El
blog sufre rachas —curiosa palabra, que ahora quiero creer hermana de razia— de inactividad. Suelen coincidir
con la hiperactividad del bloguero en otros ámbitos, por otras nubes, en lares
más o menos ajenos o alejados. Al regreso, como que ha crecido el cansancio y se
ha perdido entrenamiento. Y en estas, una estudiante griega de hace unas
promociones, Athiná, me escribe para que le envíe algún poema mío. Goza Athiná de
esa exquisita intuición que brota de la peregrina mixtura de sensibilidad e inteligencia.
Cómo no va a llamarse Atenea. ¿Y por qué supones que alguna vez compuse poesía?,
le pregunto. Da lo mismo: lo sabe.
Interrogando
a la memoria del ordenador, que la otra va muy saturada, encuentro un viejo
álbum de textos, Confesiones y conjuros para
abolir el tiempo, que colecciona las ruinas y los restos de una intermitente
dedicación poética que abandoné —tirando por lo bajo— hace décadas. Quizá
siglos. Lo deduzco por cierto poemilla con fecha, «Profesión
de fe horaciana (1991)», que remite a latidos o ritmos anteriores: «Otra vez te
hice caso, / Quinto Horacio Flaco, / y guardé mis poemas / durante nueve años».
Como de
todo, documentos y monumentos, poemas y palacios y pirámides, guarda la memoria
colectiva una incompleta selección de fragmentos. Tal vez porque, aun sin
sospecharlo, seamos apenas quebrados restos de un lento y largo naufragio. Nada
quedará de Para abolir el tiempo, Atenea,
pero no fuera por no intentarlo. Esta «Posología», por caso, inscrita en su
apertura:
No se agite antes
de leer.
Requiere el poema reposo:
lento, pues, se suministre.
Recuerde que sin
pausas
no se mantienen la
poesía,
la voz evidente ni
el pulso.
En pautadas, mínimas
dosis,
apenas son los versos
adictivos:
uno por cada varios
millares,
las estadísticas certeras
arrojan cifra despreciable
de crónicos incurables.
No se advierten
muchas más
contraindicaciones.
O
quizá algunos retazos. Como —en el alba de la escritura— de filósofo
presocrático. El final de «Epitafio orientador»: «Este,
sí, papel amarillento / en que reposan mis restos / verbales, desde ahora soy.
// Lo que fui, caminante, / nunca podrás saberlo: / el poeta ha muerto. Nacen /
sus versos y —si quieres— su recuerdo».
Y cómo no, el amor. Expresado en cierta
estrofa de la «Declaración primera»:
Amo el agua de los
salvajes
manantiales, las
amapolas,
el alba y el
rocío, la mirada
en luz de las
muchachas,
la noche serena y
el enigma.
Enajenado y
transformado
lo confieso;
enajenado pronuncio
las palabras del
conjuro aquel
que salve este
amor contra el tiempo.
No
sé. Por qué no «Plaza Mayor», que pude haber compuesto en Salamanca, durante
una noche de esas de ir cerrando bares:
... El sol se
esconde
y llega la noche,
contrabandista de
tristeza,
llega la noche
alborozada
entre un peine de
chimeneas,
mientras resuenan
pasos
en las piedras de
la plaza
mayor,
multiplicada
en mil espejos de
lluvia.
O
fuera, quizá, otra esa noche eterna, la de «Horas de amor y magia», gozadas no
sé dónde… (O sí lo sé, pero que hable solo el poema):
A las cuatro de la magia
la madrugada es
risas y vino,
la madrugada que
se desliza
felina por tantas
calles
que la niebla
empaña.
A las cinco de la magia,
sobre las proas de
tus besos,
surcan mis labios el
océano
gozoso alborotado
del amor y del
ansia.
A las seis de la magia,
enamorado hasta la
luna
en la noche clara
de medulas llena.
A las cuatro, a las seis
de la magia y de
la luz,
de nuevo latiré en
un ritmo
por el que corceles
cabalgan
de pasión
arrebatada.
Más
instantes quedaron en Para abolir el
tiempo, instantes de —según releo en otro texto— «ese
corazón que latiera / millones de veces al tiempo / del odiar, del vivir y del
amar». Pero
por no cansar. Un último fragmento, de «El poeta
ahorcado»,
compuesto tras la ejecución de Benjamin Moloise, sudafricano:
Aguardaréis la
luz, asombrosas sombras,
aguardaréis el
vuelo ocre y ceniciento de las palomas.
Aguardaréis,
sombras de musgo, la venida violenta
del huracán y del
temblor de tierra, sombras,
sombras que
aleteáis en mi semblante,
el de
quien aguarda el rígido rigor de la horca.
Género
muy expuesto resulta el autocomentario. No más, desde luego, que el
autorretrato. De modo que añadiré, simplemente, que mirándome ahora en el
cristal fragmentado de mis viejos versos, adivino un otro yo compañero hecho de
sílabas y distancia. Y ya basta por hoy.
A
ver si voy a acabar dando en la nostalgia.
Tendrías que deleitarnos más con estos textos, amigo Gaspar...
ResponderEliminarEsperando la próxima dosis, recibe un abrazo fuerte
Muchas gracias, Antonio. Un fuerte abrazo.
EliminarY que no baste. Veo en esos bellos conjuros gozo, regocijo y buena poesía. Ni melancolía ni nostalgia, que son aliados del tiempo. Saludos y un efusivo abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, José María. Un fuerte abrazo.
EliminarEntiéndase aliadas
ResponderEliminarLeo de nuevo sus poemas y la Vida atraviesa cada celula y cada respiración de cada célula!
ResponderEliminarMuchas gracias!!!