domingo, 11 de septiembre de 2016

VI, 26. Ercilla, inventor de Chile (1)

Para José Ángel Sánchez Ibáñez,
que animó a recuperar estas literaventuras

Es un clásico: al poco de emerger una nación naciente, habrá legión de historiadores comprometidos —esa mezcla explosiva— que se lance a la búsqueda de un libro fundante, máxima expresión de la literatura que influye en la vida. El coñac erudito es lo que tiene: unas copas de más de Fundador, y a fabular. Vamos, la «historia y otras barbaridades» a que se refería Guerra Cunningham al tratar sobre la conformación del imaginario nacional chileno[1]. En este caso, tal libro es un poema épico, La Araucana (1569-1589), de Alonso de Ercilla. Madrileño y soldado del Rey.
En forzada posición de firmes, bailando al quieto son de música callada por lustros, los libros aguardan, hermanados y fieles, en los anaqueles de la biblioteca. Entro en la mía buscando las Semblanzas Literarias de la Colonia, que vagamente recuerdo haber comprado cierta tarde, cuando estudiante, en la Cuesta de Moyano. Los libros nos acompañan en nuestras biografías. Y nos las van haciendo. En su primera página me reencuentro con esta literaturización debida a Eduardo Solar Correa:

Novelesca historia la de Ercilla. Era un hermoso paje del príncipe don Felipe, hermoso y tímido, pero arrogante, con todas las arrogancias del alma castellana. Un día el paje de finas facciones y ensortijados cabellos se trasmuta, de súbito, en soldado aventurero y abandonando los muelles halagos de la Corte, se viene a Chile donde la vida es áspera, azarosa… Tenía sólo veinticuatro años. Un lustro después regresa a su patria. Y he aquí que la singular aventura lo ha hecho poeta, el primer poeta épico de España.

En 1933 se admiraba Solar Correa de que «la influencia ercillesca» sobre «nuestro ambiente ideológico», la de su «mito araucano», no hubiera sido estudiada: «Tal vez no exista otro libro —libro literario— que haya ejercido un tan profundo y general ascendiente en la ideología de un pueblo». Porque lo cierto es que el «proceso de canonización» de La Araucana —según lo llamó Castillo Sandoval— fue temprano en la joven República chilena, cuyo primer diario oficial se titulaba… Sí: El Araucano (1830-1877). En él participó uno de los más extraordinarios intelectuales hispanoamericanos, Andrés Bello, quien en 1862 hacía de La Araucana «la Eneida de Chile» y presentaba a su patria de adopción como «único hasta ahora de los pueblos modernos cuya fundacion ha sido inmortalizada por un poema épico», uno de los que, a su juicio, «tiene mas de historico i positivo en cuanto a los hechos». Para Bello, Ercilla elige como «protagonista» al indígena Caupolicán y «se esplaya mas a su sabor» en «las concepciones […] del heroismo araucano», porque, frente a Virgilio, «no se propuso […] halagar el orgullo nacional de sus compatriotas», sino exaltar, «junto con el pundonor militar i caballeresco de su nacion, sentimientos rectos i puros que no eran ni de la milicia, ni de la España, ni de su siglo».
Tres de guerras chilenas entre mapuches o araucanos y españoles, primero, y entre criollos y mapuches, después, dieron al fin, en 1883, con la victoria de la República de Chile. Llevó a cabo esta conquista definitiva sobre los indígenas el regimiento precisamente designado como Caupolicán. Ironía histórica o injusticia poética, vayan ustedes a saber. El caso es que Chile, según Castillo Sandoval, «borra a la Araucanía con una conquista militar cuyos emblemas —procedentes a todas luces del mito erciliano— hacen posible que la ocupación se represente como […] una recuperación».
El mito erciliano es, claro, una de las posibles interpretaciones de la partitura compuesta por Ercilla, tan preocupado por evitar que las hazañas españolas quedaran olvidadas. Para que un poema transforme su argumento en mito —haciendo creer, por ejemplo, que Caupolicán protagoniza La Araucana— y comience a influir en la Historia, es preciso administrar sobre sus lecturas dosis continuas del veneno del anacronismo. Una de las misiones clave de cualquier nacionalismo. El criollo de Chile adoptó —y por tanto adaptó— la epopeya de Ercilla como bandera de afirmación identitaria, y esta «apropiación política» de La Araucana fue, en palabras de Castillo Sandoval, «piedra angular del discurso patriótico chileno», cuyos criollos criaron el mito erciliano —como Pedro de Oña en su Arauco domado (1596)— y lo llevaron durante tres centurias hasta la «pugna simbólica» de la República «por igualar Arauco y Chile», raíz de esta «identidad nacional».
Domingo Faustino Sarmiento había asentado precisamente en 1883: «La historia de Chile está calcada sobre la Araucana», de modo que «los chilenos […] se revisten de las glorias de los araucanos» y designan a sus regimientos y bélicos barcos con los nombres de «Lautaro, Colocolo, Tucapel, etc.», «adopciones […] benéficas para formar el carácter guerrero de los chilenos». Estaba quizá notando Sarmiento que este proceso fue uno de los más evidentes de literaturización de la vida. Quién se lo hubiera asegurado a don Alonso. Soñaría Ercilla, lector en latín de Virgilio y de Lucano, el mismo viejo sueño de los poetas épicos: subsistir en la memoria de múltiples generaciones venideras. Él, que blandió espada como sus héroes, iba a lograrlo.
No sabemos si sabría que la inmortalidad seguiría consistiendo en un baño de sangre.

[1] Hago derivar este post del siglo y medio de reflexiones y análisis que figuran en los siguientes textos: A. Bello, «La Araucana de don Alonso de Ercilla y Zúñiga», Anales de la Universidad de Chile, 21.1 (1862), pp. 2-10 (pp. 7 y 9-10); D. F. Sarmiento, Conflictos y armonías de las razas en América. Tomo primero, Buenos Aires, S. Ostwald, 1883 (p. 34); E. Solar Correa, «Alonso de Ercilla (1533-1594)», Semblanzas Literarias de la Colonia [1933], 3ª ed., Buenos Aires-Santiago de Chile, Francisco de Aguirre, 1969, pp. 5-32 (pp. 5, 11 y 30-32); R. Castillo Sandoval, «¿“Una misma cosa con la vuestra”? Ercilla, Pedro de Oña y la apropiación post-colonial de la patria araucana», Revista Iberoamericana, 170-171 (1995), pp. 231-247 (pp. 231-234 y 245), y L. Guerra Cunningham, «De la historia y otras barbaridades: La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga en el imaginario nacional de Chile», Anales de Literatura Chilena, 14 (2010), pp. 13-31.


2 comentarios:

  1. Genial el artículo, Gaspar, que trata de un universal humano (llamémoslo odiosa manía, por evitar petulancias): la no distinción tendenciosa entre literatura y vida, haciendo decir a un texto lo que queramos que diga y referirse a lo que nos interese, con objeto de justificar con el aura de su excelso prestigio nuestros chabacanos tejemanejes de aquí abajo: manipulación execrable de la ambivalencia intrínseca de todo texto literario, y especialmente de la poesía. Tu artículo narra un caso particular: que el lector avisado y discreto lo relacione, a modo de ejemplo, con tantos otros casos que se han dado y que se dan.

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    1. Muchas gracias, José. La serie VI de este blog va persiguiendo casos de influencia de la literatura en la Historia. No son pocos.

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