viernes, 1 de noviembre de 2013

IX, 18. Las virtudes del pájaro solitario

Últimamente, al señor presidente de la República Bolivariana de Venezuela se le viene apareciendo una barbaridad su Antecesor. Si la Virgen es que baja mucho, que decía Francisco Umbral, a Nicolás Maduro se le anuncia de continuo el Teniente Coronel Hugo Chávez, envuelto en sacra estela católico-maoísta, peronista o rojifascista. Ordene, Santo Comandante.
En el principio sobrevino la aparición en forma de «pajarito chiquitico», con su aleteo chavesco de victoria, chucu chucu chu, y su silbido bolivariano de rebelión, pío pío pi. Una mística ornitológica y electoral que, sin que la agrafía de Maduro lo hubiera atisbado, arranca de fray Juan de la Cruz y su pájaro solitario, cuyas virtudes «ha de tener el alma contemplativa»:

Las condiciones del pájaro solitario son cinco: la primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente. (Avisos espirituales, «Puntos de amor», 41)

Pues hete aquí que el pájaro chavista y solitario acaba de radiografiar su rostro sobre las húmedas paredes del Metro de Caracas, donde otrora desempeñara sus habilidades profesionales el Presidente Maduro. La de Chávez resulta que era una efímera cara de Bélmez, grafiti telúrico e intermitente que, al paso de las tuneladoras de la Revolución, se borró de la noche a la mañana. Quedará, empero y para siempre, el testimonio del camarada o caramaduro Nicolás: «Se me paran los pelos de contarlo […]. Es la mirada de la patria, que está en todos lados, inclusive en fenómenos que no tienen explicación» (El País, 31-10-2013). Lo dejó apuntado el susodicho Umbral, pero ni caso, oyes:

La Virgen está de moda, la Virgen se aparece mucho […]. Las religiones en general sobreviven hoy, en nuestro tiempo laico, hortera y de buen apetito, como sobreviven la filosofía, Freud, la lírica y el surrealismo: transmutándose en mercancía. Pero eso ya lo había previsto Marx, con perdón. («La virgen», El Mundo, 29-3-1991)

En el traslado del templo desde la religión hasta la política, seminuevo almacén de metafísica, nuestro tiempo hortera se rige por tres horarios: el de las alegres democracias comerciales, que ya han dado el salto hacia la creencia en los mercados, o al menos el supermercado, y donde los curas han reciclado sus parroquias en sedes de partidos; el de las teocracias, que ahí siguen, devanándose violentas en sus primaveras árabes de otoño-invierno; y el de las oligarquías que, como la venezolana, combinan sin pestañear el catolicismo con el maoísmo: un si es no es ideológico de caribeño cacao maravillao.
Acerca de estos y otros «fenómenos que no tienen explicación» mientras no los traduzca con lengua chamánica el profeta bolivariano, cabe también preguntar a nuestro ya amigo Campuzano, cervantino alférez. Que oyó hablar a dos perros y que, hecho todo un testigo de vista, lo largó. Pero que al menos fue autocrítico. Porque será de saber, en próximo post, que Campuzano pensó lo suyo sobre los modos de supervisar los límites entre la verdad y la mentira, o entre lo ordinario y lo extraordinario. Límites que, siendo estrictos, pueden plegarse —y se pliegan— hacia lo difuso.
Un día de estos, Maduro va y lo silba por la tele del Régimen. Impasible el ademán.


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