Persiguiendo a quienes defraudan a Cataluña, la Agencia Tributaria trinca a
Javier Alejandro Mascherano: millón y medio de euros se le habían distraído. Para ir pagando ahora los 300 millones que a las
farmacias debe el Govern de Mas, que anda alelado con la catetilla cursilada esa de la desconexión. Pero vamos a lo que de
verdad importa a la gente: ¿podrá jugar Mascherano la enésima pachanga del
siglo?
Tiene la gente la mala educación, cuando presencia un partido de tenis, de
murmurar. ¿Y al apiñarse en un estadio de fútbol? Ni te cuento: berrea sobre la
ola, pita, chilla, grita, se irrita y desgañita. Así que apenas se oye algo
cuando un jugador se dirige, con muy buenas maneras agresivas, a uno de los que
ahora llaman asistentes por tener
como oficio errar todo el partido, correteando por la cal del lateral y bandera
en mano, para ayudar al árbitro a equivocarse. Javier Alejandro Mascherano, un
suponer, el otro día. Con cara de perro de malas pulgas ladró al asistente o ex
linier: «¡Ey, la concha de tu hermana!». Debería
haber carteles por todo el graderío que avisaran al respetable de que ha de guardar
silencio cuando llega el momento supremo de la ofensa verbal, sea insulto o menosprecio.
Que luego el árbitro se hace un lío con el acta.
Examinemos la transmisión de ese mensaje desde la Ecdótica, disciplina filológica
que compara testimonios de un mismo texto para, eliminando errores de copia,
reconstruir el original. La emisión oral del autor, Javier Alejandro Mascherano,
que declamó en un lateral de la plaza del estadio, se difuminó fatalmente. Por
las condiciones: el ruido —o rugidos del auditorio— que llenaba
el canal, y la vieja costumbre, que los técnicos apellidan sinalefa, de fusionar vocales como quien fusiona cocinas. Vamos,
que el complejo trisílabo de sinalefa y –a-
tónica [twermána] se convirtió en [tumádre].
Esta variante de copista, tu madre,
responde por lo demás al estándar argentino, variedad lingüística materna de
Mascherano. Es que, por si fuera poco, oímos lo que queremos, porque escuchamos,
sólo de memoria, lo que ya sabemos. Natural que el testimonio 1, u original, «¡Ey,
la concha de tu hermana!», fuera recibido —o como dicen los que saben, recepcionado— con distorsiones por el
árbitro. Quien preguntó a su linier, por la cosa de confirmar, con esta primera
copia deturpada del original (el testimonio 2): «¿Javi?, ¿“La concha de tu
madre”?». Asintió —es su principal deber— el asistente, en su día bautismado
como Juan Carlos Yuste Jiménez. (Así que el cariñoso Javi tiene que ser Mascherano, que no hay que traumatizar a los
futbolistas mientras juegan con su pelotita en el patio.)
Dejando de lado la copia perdida (o testimonio 3), el asentimiento de
Yuste, hubo dos más, ambas escritas: los subtítulos con que luego la
tele editó la escena, con sus dos momentos de emisión y recepción (testimonios 4
y 5). El último eslabón de la cadena de transmisión, o testimonio 6, salió de
la pluma del árbitro: «¡La concha de tu madre!», según dicta su acta en el postpartido. Más en concreto:
En el minuto 82 el
jugador (14) Mascherano, Javier Alejandro fue expulsado por el siguiente
motivo: Dirigirse a mí [sic] asistente
numero [sic] uno en los siguientes
términos: La concha de tu madre.
El expresivo ey del original desaparece
en el testimonio 6, seguramente porque tampoco figura en el Diccionario académico. No hay más que ver la redacción narrativa y la atildada ortografía del señor
árbitro para darse cuenta de que éste, don Carlos del Cerro Grande, tiene que
ser su bastante de afín a los preceptos de la Academia.
La lección hermana, que respondía
a la voluntad de lo que el autor pretendió expresar, o al menos comunicar, se ha perdido, palabras que se lleva el viento: sustituida por la lectura madre, que es, en pura doctrina ecdótica,
variante de copista, que ha ido contagiando a sus testimonios derivados. Un error en la cadena de la transmisión textual, que en este caso
conlleva un efecto en forma de sanción futbolística. Porque las palabras
modifican la vida, o al menos la Liga:
— Analíceme estos sintagmas, don Comité de Competición, desde la
perspectiva pragmática: «La
concha de tu madre» (compárese, si fuera preciso, con «conchetumare»).
— Insulto, insulto: cuatro partidos.
— Vale. «La
concha de tu hermana».
— Menosprecio: dos partidos.
Los hablantes de español americano consideran ambos insultos y graves, sin
rebaja genealógica alguna. Pero el Comité, juzgando la expresión como «soez y
antideportiva», deja la sanción en dos partidos, por no consultar, con las prisas quizá, informes de los sociolingüistas. La
gente, contra su natural, tranquila: Javi jugará el partido del siglo del
próximo mes. Por mi parte, me sumaré a la moda de los profesores molones.
Cuando explique en el Máster la asignatura de Ecdótica, proyectaré los
pertinentes fragmentos de Estudio Estadio.
O, si tengo la tarde, de El
chiringuito de jugones.
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