Lubrificada con
tomate, penetra una salchicha en un pan ardiente que acaba de ser horadado por metálico
instrumento, al que no faltarán miradas que le atribuyan forma de consolador.
Lo llaman hot dog o perrito caliente. Y se merca,
anunciándose como apetitoso, no con otra finalidad que la de ser comido. Hace
siglos que pan significa ‘vulva’ y/o ‘vagina’,
como atestigua hoy nuestra frase coloquial «¡Esas manos, que van al pan!»;
tampoco es de ahora comer con el
sentido de ‘mantener una relación sexual’. Y con los perros, ¿qué nos pasa?
Pues se nos
pasa por la cabeza (palabra no menos polivalente) lo mismo que a Juan Ruiz y
sus amigos clérigos que escuchaban el dictado de su Libro. Doña Venus, Arte de
amar ovidiano al fondo, aconseja constancia al Arcipreste, que es un
desastre a la hora de ligar:
Don Amor a
Ovidio leyó en la escuela
que non ha
muger en el mundo, nin grande nin moçuela,
que trabajo e
serviçio non la traya al espuela:
que tarde o
que aína, crey que de ti se duela.
Non te
espantes d’ella por su mala respuesta,
con arte e con
servicio ella la dará apuesta,
que siguiendo
o serviendo en este coidado es puesta:
el omne mucho
cavando la gran peña acuesta.
(Libro del Arcipreste de Hita, 612-613)
Enseguida
añade la esposa de don Amor una serie de exempla
que ilustran esta doctrina. El primer ejemplo, el del mar revuelto, ante el que
deberá ser osado el marinero con su nave,
que también va al pan: «Si la primera onda de la mar aïrada / espantase al
marinero quando viene torbada, / nunca en la mar entrarié con su nave ferrada:
/ non te espante la dueña la primera vegada». Luego, el del «artero comprador»,
que termina llevándose «la merchandía por el buen corredor». Sanísimo el deporte
de correr. Y antes de mencionar la pesada piedra del molino, que al fin «anda
por maestría ligera en derredor» —la piedra de amolar para hacer pan, de donde esa
frasecilla de «Pasar por la piedra»—, desliza doña Venus estos llamativos casos:
Sírvela con
grant arte, e mucho te achaca [‛persevera’]:
el can que
mucho lame sin dubda sangre saca;
maestría e
arte de fuerte faze flaca:
el conejo por
maña doñea a la vaca.
(Libro, 616).
Un conejo
puede acabar adueñándose de una vaca, si persevera en el arte (de amar), y un
perro que no cesa de lamer termina haciendo sangre. ¡Animalillos! Frente a
nuestro estado de lengua, conejo y can eran prácticamente sinónimos cuando,
entre los siglos XIV y XVII, de hablar eufemísticamente de sexo se trataba. Si
hoy conejo, ‘vulva’, ayer conejo, ‘aparato genital masculino’, con
sus dos orejas y su cuerpecillo inquieto y peludo.
En cuanto a «el
can que mucho lame sin dubda sangre saca», ya
vimos registrado en el refranero aquel «Muchos perros lamen el molino, y
mal para el que hallan». El verbo lamer,
con sus sugerencias aún incorporadas a nuestro actual detector erótico-lingüístico,
hermana al oidor del Libro del Arcipreste
de Hita y —yo qué sé— al espectador de Girl
Holding Pet Dog, por poner un póster. ¡Ah! Y a Góngora, Quevedo y sus
lectores. Adrienne L. Martín, en su estupendo «Erotismo felino:
las gatas de Lope de Vega» (AnMal
Electrónica, 32 [2012], pp. 405-420) recuerda «que los humanos
tienden a concebir a los gatos como femeninos y a los perros como masculinos.
De ahí los sorprendentes poemas eróticos sobre las relaciones (mayormente de cunnilingus) entre perros falderos y sus
damas que encontramos en la lírica de los siglos de oro». Lo testimonia el «atrevidísimo
epitafio gongorino» De un perrillo que se
le murió a una dama, estando ausente su
marido:
Yace aquí
Flor, un perrillo
que fue, en un
catarro grave
de ausencia,
sin ser jarabe,
lamedor de
culantrillo […]
(J. M. Micó et al., Todo Góngora,
381).
También, como
indica Martín, el romance de Quevedo Dama
cortesana lamentándose de su pobreza y diciendo la causa:
A la jineta
sentada
sobre un bajo
taburete […]
al un lado una
guitarra,
al otro lado
un bufete,
con un
perrillo de falda
que la lame y
no la muerde […]
estaba doña
Tomasa
más triste que
doce viernes […]
y levantando
las faldas
que le han
alzado otras veces
descubrió dos
pies pequeños […]
piernas de
buena persona
y
proporcionado vientre,
y entre muslos
torneados
el sepulcro
del deleite […]
(Poesía original completa, ed. J. M. Blecua,
pp. 907-908).
Tengo para mí
que los pintores y poetas examinados en esta serie I de Literaventuras compartieron el axioma recogido por Luis Martínez
Kleiser en su Refranero general
ideológico español (Madrid, Hernando, 1953), bajo el número 34256: «Menea
la cola el can, no por ti, sino por el pan».
Ese pan para
mojar y donde busca albergue todo humilde y desamparado hot
dog.
Magnífico
ResponderEliminarMuchas gracias.
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