Para mostrar cómo el Espíritu, ese personaje, ritma y rima la diversidad en comunión poética unificadora, fundiendo voy textos, populares y cultos. Que se expliquen entre sí, en ecología filológica de libre y placentero diálogo que vaya dibujando el esbozo de la memoria colectiva y la imaginación individual. No se me oculta que esta serie de posts podría alargarse desmesuradamente —y nada más grosero que la desmesura— de seguir por tal camino. Retengamos entonces aquellas relaciones para glosar o explicar el viejo poema griego que dio origen a estas aéreas reflexiones.
Es que los textos literarios pueden y deben explicarse a la luz de otros textos, cuyo tapiz de letras y significados forma un peculiar, un aventuresco bosque de contextos. Porque los libros no solo hablan de otros libros, sino que pueden también hablar por otros libros. Y sea paciente el lector si, antes de pasar adelante, injerto ahora un par de nuevas relaciones entre lo popular y lo culto, entre lo griego y lo hispánico, relaciones que servirán de telón de fondo al comentario posterior.
Cualquiera que leyere juntos el siguiente poema popular griego del siglo IV a. C.,
¿Qué te pasa? No nos delates, te lo ruego.
Levántate antes de que él llegue, no nos cause
una enorme desgracia a ti y a mí, pobrecilla.
Ya es de día. ¿La luz no ves en la ventana?,
y la cancioncilla 143 del Cancionero musical de Palacio, compilado diecinueve centurias más tarde, diría que una misma mente y una idéntica sensibilidad los moldeó. Porque el poema castellano sintetiza esta angustia de la amante furtiva ante la albada así: «Ya cantan los gallos, / amor mío y vete: / cata que amanece». ¿Cómo no pensar ahora en la voz de otra décima musa, cómo no pensar que la voz de Safo de Mitilene resuena en la queja de la muchacha («Guay de la que duerme sola...») al leer este otro poemilla suyo: «Ya se ocultó la luna / y las Pléyades. Promedia / la noche. Pasa la hora / y yo duermo sola». Son lamentos femeninos entre las brumas del amanecer y las tinieblas de la noche de Lesbos y el aire nocturno de Castilla. Amor, misterio, soledad... Elementos que el Espíritu va moldeando para conformar una incesante repetición innovadora de canciones. Amor, misterio, soledad, mujer... Cantos en la lejanía de la memoria, traídos, llevados por las golondrinas. Intentaré desmadejar el ovillo del olvido... mezclando más los hilos.
Fúndanse, por ejemplo, amor y encanto, mujer y golondrina, estación primaveral y fiesta popular, san Juan y el Corpus. La mezcla podría resolverse en un texto misógino (Segunda parte de la vida del pícaro Guzmán de Alfarache, I, vi), según el cual a las mujeres les es propio
encantar y embelesar, y mientras anda la bolsa próspera todas anidan en ella, con mil donaires le cantan la buena ventura; mas en faltándole lo de dentro, ellas se retiran afuera, que son como las golondrinas, de las cuales dice San Isidoro que son grandes adevinas de la casa cuando se quiere caer. Y así, en entendiendo tal pronóstico, sin dar las gracias a los caseros del hospedaje, hacen San Juan y Corpus Christi en un día y se pasan a otra posada. Y así hacen las mujeres cuando barruntan que ya no hay tras qué andar.
En el Libro III, capítulo ii de esta misma novela de Mateo Luján de Sayavedra, también al amparo de la cita de san Isidoro, Guzmán presentará a las golondrinas y otras aves como símbolo de prudencia, pues cambian su vivienda (pasan de unas tierras a otras) cuando barruntan el invierno.
Esta característica de la golondrina parece haber cautivado la percepción de poetas y escritores de todos los tiempos: es ave que capta el peligro con su astucia, que avisa a las otras aves de que los hombres siembran lino que con el tiempo se transformará en redes para cazarlas, que insta a arrancar las plantas y que, ante la despreocupación de los demás pájaros, se alía con el hombre, que —frente a lo que acostumbra con las otras aves— la protege y no la caza. No otro es el asunto que, procediendo de Esopo, se narra en el exemplo VI de El conde Lucanor, de don Juan Manuel: «De lo que conteçió a la golondrina con las otras aves quando vio sembrar el lino». De tal cuento extrae Patronio una lección de prudencia y prevención para el conde su señor. Aunque a veces la golondrina sea cazada, cuando los hombres la descubren por el canto («muere por hablar la golondrina», asienta Lope en su Epístola a Juan Pablo Bonet), el alado bicho simboliza casi siempre un anuncio: de la primavera, de las intenciones humanas... Vaya usted a saber.
Ave prudente y previsora.
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