viernes, 28 de febrero de 2014

V, 16. Enseñanza de español en guerra (A2)

Un texto disfrazado de contexto: la exitosa broma del contexto histórico. Asunto de redacción más o menos hábil. Pongamos la Guerra de Sucesión española y empecemos a acotar verbalmente, según lo previsto por la teoría lingüística del bonobús. Carlos II va y se muere, costumbre muy extendida entre eso que ahora se llama, con otra broma, raza humana. Los pertenecientes a dicho colectivo, tan dados a la inercia, suelen ocupar como sea el nicho (ecológico y/o de mercado) que haya quedado vacante. En este caso, el trono de España, pues que Carlos II dejó a medias —era su forma de ser— la divina sugerencia de crecer y multiplicarse. Contra lo que es habitual en un rey, este no se desveló por prohijar, ni siquiera en el modo bastardo. Tal ausencia de acto o, por seguir en términos aristotélicos, impotencia, activó el automatismo de los pretendientes. Dado que la monarquía requiere —de ahí su nombre— uno solo, la concurrencia en el (con)texto que nos ocupa de dos aspirantes, uno francés (Felipe V) y otro alemán (Carlos III), habilitó la opción por estas que me las pagas. El resultado: la Guerra de Sucesión española.
Que fue un conflicto europeo, lo que en el recién estrenado siglo XVIII equivalía a una guerra mundial. La primera antes de la Primera. Desde hace siglos, la variante europea de la raza humana aplica el principio de liarse la manta a la cabeza cuando Francia y Alemania no se ponen de acuerdo. Es lo que entre 1701 y 1714 hicieron, liarse y aliarse, Francia y España en una trinchera; en la otra, el Sacro Imperio Germánico y las Potencias Marítimas, digo, Inglaterra y Holanda.
La variable guerra mundial predice desde entonces la victoria de Inglaterra, el empate de Francia y la derrota de Alemania. Una quiniela sencillita. En el susodicho texto contextualmente histórico, que ya se ve que va siendo formalizable en términos de teoría física, o al menos futbolística, Inglaterra ganó el control del Atlántico y hasta —con Gibraltar y Menorca británicos— del Mediterráneo, que dejó de ser latino en exclusiva; Francia acabó con dos reyes Borbones a ambos lados de los Pirineos, pero arruinada, y el Imperio fragmentado (o sea, confederal) perdió al Habsburgo que sentaba desde dos siglos antes en el trono de España.
Arrimando el ascua a su escuálida sardina nacionalista, Jaume Sobrequés i Callicó se marca un marco («El marc històric: La Guerra de Sucessió», Recerca Musicològica, 19 [2009], pp. 31-43) que cuadre a su relato de España contra Cataluña, por lo que no tiene el hombre más remedio que hacer más provinciana aquella guerra y, en consecuencia, jibarizar su cronología: 1705-1711 (p. 33) o 1704-1711 (p. 34). Total, año más, año menos, qué más da, cuando lo importante no es la historia. Por su parte, Daniel M. Sáez Rivera describe estas cosas de manera más circunspecta o tradicional en las páginas 134-136 de un artículo que ya he citado aquí: «La explosión pedagógica de la enseñanza del español en Europa a raíz de la Guerra de Sucesión española», Dicenda, 27 (2009), pp. 131-156.
Al hilo de esta maleabilidad de la historia, que suele evidenciarse al ser recordada, lo que me interesa ahora es revisar, con Sáez Rivera, cómo la ciencia —en este caso gramatical— no es menos neutra que la historiografía y sus preci(o)sos contextos. Sáez constata que la Guerra de Sucesión «dejó su huella en el interior mismo» de los manuales de español para extranjeros de aquel momento, y no solo en eso que ahora llaman —y seguimos con las bromas— «los paratextos (dedicatorias, introducciones)» (pp. 147-148), que supongo que son fenómenos paranormales que se manifiestan nada más abrir un libro.
En la segunda edición de la Nouvelle grammaire espagnole (1714), «menudean los ejemplos que se aprovechan para hacer una decidida propaganda a favor de Felipe V», de quien el autor, Vayrac, era «secretario e intérprete» (p. 149). Así, cuando describe las conjunciones, que clasifica en afirmativas (y, también) y negativas (ni, ni tan poco), ejemplifica con esta medida serie de eslóganes políticos: «Vn Rey magnanimo, y liberal, un Roi magnanime & liberal; la justicia, y la clemencia son dos grandes virtudes, la justicie & la clemence, sont deux grandes vertus; Felipe quinto reynarà en España, y vencera à sus enemigos, Philippe V. regnera en Espagne, & vaincra ses ennemis; tu quieres mucho al Rey, y yo tambien, tu aimes beaucoup le Roi, & moi aussi».
Como disciplina escolástica, la gramática se caracteriza por su apetencia clasificatoria tanto como por su escasa capacidad de innovación (como no sea nominalista). Por eso «Pineda “hereda” en su Corta y compendiosa arte (1726) muchísimos ejemplos» de Vayrac; pero siendo Pineda pro-inglés, modifica en sus didácticos textos «la dirección de la propaganda», que aquí es, frente a su fuente, antiborbónica: «el mal parage en que se alla la España con el govierno Italiano y Frances, me haze juzgar que los Españoles son locos por no sacudir el Vicio Frances, y el engaño Italiano, the ill Condition in which Spain finds her self by the Italian and French Policy, makes me think the Spaniards mad, that they don’t shake off the Vice of the French, and Fraud of the Italians» (p. 151). Ya se sabe que aprender idiomas conlleva captar una cultura, pero también ir dejándose imbuir por una ideología.
La de quien se toma la molestia de ordenar unas reglas… y reglar unas órdenes.


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