Por decirlo todo: el alférez Campuzano
padecía de bubas, oiga usted. Vamos, que había contraído la sífilis. De
ahí que hubiera dado con sus huesos en el Hospital
de la Resurrección. Donde curaban esa enfermedad a base de «sudores» en la
cama y dieta de «muchas pasas y almendras». Y ya se sabe que el magnesio de la
almendra ayuda a conciliar
el sueño. Un relajante muscular.
También a Gregorio Samsa le ofreció su
hermana «verduras pasadas medio podridas, huesos de la cena, rodeados de una
salsa blanca que se había ya endurecido, algunas uvas pasas y almendras»
(Kafka, La metamorfosis, II). O sea,
que el gusano kafkiano y los perros parlantes de Campuzano lo mismo fueron
efecto de una mala noche de exceso de magnesio. Así que el alférez recurre a un segundo
control de límite de verdad, control que vuelve a operar sobre el emisor y
es de índole psicosomática: por haber yacido en «cama» de enfermo la noche «penúltima
que acabé de sudar», «a oscuras y desvelado», Campuzano llegó a cuestionarse su
estado y a plantearse que fuera «cosa soñada» oír hablar a los perros. Cualquiera
sabe.
Sí se sabe que en la cartelera teatral de 1949 figuraba la obra Antoñita
come almendras y sueña cosas tremendas. Para público infantil. El
mismo a quien recita su relato el historiador Junqueras: que la alianza
franco-castellana terminó en 1714 con la independencia de Cataluña. Una afrenta
que exige pronta venganza, que se nos va pasando el arroz. El exceso de
almendras engorda una barbaridad. Hace cuatro años, los dirigentes de Esquerra Republicana de Catalunya se hacían lenguas de su fichaje para el
campeonato de las europeas del 2009: el «historiador humanista» y «profesor economicista»
Oriol
Junqueras, un intelectual que en sus ratos libres pasaba por la
Universidad.
ERC practica una variante curiosa y creativa del seny, ese atributo mítico de lo catalán: cuando gobierna (1931-1934,
2003-2010), es democrática organización dada al gamberreo azaroso, anticonstitucional
y golpista; y ya no se diga cuando oposita o, especialmente, cuando ejerce la
novedosa función de partido de oposición progubernamental. Eso sí, que el Señor
de la Montaña no se confíe: lo esperarán a la vuelta de la esquina. Durante
los pacíficos fastos de la liberación.
Tras sustituir a los dirigentes «de
salón» que lo ficharon, Junqueras manda lo suyo en ERC y se las gasta en el
Parlamento europeo con modales tarascas de matón de taberna. Amenazando,
vamos. Sus argumentos humanistas: dado que Cataluña genera un porrón de PIB en
el Estado español —que es como los
independentistas llaman a España, igual que Franco—, paralizamos una
semanita la actividad económica de Cataluña y se monta en el Estado un cisco
del carajo la vela. La estrategia de parálisis se presupone, por vieja: empresarios
y trabajadores catalanes de la cuerda o cadena de Junqueras practicarán su
derecho a decidir, chapando comercios y fábricas de modo voluntario; trabajadores
y empresarios catalanes de otros pelajes sospechosos, se sumarán tras cordial y
conveniente tarea de los piquetes de información y ciencia. Aquí es que no va a
cruzar a Francia ni un puto camión procedente de territorio charnego, collons.
El son habitual e irracional de la
musiquilla nacionalista. A medida que interpreta, más se le ve el plumero a
Junqueras: «hemos demostrado que podemos poner dos millones de personas en las
carreteras de Cataluña». La cosmovisión nacionalista o economicista del
profesor: los empadronados, eslabones de la paradójica cadena de liberación del
11-S, adornan el empedrado por donde pasan los camiones que vienen de huerta
murciana, que cae más abajo. Dos millones de asistentes es cifra para empezar a
hablar en los conciertos de masas o las visitas del Papa; mas la salsa aquí es que
los participantes son puestos por el Partido al servicio de la Patria. En su
altar de asfalto, y como floreros o macetas. Esa cosa botánica de preservar las
raíces será.
Va siendo hora. Urge, tras décadas
de amenazas y mentiras y antes de acabar enmacetados, que ejerzamos pero que todos, corpachón
electoral, nuestro derecho a decidir.
O nacionalismo o racionalismo.
Parece ser que el tal Junqueras, temeroso de sufrir el mal español (no iba a ser francés), se prestó gustoso un buen tazón de leche de almendras y soñaba que aquella guerra de sucesión fue de secesión, que él poseía las verdaderas nociones de una nación y que el pueblo tenía derecho a decidir sin derecho a disentir. Esperanzado, ve que su ficción puede ser real.
ResponderEliminarHoy día mucho de lo que se dice y se hace, ingenioso Gaspar, tiende al desatino y al disparate. Para no acabar ebrios de acontecimientos tan absurdos, conviene tomar unos cinco o seis almendras amargas como recomienda Plinio y nos enseña Pedro Mexía. Así que con unas almendritas y una botella de vino, podremos disfrutar sin llegar a la embriaguez mientras tú nos deleitas con este ameno blog. Brindo por ti.
Salud, querido amigo. Para todos, incluido el intelectual Junqueras, a quien el mal francés o borbónico contraído en la Guerra de Sucesión tal vez se le cure algún día a base de derecho a decidir ser razonable.
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