Cargado de razón poética («Hacer un poema como la naturaleza hace un
árbol»), lo sentenció Huidobro en su manifiesto
creacionista: «Un poeta debe decir aquellas cosas que nunca se dirían sin
él». Interesante resultaría explorar lo que de estética
marxista hay en la base del creacionismo. Esta mi manía de provocar.
Pero lo digo
también porque hace ya tiempo que aplicados discípulos de Marx se dieron cuenta,
mira tú por dónde, de que el arte forma realidad. Aquí el resumen de Hans R. Jauss,
a quien se le notaba más que harto de la historia literaria decimonónica o tradicional,
sea burguesa, sea marxista (que al parecer no fueran lo mismo):
la estética marxista, con retraso de
siglos, procede a defender la idea, largo tiempo reprimida, del carácter formador de realidad del arte, en contra
del reducir la obra de arte a una mera función reproductora.
Es que el efecto artístico,
«medio formador de percepción y modificador» de los sujetos, «puede hacer
posible una nueva percepción de las cosas» (La
literatura como provocación, Barcelona, Península, 1976, pp. 149, 157 y 205).
De modo que —concluye Jauss— si la historia de la literatura «no se limita a
describir de nuevo el proceso de la historia general en el espejo de sus obras»,
podría mostrar «aquella función formadora
de sociedad en el sentido propio» (p. 211). Vamos: menos reiterativa
Historia de la Literatura, con la chorrada esa del contexto histórico, sus padrones de autores biografiados y sus
censos de obras, y más Literatura
de la Historia.
Me entero porque
me lo sopla la Red, el Gran Memorión: Alonso Zamora
Vicente tenía coleccionados entre sus papeles algunos artículos míos, que
publiqué en Delibros allá por 1994. Entre
ellos, «Para una
Literatura de la historia», hilo del que tiré para ir formando esta serie
VI de Literaventuras. Por donde
últimamente se ha recorrido parte del campo léxico español que procede de la poesía,
la novela, la mitología, el teatro. No sé: dantesco,
quevedos,
quijotesco,
celestineo,
quimera,
bovarismo,
cómico,
tener
poesía, y otros de sus respectivos anexos. Un recorrido por el efecto
artístico verbal sobre el idioma.
No más que una
glosa de aquella síntesis formulada por Castilla del Pino: «de
la literatura se nos hace pasar a la vida». Itinerario quizá más habitual que el contrario. Y del que nuestros
tatarabuelos tenían plena conciencia hasta el siglo XVIII. Lo muestra el motivo (entre nosotros, tan calderoniano), del mundo como teatro, que entre otros
extendió Fielding en una novela enraizada en la narrativa picaresca española, Tom Jones (1749). Lo recordaba no hace
mucho José Ángel García Landa: «El
mundo, puro teatro» (Vanity Fea,
27-9-2012).
Desde el XVIII, ese camino que de la literatura llega hasta la vida ya se
va destacando menos en las guías michelín, y no digamos desde el Realismo, tan
pequeñoburgués, tan de «mera
función reproductora». Es
lo que tiene cambiar de Poética cada ciertos siglos; así, sin avisar. Pero no
será porque el idioma no ofrezca pistas suficientes. Tengo pendiente la tarea
de revisar la siguiente lista, que ya iré ampliando: hacer literatura; maquiavélico;
novelero y novelesco; retórica y retoricismo; ser un verso suelto; tener
mucho cuento y tener más cuento que
Calleja (una de las entradas de la colección de Alberto Rojas, «100 frases
históricas», El Mundo, 8-10-2006,
serie que contiene más de origen literario); y las penúltimas aportaciones de
nuestra tan cursi actualidad, la pobre: tener
relato o tener narrativa. Ya
digo: una tarea pendiente. Pero no será hoy cuando la encare.
Que tengo que ponerme a corregir exámenes.
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