Se veía venir. El licenciado Peralta no cree al
alférez Campuzano cuando este afirma que ha oído conversar
a dos perros. Eso no cabe en cabeza humana, ni las leyes naturales permiten
que suceda tal hecho extraordinario. El alférez tenía prevista la reacción de
su interlocutor. De modo que Campuzano añade tres nuevos factores que reducen,
o relativizan, la distancia insalvable que la naturaleza y la imaginación fijan
entre lo ordinario y lo extraordinario. Vamos: que la verdad y la mentira no
dibujan un simple triángulo (naturaleza — imaginación o software mental — hecho), sino un poliedro. O en forma menos
geométrica: los límites entre verdad y mentira se tornan difusos si se les
aplican esos tres factores de corrección, o alguno de ellos. A saber:
1. La credulidad: el receptor está dispuesto a creer
lo que se le cuente. Pide Campuzano a Peralta: «sin hacerse cruces, ni alegar
imposibles ni dificultades, vuesa merced se acomode a creerlo». Si Peralta
fuera militante, votante o simpatizante de un determinado partido, aceptaría la
palabra de sus dirigentes. Si del PP, la de Rajoy sobre el caso Bárcenas: un
presunto delincuente que traicionó la confianza depositada en él por la
dirección; si del PSOE, las de Chaves y Griñán sobre el caso ERES: unos
presuntos delincuentes traicionaron la confianza depositada en ellos por la
Junta de Andalucía; si de Convergencia, la de Mas sobre el caso Palau: unos
presuntos… Etcétera. De donde se comprende que la credibilidad del emisor y, de
rebote, la credulidad del receptor, dependen en última instancia de la
instrucción particular inscrita en el software
mental de este último. También de la capacidad dialéctica del emisor: además de
Campuzano, Rajoy, Chaves, Griñán, Mas y otras estrellas de la oratoria.
2. La experiencia: presenta este factor la
desventaja de que, fuera de las paredes de un laboratorio, incluso los eventos ordinarios
no suelen ser repetibles. El testigo afirma, como Campuzano: «yo oí y casi vi
con mis ojos a estos dos perros […] hablar […] y a poco rato vine a conocer,
por lo que hablaban y de lo que hablaban, los que hablaban, y eran los dos
perros». Por mucho empeño que la policía judicial o el juez instructor pongan
en recabar pruebas y reconstruir hechos, Bárcenas entregando sobres a diestro y
siniestro (o solo a diestro), Guerrero privatizando fondos públicos para unos
camaradas en la revolución o Millet distrayéndose en el desfalco de los palcos
del Palau de la Música celestial, son presuntas escenas a cuyo puzle siempre le
faltarán piececillas por aquí y por allá. A ese puzle más o menos (in)completo
creo que le llaman verdad
judicial. Y no solo es que a veces prescriba; es que depende de unos
textos: el sumario y la sentencia.
3. El milagro: «si no es por milagro no pueden
hablar los animales», se lee en la novela cervantina. Porque desde los tiempos
decimonónicos de Nietzsche la religión ha ido siendo sustituida por la política;
de lo contrario, se diría que este factor ha perdido su operatividad en pleno siglo XXI. La graciosa frasecilla
que emplean, exclamativamente, quienes siguen sin enterarse de lo poco que
cambiamos.
En general. Y no digo ya de voto.
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