Desde la Antigüedad hasta la Edad Media, el perro mantuvo, según Andrade Kowayashi, que cita a Lewinsohn, «una condición de “proletario” entre los animales»; pero en el siglo XVI asciende el buen can en la consideración humana y comienza a figurar en los lienzos, junto a sus dueños de posibles y de acuerdo con una codificada distribución de tamaños y funciones: «los perros falderos y pequeños», «como acompañantes femeninos», «y los perros grandes como atributos de masculinidad»[1].
En efecto, el perro como animal de compañía de la aristocracia macho será del interés de Tiziano. De las paredes del Museo Nacional del Prado penden aristócratas (Federico II Gonzaga, duque de Mantua, 1529) e incluso el emperador (Carlos V con un perro, 1532-1533) en compañía de sus canes respectivos y nada intercambiables. También cabe examinar su Retrato de un capitán con un amorcillo y un perro, 1550-1552 (Kasel, Gemäldegalerie), cuya materia venusina simbolizan en los bajos del cuadro, digo, a los pies del erguido y encendido militar de enhiesta lanza, el cupidillo y el can, sinónimo simbólico-sexual de lanza. Sucedió que nuestro amigo Tiziano —según vamos apreciando en esta serie I de Literaventuras— y otros pintores venecianos (Carpaccio, Bassano y Veronese) desarrollaron con amplitud, al decir de Andrade, que cita ahora a Bowron, la «imaginería canina»; incluso «Carpaccio habría dado preeminencia a los perros como símbolo de carnalidad»[2].
A ojos de Tiziano, el enorme can de Carlos V husmea próximo a la regia entrepierna, muy resaltada por la correspondiente pieza de la armadura, a la que apunta el dedo índice de la mano derecha del emperador. El perro del joven Carlos es casi una prolongación de su genitalidad, en el retrato de Tiziano y en su modelo de 1532, el Carlos V con perro de Jacob Seisenegger (Viena, Kunsthistorisches Museum)[3]. Recuérdese que un texto coetáneo como el Retrato de la Lozana andaluza (1528), publicado en la Venecia de Tiziano, trae, según Allaigre y Cotrait, perro con el significado de ‘pene’, sentido que se mantuvo hasta por lo menos 1891. Hay palabras del pasado con valor sexual que ya no pronunciamos —que se sepa—, del mismo modo que nos cuesta entender el signo mamotreto, ‘capítulo’, que es como funciona en La Lozana andaluza, de Francisco Delicado.
Allaigre y Cotrait no especifican pasajes, pero encuentro perrica en el mamotreto XVII de La Lozana. Allí escucha el Autor relatar a Rampín, criado de la cordobesa, el diálogo entre esta y una lombarda que acudió pesarosa a ella. Cuando Lozana le pidió varios ingredientes para preparar un (falso) remedio para su mal, la mujer preguntó: «¿Traeré una agujeta e una escofia?». Son objetos que, siguiendo a Allaigre, Jesús Sepúlveda indicó que «simbolizan el elemento masculino y el femenino»[4]. Lozana dio respuesta afirmativa, y Rampín acaba su relato así: «y sorraba mi perrica». Como sorrabar es ‘mirar bajo la cola del animal’[5], los editores modernos entienden que Lozana le dice a la lombarda que mire bajo el rabo de su perrilla. Pero creo que el comentario no es de Lozana, a quien se lo atribuye —en mi hipótesis, por error— el folio 14 de la editio princeps, sino de un Rampín que estaba presente en la escena. Es decir, que mientras Lozana contesta afirmativamente a la lombarda, miraría al bulto de su criado.
El mismo bulto que en el Emperador quisieron resaltar, prolongándose además en un perro, Seisenegger y Tiziano.
[1] M. Andrade Kowayashi, «Representaciones e imaginarios perrunos: desde Grecia hasta la Conquista de América», Universum, 26 (2011), pp. 11-48 (las citas, en p. 29).
[2] Andrade Kowayashi, art. cit., p. 34.
[3] M. Kusche, «A propósito del Carlos V con el perro de Tiziano», Archivo Español de Arte, 307 (2004), pp. 267-280.
[4] F. Delicado, La Lozana andaluza, ed. J. Sepúlveda, Málaga, Universidad, 2011, p. 149.
[5] F. Delicado, La Lozana andaluza, ed. C. Perugini, Madrid, Fundación José Manuel Lara, 2004, p. 102.
Como parece que te interesas por asuntos erótico-perrunos y como yo ando entretenido con la lectura de la revista ilustrada "La Esfera", encuentro un artículo titulado "La Doncella del perrito" de Antonio Zozaya; escritor dicen que discípulo de Giner de los Ríos, autor de novelas y ensayos, y emigrado a México después de la guerra civil (Wikipedia dixit).
ResponderEliminarNos señala el, para mí desconocido escritor,que el perro es el dominante "simboliza la riqueza, el bienestar, la fuerza; la hembra...encarna la miseria, la debilidad y la sumisión". Y afirma que, cuando la niña sea mujer, dejará al perro pero no conseguirá liberarse ya que vendrán otros dominadores de similar apariencia.
Si es de tu interés, encontrarás dicho artículo en la Hemeroteca Digital de la B.N.E. La Esfera,nº 124 del 13-5-1916. Disfrútalo si puedes.