiento Árabe Socialista, que concibió a la dinastía Assad: a Hafez al-Assad (1970-2000) le sucedió su hijo Bashar, que hoy va dando bastante que hablar con esa costumbre que tienen los conductores de masas de gobernar a base de reducirlas por todos los medios. Y en todos los sentidos.
Porque es de saber que los pueblos liberados de Corea del Norte, Cuba y Siria huyen, los muy desagradecidos, de los paraísos forjados con amor, paciencia y desvelos por las apacibles dinastías Kim, Castro y Assad. E incluso, como en la Yamahiriya Árabe Libia Popular Socialista (1969-2011) del coronel Muamar el Gadafi, hasta se rebelan y matan al Hermano Líder. Es que no hay derecho. Los rebeldes libios impidieron además que su hijo y heredero, Said al Islam Gadafi, pudiera llegar a demostrar sus altas aptitudes para el mando, para el que sin duda estaba predestinado por la Historia. Una señora de la que dijo Fidel Castro que a él le absolvería.
Se ve que absuelve mucho.
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